Síndrome de salvadora del mundo.

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Diez días. Doscientas cuarenta horas. Catorce mil cuatrocientos minutos. Ochocientos sesenta y cuatro mil segundos. No era una experta en números como parecía ser Echo, pero Clarke sabía con certeza el tiempo que llevaba sin poder cruzar más de una frase con Lexa Woods. Diez días desde aquel acercamiento y ella todavía estaba intentando adaptarse a esa nueva realidad donde, si se paraba a pensarlo, se había quedado con las ganas de probar a que sabían los labios de la abogada.  Se habían cruzado varias veces por el juzgado, entre despistados "¿Cómo te va, Griffin?" y "No le des mucha caña a los pobres abogados de la costa, fiscal" que aceleraban su corazón tontamente. Y no es que la fiscal anduviera contando las veces que veía a Lexa. Es que estas eran tan breves y distanciadas que a la joven le hubiera gustado parar el griterío sordo de las salas de juzgado, el tic-tac eterno de los relojes e incluso los archivos que se acumulaban como montañas de papel en su escritorio para que le dieran un respiro en su propia cruzada. Porque la fiscal estaba muy inmersa en su trabajo, pero también le entraban ganas de decirle a todos esos obstáculos que también estaba muy inmersa intentando descubrir lo que le pasaba con Lexa, y que al lado de sus ojos verdes todo lo demás parecía tener un poquito, bastante, menos de importancia.  Y que quizás la castaña estuviera empezando con Costia, pero que también podían darle a ella un respiro, porque echaba de menos como la abogada la hacía reír con cualquier tontería. Y no tenía nada de malo y no sabía porque el universo se lo estaba poniendo tan complicado.

Al menos la primera vez que Clarke vio a Lexa después de aquella fatídica noche en El Tridente supo sin ningún tipo de dudas que nada había cambiado entre ellas. Todos sus miedos, desvelos e insomnios desaparecieron y su sustituto era una increíble sonrisa de medio lado que le decía que todo estaba bien. No había señales de remordimiento o arrepentimiento en los ojos verdes de Lexa, pero con un poco de decepción reconoció que tampoco había confusión o deseo y quizás ya lo había olvidado. Después de todo, estaba en su propio mundo con Costia. O quizás la abogada lo había catalogado como una tontería y ya lo había dejado atrás. "Todo está bien, seguiremos como si nada y la noche en El Tridente pasará a ser una anécdota más", se repetía. Un nuevo Terry Hudson en su corto historial amoroso, sin granos y con una facilidad increíble para que aquellos trajes que lucía en el juzgado le sentaran como un puto guante. Y con una sonrisa jodida y fascinantemente creada para quedarse quizás también un poco colgada de ella, para desear gritarle en medio de aquel juzgado "Mírame, Woods, necesito que por un minuto me sonrías solo a mí porque desde que no lo haces creo que San Francisco es un poco más gris". Y sin beso. Especialmente sin beso. Porque al adolescente Hudson lo había besado a expensas de su también adolescente Octavia, pero a la abogada no, y eso hacía que la curiosidad y la decepción lucharan a partes iguales dentro de su pecho, y ella, con la maestría adquirida a lo largo de los años, ejercía de árbitro, parando la contienda cada vez que se desbordaban. Y a pesar de todo, Clarke Griffin todavía encontraba el tiempo y la energía para sonreír cuando se cruzaba con Lexa Woods en los pasillos del juzgado.

Se repetía a sí misma que todo estaba bien, que podía manejar la situación. Lo que cada vez le resultaba más difícil ignorar eran las volteretas que daba su caja torácica cuando por casualidad se encontraba con la abogada saliendo de alguna sala donde ella entraba o al contrario. En aquel transcurso de tiempo había vivido 4 vistas, 6 juicios, 23 reuniones y una mudanza, puesto que por fin había conseguido encontrar piso. Otra odisea que le guardaba San Francisco, esta vez en forma de cajas, trayectos interminables en coche y protestas varias de Octavia, ese Titanic muy dispuesta a enfrentar icebergs por ella, pero solo si estos no volvían a tener forma de mudanza.

Y allí estaba ella, 10 días después con una cerveza en la mano en el Atrium mientras escuchaba de fondo a su amiga hablar con el nuevo funcionario del juzgado. Por fin habían conseguido sacar un hueco en sus asfixiantes jornadas laborales para poder despejarse, aunque la fiscal no sabía si había sido la mejor idea precisamente. Miraba de reojo la barra y allí estaba ella: atractiva, sexy, simpática, muy sexy y hasta con un increíble sentido del humor que resultaba contagioso. Además de ser realmente sexy. Es que Clarke consideraba el mundo muy injusto en momentos como aquel. ¿Cómo iba a tener Costia todos esos dones y encima tener a Lexa Woods comiendo de su mano? ¿Es que no pensaba dejar nada para los demás? Y con los demás se refería al mundo en general, por supuesto, porque no se podía tener todo y encima a Lexa Woods de casi pareja. La verdad es que era algo terriblemente injusto y ella era fiscal precisamente porque no soportaba las injusticias. Solo faltaba que llegara la abogada y la besara para terminar de gritar "oye el mundo no es justo y deberíais saberlo".

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