Capítulo 1*

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Al despertarme mi casa parecía de locos. Mi madre no paraba quieta de un lado para otro, mientras mi padre le consultaba hasta donde se encontraban sus propios calzones. Iban de viajes una semana a la playa con unos amigos, y yo la mar de feliz.

Tendría la casa solo para mí. Los exámenes me impedían participar en estas mini vacaciones que se estaban tomando. Sin embargo, mis padres ya habían previsto que luego de la prueba del viernes, podía alcanzarlos y pasar los últimos dos días junto a ellos. En parte me agradaba la idea, aunque, por otro lado, prefería quedarme y poder hacer un poco de las mías sin tener que estar tan al pendiente por si me pillaban.

El reloj marcaba las 11:50 de la mañana y mi madre tenía la mesa lista para sentarnos a comer. Deseaba que comiéramos juntos antes de partir, por lo que le dimos el gusto, bueno y que… donde manda capitán, no manda soldado.

—Cariño, te he dejado la comida en la nevera para esta semana, Julia vendrá solamente en las mañanas —informó mi madre acomodándose junto a mi padre.

—Ok ma.

—Ok, nada señorita, tiene que comer bien y por favor no te saltes ninguna comida, no comas solamente comida basura. Que nos conocemos.

—Te prometo que todo irá bien, qué comeré todos los días.

—Tu padre y yo te llamaremos todas las tardes —mi padre al escuchar su mención levanta la cabeza y asintió confirmando las palabras de su mujer.

—Mamá, no hace falta, váyanse tranquilos, disfruten del viaje, todo va a estar bien —recalque las últimas palabras de forma pausada, mientras me llevaba un tomatito a la boca.

—Mara tiene razón, cariño, todo va a estar bien, nuestra pequeña se sabe cuidar —tras sus palabras me guiño un ojo.

—No hagas locuras Mara y sobre todo estudia — continuo mi madre en su línea.

—En eso sí, que voy a tener que darte toda la razón —indicó mi padre posando su mirada fijamente en mí—. Nada de locuras, ni fiestas dentro de la casa —expresó serio, pero luego vi como en su rostro se iba formando una sonrisa pícara—. En la piscina, sí que puedes.

No pude retener las ganas de echarme a reír, mientras mi madre negaba con la mirada fija en mi progenitor.

—¡No tienes remedio Mark! Eres una mala influencia para mi hija.

—Nuestra, cariño, nuestra —señaló con otra de sus miradas pícara—. O ya se te olvidado que la hicimos juntos.

Volví a reír a la par que mi madre se ponía roja como un tomate y abría los ojos considerablemente, intentando no reírse con las ocurrencias de mi señor padre.

Terminamos de comer, luego de pasar otro rato hablando de cosas triviales. Habían llegado sus amigos, junto a un carro lo bastante amplio para los cuatro y un chofer.

Tras las presentaciones, aunque ya conocía a los señores McCasthy, él era un empresario como papá y dueño de una de las cadenas hoteleras más grandes del país y su esposa era una reconocida diseñadora de interiores. Eran una pareja que iban cruzando los cuarenta como mis padres.

—¿La pequeña Grandstaff no nos acompaña? —curioseó el señor Mauricio, a lo que mi padre explicó los motivos de no poder asistir.

—Mi bebé tampoco nos acompañará, tiene un proyecto de la universidad y quiere terminarlo antes para poder centrarse en el negocio familiar —nos contaba la señora Rebeca con orgullo en sus ojos al hablar de su hijo.

Ayude a mis padres con sus maletas y cuando llegue al auto desde la parte trasera pude ver a alguien en los asientos. Decidí seguir con lo mío, intentando guardar la maleta de mi madre que pesaba demasiado, ¿qué le había metido dentro? ¿piedras? No podía subir la jodida maleta.

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