Un diluvio, un drama épico y varias puertas por abrir.

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Las gotas comenzaban a formar charcos en las calles de San Francisco, dando a la ciudad una frescura melancólica. Desde la perspectiva de Lexa, ver a Clarke alejarse era como perder un tesoro valioso, cada paso que Clarke daba retumbaba en su pecho como un eco doloroso. La lluvia persistente le emborronaba la visión, pero Lexa tenía una determinación en sus ojos que la guiaba hacia adelante. Su corazón latía fuerte, resonando en su pecho con fuerza. Las luces parpadeantes de San Francisco parecían borrosas y distantes. Cada paso hacia esa puerta le recordaba al peso de cómo se había quedado paralizada como una idiota bajo la lluvia y no había dicho ni media palabra.

Al llegar, se detuvo un momento, respirando con dificultad, tratando de reunir el coraje para hacer lo que venía a hacer. Después de un momento que pareció durar una eternidad, finalmente llamó a la puerta. Se abrió casi de inmediato, revelando un rostro sorprendido.

— Por el amor de... ¿Qué haces aquí, Lex? ¡Estás empapada! ¿Te has vuelto loca?

Sin esperar una invitación, Lexa entró como un vendaval.

—Es una larga historia —fue todo lo que Lexa pudo decir.

El suelo bebía las gotas que caían de su ropa mientras Echo intentaba calmarla, pidiéndole explicaciones con los ojos. Lexa dio vueltas por la habitación, dejando un rastro húmedo por donde pasaba.

—Y entonces, Clarke me dijo que no podía, pero yo no le dije nada y entonces todo lo de Adrienne y Bellamy, no sé, creo que la he cagado a lo grande—se embarulló en su relato, moviéndose de un lado a otro con gestos exagerados mientras recogía su pelo mojado. Su cuerpo era incapaz de contener la marea emocional que la azotaba. Hablaba con urgencia  casi sin que quedara lugar para respirar.

Echo, viéndola en ese estado, la frenó, agarrándola por las hombros y mirándola directamente a los ojos.

—En primer lugar, Lexa, eso no son los modales que te he enseñado—comenzó divertida —, se saluda a las personas cuando se llega.

Lexa levantó la mirada, como si despertara de un sueño. Allí estaba Octavia, sentada en un rincón del sofá, mirándola con una sonrisa divertida y un brillo juguetón en los ojos.

—¿Pero qué...? ¿Qué haces tú...? Mira, da igual. La he cagado, como siempre. Hola Octavia.

Octavia se rió suavemente.

—No esperaba menos drama de ti, Lex. ¿Qué ha pasado con Clarke?

Echo, dejando de lado su propia incomodidad, abrazó a Lexa, quien respondió al abrazo mientras Octavia, con una sonrisa consoladora, se levantaba del sofá y se acercaba para apretarle el brazo con cariño.

—No importa, Lex, lo arreglaremos, siempre lo hacemos —susurró Echo.

–No lo creo - respondió Lexa con las lágrimas saltadas aunque pudo ver como Octavia ponía los ojos en blanco — Deberías estar defendiendo a tu amiga de lo que he hecho. He sido lo peor.

El mundo giraba alrededor de Lexa. Giraba, giraba y ella parecía estar en el centro de todo, aunque en realidad estaba en el centro de su propio drama. Lexa sintió cómo el mundo se volvía un torbellino a su alrededor. Octavia, siempre la reina del sarcasmo, levantó una ceja y la miró de arriba abajo.

—Mira, Lexa Woods, sé que eres propensa a los dramas épicos, pero también sé que no herirías a nadie a propósito. Y menos aún a mi Clarke Griffin. Así que, dime, ¿qué te hace pensar que esta vez es el fin del mundo?

—Pues porque siento cada vez que doy un paso, siento que me hundo más. Es como cuando intentas nadar y te das cuenta de que estás atrapada en un remolino y todo lo que quieres hacer es salir a la superficie y respirar, pero no puedes.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora