𝑰𝑽. 𝘓𝘈 𝘔𝘜𝘑𝘌𝘙 𝘙𝘖𝘑𝘈

721 111 42
                                    

Peter corría de un lado a otro, riendo y buscando señales de vida entre los interminables pasillos del castillo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Peter corría de un lado a otro, riendo y buscando señales de vida entre los interminables pasillos del castillo. Se encontró con Rio que iba de camino a dejarle el desayuno, y Peter, que había amanecido por de más entusiasta, le quitó la bandeja de las manos y avanzó con paso veloz hacia el gran comedor en donde Jeff, Miles y Gwen ya se encontraban reunidos.

──Hey, te vez... sólido── Miles intentó elogiarlo en cuanto lo vió entrar como un remolino, con Rio intentando seguirle el paso.

──Define sólido── Peter colocó la bandeja con su desayuno en un espacio vacío frente a Gwen, quien le saludó levantando las cejas.

──¿Cómo se siente hoy?── le preguntó Jeff, reprendiendo la falta de respeto de Miles con una mirada dura.

──Mejor que nunca── respondió Peter, probando al fin las tostadas con jalea de albaricoque en su plato ──Al fin pude recordar mi nombre.

──¿Y cuál es?── le preguntó Rio al sentarse al lado de su esposo.

──Sigo teniendo éstos... sueños raros. Tal vez sean recuerdos, o mi cabeza intentando engañarme, pero anoche soñé que me llamaban por un nombre, y estoy seguro de que era el mío── y Peter, ignorando por completo el silencio sepulcral que se instaló ante la mención de sus sueños y la herida fresca en su antebrazo, recibió gustoso el abrazo apretado que Miles y Gwen se apresuraron a darle.

Peter sonrió sin notarlo, pues le gustaba por fin ser llamado por su nombre. Le gustaba el sol que enrojecía su piel, le gustaba caminar descalzo sobre el césped recién cortado, le gustaba la Bienaventurada y leerla en voz alta mientras Gwen y Miles dormitaban a sus costados, le gustaba ver a Rio reprender a Miles y también a veces a Jeff, le gustaba la jalea, le gustaba encontrarse con el conde O'Hara en la madrugada y Peter estaba seguro de que si había alguien en el mundo que disfrutara tanto de la vida, ese era él; incluso si la angustia de la vida que tuvo y que no recordaba estaba presente ahí, como una vocecilla molesta que se entrometía en sus pensamientos.

[...]

La semana transcurrió para Peter entre ayudar a los Morales con cualquier cosa que necesitaran, escuchar a Gwen recitar de la estantería llena de poemarios, más sueños nocturnos con la misma mujer que le reveló su nombre y leer libro tras libro que hallaba en la biblioteca para postergar llegar al final de la Bienaventurada, pues hablar con Miguel acerca de la novela se había convertido en su momento más esperado del día.

──Para Priscilla, que lo ha pensado todo desde que tenía 16, las tragedias de la vida son su diversión más personal. Las cosas le duelen, claro, pero no tanto como le dan risa. Y luego Mario, que no ha hecho nada más que sentir profundamente, se ha convertido en un alma vieja y adolorida── explicó Peter, recostado en el pasto junto a los bonitos arbustos de claveles que no había podido arrancar por miedo a las espinas.

──Son de mundos distintos── acotó Miguel, sentado en la orilla de la fuente. En el silencio de la madrugada no importaba la distancia, pues podían verse y escucharse perfectamente ──Por eso y por muchas cosas más, su amor es prohibido.

𝑼𝒏𝒅𝒚𝒊𝒏𝒈 | SpiderdadsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora