Baile de emociones

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Las luces del gran salón parpadeaban, su suave fulgor bañaba la estancia, convirtiendo la noche en un resplandeciente cuadro de estrellas fugaces. Risas forzadas y murmullos calculados se entretejían en el aire, evocando la elegancia y la artificiosidad de un perfume demasiado empalagoso. La vibrante sinfonía de la sociedad jurídica de San Francisco resonaba en toda la sala, una sinfonía de notas estridentes que envolvían el lugar en un constante zumbido de conversaciones.

En su rincón apartado, Lexa esperaba mirando su reloj de pulsera, intentando concentrarse en Edward, un compañero de violencia que llevaba desde hacía diez minutos desgranándole todos los detalles sobre las asignaciones del turno de oficio. No estaba segura de por qué había aceptado venir a la gala en lugar de pasar la noche con Costia. "Esto es un error", pensó, dejándose absorber por el tumulto del ambiente. Pero entonces, su mirada se desvió hacia la entrada, y su aliento se detuvo en su garganta.

Clarke entraba en la sala y cada detalle de ella parecía resplandecer con luz propia. O quizás es que Lexa no tenía ojos para nada más, empezando por su sonrisa, que superaba a las brillantes luces del salón, o terminando por el elegante vestido negro que realzaba cada detalle de su cuerpo. Lexa se quedó sin palabras, observándola moverse con facilidad entre los asistentes, saludando a viejos amigos y compañeros con una gracia y confianza envidiables. La abogada no pudo evitar sentir una punzada de orgullo, un sentimiento contradictorio que mezclaba admiración, atracción y un toque de inquietud. El remolino de emociones que surgió al ver a Clarke le confirmó que, aunque su decisión de asistir a la gala pudiera haber sido un error, era un error que, a pesar de todo, estaba dispuesta a cometer. Con esa confirmación, Lexa Woods se rindió a la realidad y constató que se había quitado un peso de encima. Aquella atracción que había sentido por Clarke Griffin desde la primera noche de la rubia en la ciudad era real. Y no tenía nada de malo. Podría con ello. Ya pensaría en las consecuencias mañana. Hoy tan solo tenía ojos y pensamientos para Clarke Griffin.

-Discúlpame, Edward. ¿Puedes mandarme la información al correo electrónico? Tengo que saludar a alguien, es importante.

Sin decir más, dejó a su compañero con la palabra en la boca y se dirigió hacia una de las bandejas rellenas de copas de vino. Tomó una y se dirigió hacia la fiscal. Una chispa de reconocimiento iluminó los ojos azules de Clarke cuando se giró hacia Lexa y su sonrisa se hizo aún más amplia. Avanzó, esquivando con gracia a los demás asistentes, manteniendo su mirada fija en la abogada. El nerviosismo de Lexa se acrecentó cuando vio a Clarke acercarse. La rubia estaba radiante, cada paso, cada gesto, estaba lleno de una confianza innata que era casi hipnótica.

-Lexa - saludó Clarke con voz suave pero clara en el caos de la sala – No sabes cómo me alegro de verte por aquí. Creo que estás dispuesta a salvar todas mis noches en San Francisco.

Clarke la abrazó. No había ningún preámbulo, ni una advertencia, solo la súbita y dulce presencia de Clarke envolviéndola en un abrazo cálido y lleno de algo que Lexa no se atrevía a identificar. Las manos de Clarke se enredaron en la espalda de su vestido, y el corazón de Lexa dio un vuelco, casi se paralizó, antes de volver a latir con un ritmo más rápido y descontrolado.

Lexa se quedó inmóvil, atrapada en la sorpresa del momento. La dulzura pero firmeza del abrazo con el que Clarke la sostenía era algo que no había experimentado en mucho tiempo. Finalmente, y lentamente, sus propios brazos se levantaron para devolver el gesto, su cuerpo relajándose en la intimidad de su proximidad. Su cuerpo, que había estado rígido con sorpresa, se relajó en la intimidad del contacto, permitiéndose hundirse en el calor que Clarke desprendía. El aroma de la fiscal la inundó, una mezcla embriagadora de su suave perfume y ese algo que era innatamente Clarke. Su perfume la envolvió, como un suave viento de verano, transportándola a lugares desconocidos. Un rastro de vainilla, dulce y acogedor, que se entrelazaba con el aroma fresco y floral del jazmín, formando una sinfonía olfativa que la hizo sentir casi embriagada. Un aroma que, a pesar de su breve tiempo juntas, había llegado a recordar y apreciar.

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