prologue

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⿻ ╲ 🍁 ༉‧₊ 𝐇𝐀𝐓𝐄𝐑𝐒 ˚ ✧ . ˚
␥ ヾ،، 𝚃𝚂𝚄𝙺𝙸𝚂𝙷𝙸𝙼𝙰 𝙺𝙴𝙸 ˚˖ ⁺
𝗔 𝗡𝗢𝗩𝗘𝗟 𝗕𝗬 𝗦𝗔𝗥𝗜𝗧𝗔 🌷

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El vecindario no estaba tan mal como creyó. No tenía los aires citadinos de Tokio, pero al menos no era el típico pueblo donde las casas estaban a veinte kilómetros cada una de la otra. La calle llena de casas iguales, con los jardines en la parte delantera, junto con el atardecer teñido de amarillos y naranjas, se veían perfectos, como sacados de un anime de romance.

Haruto siguió caminando, memorizando el camino que venía tomando, porque no deseaba perderse por nada del mundo. Pronto vio un seven eleven, por lo que decidió entrar —al menos era algo igual a Tokio. Allí, Haruto amaba pasar tiempo dentro de esos almacenes, sobre todo porque siempre creían que era mayor de edad por su altura. Ya pensarán en el resto—.

No le importaba que ya empezaba a hacer frío, deseaba con todas sus ansías un refresco, específicamente de esos de los envase de vidrio.

La campana sonó apenas abrió la puerta, anunciándole al tendero que alguien había llegado. Caminó por dos pasillos antes de llegar a las neveras de hasta el final de todo el almacén, y directamente su vista fue hasta el último refresco en envase de vidrio que quedaba. Como si el destino le estuviera diciendo que ese refresco lo estaba esperando a él y solo a él.

Pero así como le decía que era de él, a ese otro chico que la acababa de agarrar también le decía igual.

—¡Hey, eso lo iba a agarrar yo! —exclamó indignado.

Un chico de cabellos rubios y corto, con gafas y apenas unos céntimos más bajo que él lo miró con una sonrisa arrogante: —¿Entonces por qué la tengo yo? Lo siento, pero llegaste tarde.

La piel pálida de Haruto se puso roja en un solo instante por culpa de la ira: —Literalmente alcancé a abrir la puerta de la nevera, la iba a agarrar.

—Gracias por eso, pude agarrar el refresco más rápido —se rió descaradamente el chico desconocido—. Ahora si me disculpas, iré a pagar. Con permiso.

Pasó a un lado de Haruto, empujándole el hombro al paso, lo que enfadó más al chico, por lo que se giró y agarró el refresco.

—¡Ya te dije que era mía! —reclamó, jalando hacia sí la botella.

—¡Yo la tenía en las manos! —le respondió, también jalándola a sí.

Y como película, a ambos se les soltó, por lo que cayó al suelo y de un solo estruendo, se rompió.

—¡Todo esto es tu culpa! —le gritó el desconocido—. Si me hubieras dejado ir a pagarla, esto no habría sucedido.

haters ; tsukishima keiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora