Protegiendo a la familia

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Ana le pide a sus hermanas, Araceli e Iriana, que ayuden a meter a sus padres en el auto. A pesar de tener miedo, las hermanas obedecen y luego Ana les pregunta qué ha pasado. Araceli responde diciendo que alguien entró en la casa de manera violenta debido a que los perros, Shifiu y Shojako, estaban ladrando. Los padres escondieron a las hermanas en una habitación, pero no pudieron evitar que el intruso los lastimara, aunque aseguraron que era el vecino de al lado quien lo hizo.
Ante esta situación, Ana se preocupa por la seguridad de los perros y decide llevarlos a un lugar seguro. Luego, se dirige a Araceli y le ordena que conduzca a casa sin detenerse por nada, ya que Luis las está esperando. Por otro lado, Ana debe tomar otro automóvil para recoger a otros miembros de la familia, incluyendo a su suegra, suegro, 2 cuñada, concuñado y la hija de este último, llamada Ile.
A medida que avanzaba por las calles oscuras y sombrías, Ana se encontraba rodeada por un mundo apocalíptico, donde los gritos y los gemidos de los no muertos llenaban el aire. Su corazón latía con fuerza mientras continuaba su peligroso camino, sin permitir que el miedo la paralizara. De repente, una figura emergió de las sombras y se acercó a Ana. Una persona aterrada, con el brazo mordido, le suplicaba que la dejara entrar en el auto. Sin embargo, Ana, comprendiendo el riesgo que representaba esa mordida, tomó la decisión angustiante de continuar sin detenerse. Sus pensamientos se centraban únicamente en alcanzar a sus seres queridos, sin importar las terribles escenas que presenciaba.
El olor a muerte y desesperación impregnaba el aire mientras Ana sorteaba obstáculos y evitaba a los depredadores no muertos. Su determinación la impulsaba a seguir adelante, a pesar de las lágrimas que se formaban en sus ojos y del nudo en su garganta. La supervivencia de sus suegros y el bienestar de su familia eran su única prioridad.
Cuando Ana finalmente llegó a la casa de sus suegros, aliviada descubrió que todos estaban a salvo, encerrados en su interior. Sin embargo, Ana sabía que el peligro seguía acechando y no había tiempo que perder. Les instó a moverse rápidamente y subir al auto para escapar de la amenaza que se aproximaba.
José, su suegro, se mostró reticente a abandonar la casa. Argumentó que no podía dejar atrás su hogar y todas las memorias que habían construido en ese lugar. Pero Ana, con determinación y preocupación por la vida de sus hijos, lo miró a los ojos y le dijo con firmeza: "¿Vas a dejar que tus hijos mueran por tus caprichos? Vamos, José, tenemos que irnos", Las palabras de Ana resonaron en el corazón de José, y finalmente accedió a abandonar la casa. Con el tiempo en su contra, Ana tomó una inyección y se la aplicó a Milo, el perro de la familia. La inyección estaba destinada a hacer que este duerma hasta llegar a su destino, evitando así que los zombies los persiguieran. Ana sabía que cada precaución era necesaria para mantener a salvo a su familia. Una vez que todos estuvieron en el auto, Ana aceleró con determinación, dejando atrás el lugar que una vez llamaron hogar. Las calles estaban desoladas y el caos reinaba a su alrededor. Los gritos de los no muertos y los sonidos de la destrucción llenaban el aire. Sin embargo, Ana se mantuvo centrada en su objetivo de encontrar un refugio seguro para su familia. Mientras el auto avanzaba por las calles devastadas, Ana reflexionaba sobre las difíciles decisiones que había tenido que tomar para proteger a los suyos. Sabía que el camino sería arduo y lleno de peligros, pero estaba decidida a hacer todo lo necesario para mantener a su familia a salvo en medio de aquel apocalipsis.
Cuando Ana llegó con su suegros al lugar donde se encontraban sus familiares, sintió un alivio inmenso al verlos a salvo. Sin embargo, la tranquilidad fue momentánea, ya que sus ojos se posaron en los vecinos que intentaban desesperadamente entrar a su casa. Pero para su sorpresa, no lo lograban. Durante meses, Ana y Luis habían trabajado arduamente para convertir su hogar en un lugar seguro, una fortaleza inexpugnable. Comprendieron desde el principio que la supervivencia dependía de protegerse de cualquier amenaza externa. Por lo tanto, habían tomado medidas para asegurarse de que solo aquellos a quienes ellos permitieran pudieran ingresar. Las ventanas estaban fortificadas con barras de metal y las puertas reforzadas con sistemas de seguridad adicionales. Habían instalado una cerca electrificada alrededor de la propiedad y colocado trampas y alarmas estratégicamente en los alrededores. Además, contaban con suministros esenciales y un sistema de comunicación interno para mantenerse conectados en caso de emergencia. Ana se sintió agradecida por su previsión y el esfuerzo que habían invertido en proteger a su familia. Sabía que su hogar se había convertido en un refugio seguro en medio del caos que reinaba afuera. Sin embargo, también se sintió angustiada por la situación de sus vecinos, quienes estaban desesperados por encontrar un lugar seguro. En ese momento, Ana y Luis tuvieron que tomar una difícil decisión. Sabían que abrir las puertas de su hogar a los vecinos significaba exponer a su familia a un mayor riesgo. Aunque sentían compasión por ellos, también debían priorizar la seguridad y el bienestar de sus seres queridos. Después de una breve conversación, Ana y Luis decidieron no dejar entrar a los vecinos. Era una elección dolorosa, pero creían firmemente que era lo mejor para proteger a su familia. Sabían que no podían asumir la responsabilidad de cuidar a todos los que buscaban refugio.

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