𝑿𝑰. 𝘗𝘌𝘛𝘌𝘙

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Como las heridas del pasado y el dolor de huesos que trae el frío, todo aquello que se mueve con intensidad vuelve siempre a tomar su curso

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Como las heridas del pasado y el dolor de huesos que trae el frío, todo aquello que se mueve con intensidad vuelve siempre a tomar su curso. Mientras una alegre Rio preparaba la cena, Jeff terminaba de recoger la cosecha mensual, Peter estudiaba las estrellas desde un telescopio en la biblioteca, a la espera, Lady Lyla Stone se había encerrado en su habitación como cada noche con la dulce Cindy Moon, que cada día más pálida, había cumplido dos semanas de estadía en el castillo del conde O'Hara.

Y cerca de las ocho en punto, en la húmeda, fría y nublada noche, Gwen y Miles retomaron lo que fuese qué pasó en el viejo granero, ésta vez en nada más ni nada menos que la habitación de la chiquilla.

──Dios, Gwen...── se escuchó la voz entre cortada de Miles en la habitación.

──¡Shhh! ¡Nos van a oír!── Gwen alzó la voz en un susurro.

Gwen no sabía bien lo que estaba haciendo, pero incluso si los movimientos de su mano izquierda qué subía y bajaba sobre la erección de Miles no eran los más expertos, él, semi recostado entre la cama y la pared, con la camisa tan abierta como los pantalones de lino oscuro, mordiéndose los labios para no gritar de placer y con la chica arriba suyo, masturbándolo con las mejillas totalmente rosas, parecía estar cerca de ceder ante la neblina que cubría su vista y el cosquilleo casi doloroso que le atravesó la espalda.

──¡Cásate conmigo!── una propuesta qué salió de la boca de Miles como un pensamiento que atravesó la barrera del silencio en cuanto liberó su tibia simiente en la mano de Gwen.

──¿Eh?── Gwen se detuvo en seco, con los ojos bien abiertos y el corazón revolcándose en su pecho.

Pero cualquier balbuceo qué intentó cubrir la vergüenza de Miles se vió fatalmente interrumpido. El sonido de cascos golpeándose sobre la grava, el relinchido de los caballos, y el rodar de un vehículo se filtró a través de la ventana tan solo cubierta por una delgada cortina, obligando a los jóvenes amantes a ponerse las ropas de nuevo sobre sus pieles para ver lo que ocurría fuera.

Una vez en el pasillo, Miles fue el primero en ver a su madre con el paso apresurado desde la cocina, llamada también por el mismo motivo.

──¿Esperábamos visitas?── preguntó Miles aún ajustándose el corbatín alrededor de su cuello, dando gracias de no tener que dar explicaciones a su progenitora en ese momento.

Rio negó. Ella sabía bien que las visitas ahí eran escasas, llegaban de madrugada y no tocaban la puerta. Sin embargo ahí estaba, corriendo tan rápido como sus cansadas rodillas le permitían con el par de jóvenes tras ella, pues tres golpes secos se escucharon sobre el roble grueso y oscuro de las grandes puertas del castillo.

Con todas sus fuerzas, los tres tiraron de las manijas para abrir de par en par, y tan solo unos instantes después, un enorme y majestuoso carruaje jalado por un par de sementales de pelaje blanco paró frente a la escalinata de la entrada. Un joven moreno que no parecía ser mayor que Miles o Gwen soltó las riendas con las cuales domaba al par de equinos pura sangre y bajó de su palco, adoptando una pose recta y semblante serio para abrir la puerta de la carroza. De su interior, una mujer pelirroja y vestida de azul emergió con la ayuda del mozo, y un hombre rubio y de mirada juzgona bajó tras ella.

𝑼𝒏𝒅𝒚𝒊𝒏𝒈 | SpiderdadsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora