14 pisos y una secretaria

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El lunes por la mañana en el juzgado estaba lleno de su habitual bullicio de abogados, jueces, y personal de apoyo que se movían a un ritmo frenético. Sin embargo, en medio de todo, Lexa parecía estar en su propio mundo. Porque caminar era demasiado mundano para como se sentía la castaña. Su paso era lento y deliberado, con su mente a kilómetros de distancia del papeleo y de las diligencias legales que tenía que manejar. Todopoderosa Woods parecía levitar por encima del gris entorno del juzgado, porque las luces fluorescentes del edificio se desvanecían en comparación con el recuerdo de Clarke iluminada por la suave luz del sol del anterior día.

Mientras salía de la sala de instrucción número 22, Lexa se permitía que las imágenes del fin de semana danzaran en su mente. ¿Cuándo podría repetirlo? Porque podría repetirlo, ¿verdad? Habían intercambiado varios mensajes de whataspp, entre nuevas insinuaciones y bromas, por lo que daba por hecho que estaba todo bien con la joven. Más que bien. Porque besar a Clarke había sido como destapar una botella de champán y no poder contenerla. Es que quería todo de la fiscal. Necesitaba enredar de nuevo sus dedos en aquel pelo rubio, morder su cuello, mirarla a los ojos y decirle que quizás San Francisco fuera más soleado desde aquel beso en la piscina. La forma en que los ojos azules de Clarke brillaban bajo la luz, cómo sus labios se sentían contra los suyos, y el calor de su cuerpo cerca era algo que le despertaba una sensación muy placentera en su pecho. Recordaba cada detalle, cada susurro, cada toque. Era un recuerdo tan potente que podía sentir el cosquilleo en su piel y el latido acelerado de su corazón como si estuviera sucediendo en ese mismo instante.

La voz de un colega de profesión la sacó de sus pensamientos, preguntándole sobre algún archivo que necesitaban para un caso en común. Sin embargo, antes de poder responder, sus ojos se encontraron con los de Clarke desde el otro lado del pasillo. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, reviviendo el beso de ese día, incluso con la distancia y las circunstancias del entorno profesional que las rodeaba. Decir que le temblaban hasta las piernas era hasta corto. "Menuda profesional del lesbianismo estás hecha".

Clarke le dirigió una sonrisa discreta, pero Lexa podía ver por la intensidad en sus ojos que ella también estaba reviviendo ese momento. Ambas intercambiaron una mirada cargada de 'después' y 'ojalás'. Porque si no la besaba ahora mismo quizás entrara en combustión y un incendio en el juzgado principal de San Francisco no le vendría bien a nadie. Devolvió su atención a su compañero Michael Risk y tras un intercambio dialéctico algo breve por parte de la letrada tomó rumbo hacia la salida. Sin embargo, suspirando, volvió sobre sus pasos, hacia la planta número 14 de aquel edificio.

Lexa miró el ascensor y después el reloj de pared, su impaciencia aumentando con cada segundo que pasaba. Haciendo un cálculo rápido en su cabeza, decidió que tardaría menos tiempo subiendo las escaleras que esperando el ascensor. Con determinación, y teniendo en cuenta que su forma física no era nada despreciable gracias a las jornadas maratonianas de footing, Lexa se abalanzó hacia las escaleras. Tres pisos más tarde, sus pulmones le gritaban, su traje ajustado conspiraba contra ella, y sus tacones parecían haberse aliado con las fuerzas de la gravedad. "Por Clarke", se dijo a sí misma, "y por no hacer el ridículo en medio del juzgado".

Finalmente llegó al piso 14, con algún pulmón de menos, pero con una determinación inquebrantable. Se recompuso y se encontró frente a frente con la secretaria de Clarke. No podía ser, un nuevo obstáculo. En lugar de la mujer mayor dulce, paciente y amable que acompañaba a la fiscal en su trabajo por el juzgado se encontraba aquella señora de mediana edad con mirada afilada, más parecida a un águila que a un humano y que levantó una ceja cuando Lexa se aproximó.

La mera visión de Estelle siempre había sido suficiente para provocar que un sudor frío corriera por la espalda de cualquiera. Con una altura imponente que la hacía parecer la guardiana de una fortaleza, su cabello estaba peinado en un moño tan apretado que parecía que podía hacer estallar cualquier pensamiento frívolo que intentara introducirse en su mente. Vestía siempre con trajes de colores oscuros y con un gusto sobrio, que le otorgaban la apariencia de alguien que iba a un funeral todos los días. Y no cualquier funeral, sino al de tu carrera.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora