Se notaba que era domingo, pues la estación de tren que se encontraba a dos kilómetros de Hocklast estaba abarrotada de gente. Nayra había llegado con bastante tiempo de antelación, no quería que ningún imprevisto la retrasara y tenía que coger el autobús que la dejaba más cerca de su lugar de destino.
De los nervios, apenas había pegado ojo esa noche y a las siete de la mañana, incapaz de seguir durmiendo, se había levantado para darse una rápida ducha.
Su hermana no estaba en casa. Parecía que había tenido suerte la noche anterior, por lo que le mandó un mensaje para avisarla de que iba a saquear su armario.
Tras colocarse una toalla en su cabello para que la humedad fuera desapareciendo, Nayra se dirigió al cuarto de Theresa y abrió su enorme armario. Dios, su hermana tenía ropa para vestir a todo Hocklast. Lo bueno era que todo estaba ordenado y completamente organizado. Miró las perchas pero nada de lo que había en ellas la convencía, así que abrió el cajón donde se encontraban las faldas. Tras rebuscar por ellas, se decantó por una de tiro alto de cuadros blancos y negros y con un único volante que cruzaba la prenda desde el centro, hasta un lateral. A Nayra se le daba fatal combinar y saber qué quedaba bien con cada cosa, así que decidió ir a lo seguro y completar ese conjunto con el jersey negro de estrellas blancas que Theresa vestía cuando se ponía esa falda.
De vuelta a su habitación, se secó el pelo, se maquilló y se cambió con la ropa que le había robado a su hermana. Decidió meterse el jersey por debajo de la falda para que esta se viera mejor y complementó el conjunto con unas medias negras con lunares más oscuros y unos botines del mismo color y con tachuelas que, por supuesto, también los había cogido del armario de Theresa. ¡Qué le iba a hacer! A ella no le gustaba nada la ropa ni ir de compras.
Tras recogerse el cabello en una coleta alta, cogió su pequeño bolso y salió para ir al centro de Hocklast donde se encontraba la parada del autobús que debía coger. Daba gracias a que su cuidad no fuera demasiado grande, aunque, aun así, desde su hogar en la zona sur, hasta el centro, había una buena caminata. Se estaba replanteando considerablemente sacarse el carnet de conducir. Por intentarlo no perdía nada (vale, sí, unos cuantos dólares) y si veía que estar frente al volante no era lo suyo, siempre podía dejarlo y seguir con su bicicleta.
Llegó a la estación con media hora de antelación y, tras encontrar el lugar donde el tren llegaría. Se sentó en uno de los fríos asientos metálicos para esperar. Aún seguía completamente nerviosa y, a medida que los minutos pasaban, sus nervios parecían aumentar. Durante esa media hora, se quedó observando a la gente de su alrededor. Gente con sus maletas aguardando el tren, otros haciendo fila en la taquilla para comprar sus billetes y más personas con carteles y globos para recibir a un ser querido que parecía llevar tiempo ausente. Nayra sonrió cuando vio a dos niños con un globo cada uno correr al que parecía ser su padre. El hombre los abrazó a ambos y los cogió para tenerlos a su altura. La imagen que daban era muy tierna y de amor puro. Sin poder evitarlo, comenzó a recordar su niñez y como, en parte por su cabezonería, ella se había perdido momentos como ese con su padre y ahora..., él se podría ir en cualquier momento.
Nayra consiguió retener las lágrimas pero la sensación de culpa y de tristeza volvió a invadir su ser. No estaba preparada para perder a su padre, pero ¿quién estaba preparado para eso? Por mucho que sepas que es inevitable, el dolor de una pérdida siempre existe.
Por suerte, el sonido de los altavoces anunciando la llegada del tren de Dan logró sacarla de sus pensamientos. Se levantó como un resorte y se peinó un poco las ondas de la coleta con la mano. Ojalá tuviera un espejo para ver si su aspecto seguía siendo decente. No sabía muy bien por qué, pero quería estar perfecta.
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Cuando Todo Acabe
RomanceDesde pequeña, Nayra es un absoluto desastre. O al menos ella se siente así hasta que un día un niño aparece en su vida para robarle más de una sonrisa. D.J. no ha tenido infancia. A los nueve años ha tenido que vivir cosas que nadie debería. Pero s...