No. No quiero tener otro bebé. Con Insoo es suficiente — insistió Kim Jongin a su esposo con tono brusco.
Kim Kyungsoo lanzó una mirada obstinada a su marido. Llevaban dos años casados, pero en realidad era difícil enojarse con Jongin. Sus ojos vagaron por la expresión feroz de Jongin mientras sostenía a su bebé dormida contra el pecho. ¿Cómo iba a enfadarse con el hombre que acunaba a la criatura de ambos como si fuera la cosita más preciada de su vida?
Él y Jongin ya habían mantenido esa conversación acerca de tener otro bebé varias veces durante los últimos meses. Kyungsoo no quería que Insoo fuera hija única. Sabía cómo era; la soledad casi le resultó insoportable cuando perdió a sus padres en un accidente de coche justo después de graduarse del instituto.
Kyungsoo no siempre había sido rico, a pesar de estar casado con uno de los hombres más ricos del planeta. Jongin lo había rescatado de quedarse sin techo y después pasó a cambiarlo completamente con un amor fiero, protector y absorbente que había alterado toda su existencia. Tal vez su marido fuera uno de los hombres más obstinados del mundo, pero lo amaba con cada fibra de su ser.
«Por eso me duele tanto ahora. Necesito que me desee como antes, que sopese tener otro hijo juntos para que Insoo no sea hija única como yo».
No era como si quisiera tener otro hijo de inmediato. Insoo solo tenía dieciséis meses. Pero Kyungsoo quería hablarlo, al menos. No lograba comprender el razonamiento de Jongin para mostrarse tan inflexible acerca de no tener otro bebé algún día. Era un papá increíble y quería muchísimo a la hija de ambos, pero parecía prácticamente aterrorizado de tener otro hijo. Cruzándose de brazos, le preguntó con calma:
¿Así que esto va a ser decisión tuya únicamente?
Joder — esa fue la respuesta de Jongin, un gruñido — No puedo ganar. Quiero que seas feliz, pero no quiero que tengas otro bebé.
La frustración en su rostro hizo que a Kyung se le derritiera el corazón. Siempre quería su felicidad. La mayor parte del tiempo se avenían cuando no estaban de acuerdo, pero en realidad aquella no era una situación donde un toma y daca fuera posible. O bien tenían un bebé... o no lo tenían. Adelantándose, Kyungsoo trazó con un dedo la cicatriz en la mejilla con barba incipiente de Jongin. El corazón le dio saltitos de alegría cuando sus ojos brillaron con un destello de deseo.
Yo también quiero que seas feliz. Adoras a Insoo. No lo entiendo.
Las cosas habían cambiado desde que nació su hija. El deseo de Jongin por su cuerpo, antes feroz, parecía estar disminuyendo. Con más de un metro setenta de estatura, era posible que Kyungsoo aún conservara algo de peso del embarazo que no había conseguido perder por más que lo intentara. Pero, sin duda, los kilos de más se dejaban ver: su figura era más redonda y probablemente no tan atractivo. Ahora Jongin lo trataba con una ternura y delicadeza, como si fuera tan frágil como el vidrio soplado. Cada vez que tenían sexo, Jongin utilizaba un condón, aunque Kyung seguía un tratamiento anticonceptivo.
«Ahora, nada de interludios sexuales y carnales espontáneos. Nada de pasión incontrolable, ambos incapaces de esperar hasta arrancarnos la ropa para saciarnos. Nada de posesividad de hombre de las cavernas, cuando mi marido solía ser un semental dominante que exigía mi rendición». Kyungsoo extrañaba a todas esas cosas. Desesperadamente. Jongin podía hacer que empapara la ropa interior con una mirada de esos ojos oscuros suyos, hacer que quisiera agarrarse a su pelo áspero y oscuro y besarlo hasta hacerle perder el control. El problema era que no perdía el control. Ya no. El uso de condones y la falta de pasión habían hecho que temiera siquiera poner a prueba los límites de Jongin. Tenía demasiado miedo de no poder sobrepasarlos ya, y le partiría el corazón tener la confirmación de que él ya no sentía lo mismo por Kyungsoo como cuando se casaron.