Prólogo Parte 2

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9 de diciembre.

—¿Otra vez? —le preguntó D.J.

Nayra asintió aún con restos de lágrimas acariciando la piel de su rostro. Desde que se conocieron ese día, D.J. y ella se habían hecho amigos. Eran los únicos que acudían a aquella playa y escuchaban el sonido del mar mientras hablaban y jugaban con la arena entre sus dedos.

D.J. sabía que a Nayra le costaba mucho estudiar; ella misma se lo había dicho. Se esforzaba, ponía interés y se concentraba al máximo, pero su mente no era capaz de retener toda esa información. Y si lo hacía, era después de mucho tiempo trabajando el aprendizaje que le tocaba.

Por su parte, él no le había contado de qué huía y eso que ella le había preguntado varias veces, e incluso por la pequeña cicatriz que tenía en la mejilla, pero él callaba. Era muy pequeña para entenderlo. Incluso los niños de su edad tampoco debían comprenderlo y si él lo hacía, era por todo lo que había visto en su corta vida.

—Si quieres yo puedo ayudarte. Lo que dais ahora está chupado y te prometo no gritarte ni golpear las cosas.

—¿De verdad?

A Nayra se le abrieron los ojos y él pudo ver a través de ellos un hilo de esperanza y felicidad. Sabía lo importante que era para ella que alguien la entendiera y tuviera la paciencia necesaria para conseguir que aprendiera los conceptos más básicos. No sabía si con él conseguiría algún avance, no era profesor y solo tenía nueve años, pero por intentarlo no perdían nada y no se le pasaba por la cabeza gritarla o intimidarla para ver si de esa forma aprendía. Él mejor que nadie sabía cómo te podían destruir los gritos y los golpes.

—Claro. Podemos intentarlo. No pierdes nada. Empezamos mañana, ¿vale?

—Está bien, pero... —Se mordió los labios—. Mis padres dicen que el colegio de esta zona es malo. Que los niños pegan a otros, al igual que los profesores, y que no saben ni leer ni escribir.

Le dio un poco de vergüenza decirle eso y, al ver cómo el niño alzaba las cejas, pensó que la había fastidiado por no saber cerrar esa bocaza que tenía. ¡Ahora la odiaría y se quedaría sin el único amigo que tenía!

—Eso es mentira. —Rio dejándola sorprendida y aliviada al ver que no estaba enfadado—. No es tan bonito como al que vas tú, pero todos los niños que vamos allí, nos cuidamos unos a otros y nuestros profesores son muy guays. Nos enseñan jugando. También escribimos y leemos, que es lo más rollo, aunque cada día hacemos cosas chulas. Para Navidad, vamos a hacer una obra de teatro para los más pequeños y también haremos adornos caseros para decorar el colegio.

—¡Qué chulo! —Sonrió—. En mi colegio solo hacemos fichas, dictados, apuntamos cosas... ¡todo muy aburrido! Y mi profesora es mala. Siempre me tira del pelo cuando me confundo, que es todos los días. Dice que soy una inútil y que no me esfuerzo.

Escuchar eso enfureció a D.J. ¿Qué clase de profesora era capaz de decir eso a una niña que solo necesitaba un poco más de apoyo para aprender? No le extrañaba que Nayra tuviera una autoestima tan baja y una imagen de sí misma que no era la que correspondía.

—Sabes que lo que dice no es verdad, ¿no? —Ella asintió sin creérselo mucho y sin mirarle para que no detectara que le estaba mintiendo. Recordar cómo su profesora le gritaba le hacía ponerse triste y sentirse tal y como ella la describía con una palabra—. Solo necesitas un poco más de ayuda, pero ya está. Te ayudaré, ¿vale?

—Está bien. Quedamos aquí todos los días a las cinco.

—¿Podrás venir? —le preguntó D.J.—. Es decir, ¿tus padres no te buscan sabiendo que te escapas?

Cuando Todo AcabeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora