Nayra no dejaba de mirar el móvil. No recordaba cuándo había estado tan nerviosa. Si echaba la vista hacia atrás, la última vez fue hacía unos meses y durante varios días mientras esperaba la nota de un examen, que, por suerte, consiguió superar. Y, si era sincera consigo misma, en ese momento no tenía ni la mitad de los nervios que ahora albergaba.
Ese día, Dan realizaba el examen físico y ella ansiaba con todo su ser que consiguiera superarlo. Sabía lo mucho que su mejor amigo se había preparado para ello y se merecía conseguirlo. Nayra no sabía muy bien en qué consistían las pruebas, pero por lo que él le había contado, eran muy duras y, quizá, por muy preparado físicamente que estuviera, no sería lo suficiente para superarlas. Además, estaba el hecho de que él iba con algo de desventaja, pues por su situación económica, no podía permitirse pagarse una plaza en gimnasios o lugares en los que preparar los ejercicios más específicos. Su entrenamiento había consistido en ejercitarse con lo que estuviera a su disposición e improvisando con cualquier cosa que se pusiera en su camino.
Un día, Dan se acercó a Nayra por la espalda y, sin avisar y dándole un susto de muerte, la cogió pasando un brazo por debajo de sus rodillas y el otro por su espalda para comenzar a hacer sentadillas con ella en sus brazos. Según él, necesitaba peso para que el ejercicio fuera más completo y no disponía ni de unas míseras pesas. Al principio, ella se quejó y exigió que la volviera a dejar en el suelo. Aún llevaba su cámara colgada del cuello y temía que se le rompiera pero tras unos segundos, se relajó y acabó muerta de risa mientras ella veía en su cara lo mal que lo estaba pasando sosteniendo sus sesenta kilos. Puede que no estuviera gorda, pero no era ninguna pluma.
Al recordarlo, una sonrisa se formó en su rostro y bloqueó de nuevo el móvil al ver que todavía no le había escrito, por lo que supuso que aún seguía examinándose.
—Tierra llamando a Nayra. —Chasqueó los dedos Wendy frente a ella.
Ese día, habían quedado para tomar un Frappuccino de caramelo, ir de compras y después, ver una película en el cine antes de ir a cenar. La copa quedaba descartada, por el hecho de que Wendy aún estaba en su proceso de recuperación y quería estar alejada de ciertos locales donde el alcohol y las drogas parecían ser los anfitriones de los mismos.
Sin embargo, Nayra parecía haber desconectado de esa quedada desde hacía unos cuantos minutos. Wendy se había percatado de que no paraba de mirar su móvil y de esa sonrisa bobalicona que se le había formado.
—Lo siento —se disculpó antes de guardar el teléfono en el bolso.
—¿Esperas algún mensaje de Liam?
Al escuchar ese nombre, Nayra se tensó. Wendy apenas estaba al tanto de lo que estaba pasando nuevo en su vida, pero no quería que se preocupara por ella ahora que por fin iniciaba su proceso de rehabilitación y se la veía feliz y sana.
Su amiga tenía un considerable mejor aspecto. Las ojeras que siempre adornaban su rostro habían desaparecido, su tono de piel pálido se había convertido en otro más oscuro y había recuperado bastante peso. Estaba guapísima, se la veía contenta con los cambios y disfrutaba de su nueva vida en la medida de lo posible, pues aún le quedaba mucho que superar y por lo que luchar. Aunque Nayra iba a estar a su lado. Cada vez que la veía, le parecía mentira todo lo que había cambiado. Era una persona completamente nueva y estaba muy feliz por ello. Sin embargo, su hermana no pensaba igual y le había advertido de que no bajara la guardia con respecto a ella. Theresa no se fiaba ni un pelo de Wendy debido a todas las mentiras que había dicho y todos los graves errores que había cometido.
—Eh, no. Liam y yo...no, no estamos bien. —Suspiró—. Se podría decir que, dentro de poco, él ya no será un tema de conversación.
—Vaya... no, no me habías dicho nada —le dijo insegura y retirándose el pelo de la cara para intentar ocultar su decepción.
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Cuando Todo Acabe
Roman d'amourDesde pequeña, Nayra es un absoluto desastre. O al menos ella se siente así hasta que un día un niño aparece en su vida para robarle más de una sonrisa. D.J. no ha tenido infancia. A los nueve años ha tenido que vivir cosas que nadie debería. Pero s...