Capítulo V: Huída

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Regresó a su casa en Hatelia con sus pertenencias, sabiendo perfectamente que todo había acabado, incluso la bella relación que había empezado con Paya. A pesar de que esa noche no hablaron al respecto, solo quedaron en silencio, supo a la perfección que ya no quería saber nada más de él. Ese gesto que hizo, esa decepción que se vio a gran distancia. Incluso la forma en que la miró partir, solo así lo supo. Tras entrar a su casa, vio que sus pertenencias estaban intactas, pero a la vez miró que entre ellas se encontraban todavía algunas pertenencias de Zelda. Las miró con varios sentimientos mezclados, ira, angustia, arrepentimiento y nostalgia. Sin duda estaba devastado, pero no dejaría que eso lo detuviera.

En su misma región, mantuvo una relación cercana con el alcalde Rendell, quien lo recibió con los brazos abiertos para trabajar en las mejoras de Hatelia. Asimismo, Link empezó a hacer trabajos de campo, apoyando en la agricultura, o bien, de ser necesario, apoyaba con entregas y pedidos de otras regiones, protegiendo incluso su tierra natal.

Tras varias semanas desde lo sucedido en el castillo, se presentaron varios guardias del reino a su casa con una carta, la cual era un citatorio directamente proveniente de los reyes. Link sintió ese nudo en el estómago. Los guardias lo esperaron a que preparara sus cosas y así marcharse al reino. Tras un día completo de camino ininterrumpido, por fin llegaron a las faldas del castillo. Ahí, al entrar, Link nuevamente sintió cómo su sangre se helaba. Le asignaron una habitación, parecía que esa visita sería larga, así que desempacó sus pocas pertenencias y salió al pasillo para ver a lo lejos a la reina Zelda aproximarse a él.

-En cuanto me enteré que estarías aquí, decidí venir a verte personalmente-dijo Zelda, detrás de ella había dos guardias que la escoltaban. Link inevitablemente se reverenció, no sin antes notar el vientre notablemente grande comparado con la última vez que la había visto y una peculiar marca en la mejilla derecha de la reina.
-¿A qué se debe su visita, majestad?-preguntó finalmente.
-Obviamente estás en problemas-respondió fría-. Lo sucedido hace meses trajo consigo... un escándalo-se veía angustiada.
-No logro percatarme de lo que dice.
-La gente habla y dice muchas cosas, Link. Entre esas cosas que han comentado, es que este hijo que cargo conmigo es tuyo. Fuiste citado para que desmientas todo y lo aclares frente al rey.
-¿Qué le ha hecho, majestad?-Zelda se vio nerviosa, pero en realidad Link estaba apenas empezando a enfurecer.
-¿Su majestad? Nada. Los dos estamos muy bien pero esto nos impide ser felices-Link la miró frío a los ojos, sabía perfectamente que algo terrible le había sucedido tras ver su tersa mejilla cubierta de un tono púrpura muy ténue.
-Usted y su servidor sabemos la realidad, majestad. Haré lo que me pida si significa que no la volverá a tocar de esa manera.
-No hables así de él.
-Yo personalmente le hice un juramento a su padre-interrumpió.
-De verdad que eres un idiota-sus lágrimas habían empezado a asomarse, Link lo notó a distancia-, le juraste a mi padre que no me dañarías pero lo hiciste, no fueron golpes, no fueron rasguños, de hecho jamás me tocaste con malas intenciones pero, ¿qué son las heridas del corazón?
-¡Usted fue quien me traicionó!-Zelda retrocedió-¡Me humilló en frente de todo el reino al darme la espalda, se casó con un desconocido, me cambió de puesto y de turno, nos espió a mí y a Paya en nuestras salidas, se vengó en varias ocasiones y aparte se entrometió en nuestra relación! ¿Y dice que soy yo el problema? ¡Sólo mírese!-las lágrimas caían sobre la alfombra rojiza del pasillo, Zelda sentía un nudo en la garganta.
-Lo hice por el bien de Hyrule.
-¿Sacrificando lo que ama para que de igual forma le falten al respeto? Majestad, ¿no lo nota? Esta gente sigue enojada con usted por dejar entrar a los de Rongo, por meter sus políticas, por dejarlos gobernar...-hubo una pausa larga- Y yo igual, lo estoy, pero quiero perdonarla-Zelda secaba sus lágrimas con las mangas de su largo vestido, Link quería aproximarse a ella para consolarla, pero sabía que los guardias lo miraban desde lejos y no dejarían que la tocara.
-Felicidades, me has humillado-dijo al fin después de un silencio-. Retírate.

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