Algo irremediable e inevitable.

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Clarke respiraba aceleradamente y sabía, por experiencia previa, que seguramente sus ojos se encontraban brillando con una luz muy característica. Observaba la situación con atención, casi sin pestañear, con una mezcla de admiración y reverencia. Sus labios se curvaban ligeramente, formando una sonrisa suave, casi imperceptible. Había algo en el aire que la envolvía, algo que la hacía sentirse parte de un mundo más grande e increíble; los colores a su alrededor parecían más vivos, los sonidos más nítidos, parecía incluso que volaba. Clarke se preguntaba, perdida en su admiración, como el mundo podía siquiera seguir en su ridículo movimiento de traslación y rotación ante lo que se estaba desarrollando ante sus ojos.

Su postura era relajada pero atenta, casi hipnotizada, como si temiera perderse un solo detalle de lo que sucedía. El salón de su casa se encontraba Clarke estaba bañada en la suave luz del atardecer que se colaba tímidamente a través de las cortinas. Era un día cualquiera, una tarde cualquiera. El aire estaba impregnado de una suave fragancia, una mezcla de lo cotidiano y lo excepcional y, al mismo tiempo, observaba, fascinada, cada movimiento debajo de ella. El contacto, la cercanía, la intensidad... Clarke se sentía atrapada, inmersa en una oleada de sensaciones, cada una más intensa que la anterior. Sus pensamientos, normalmente claros y lógicos, ahora se encontraban a la merced de la locura. Nunca se había sentido tan vulnerable, pero al mismo tiempo tan llena de vida y de fortaleza. Y en el centro de todo aquello, como no, estaba Lexa.

—Mira cómo me tienes— murmuró Clarke con un tono que se mezclaba con el deseo y una proposición más que explícita —No me puedo creer que aún tengamos la ropa puesta.

—Eso se puede arreglar rápidamente.

Lexa sonrió de medio lado y eso terminó de impulsar las terminaciones nerviosas de Clarke. Clarke no había deseado otra cosa desde que habían cruzado la puerta de su casa. De hecho, tan pronto como la abrió, no pudo contenerse. Con una urgencia que no necesitaba palabras, capturó los labios de la abogada con toda la pasión que sentía por ella. Lexa le había respondido con la misma intensidad, sus manos agarrando fuertemente a Clarke con sus manos y devolviéndole cada beso con la misma hambre. La rubia sentía que la tensión de aquel día se había desvanecido entre los jadeos cada vez más acelerados de Lexa y que había sido reemplazada por una excitación cruda, casi dolorosa. Habían llegado hasta aquel sofá donde se encontraban ahora sin dejar de besarse, con una Clarke guiando sus pasos. No había habido tiempo para palabras, porque aquella urgencia era tan abrumadora que, ahora, en el sofá, Clarke se encontraba encima de Lexa, con su propia camisa y sujetador ya parte de un pasado muy lejano y su falda subida hasta la cintura. Lexa, con la camisa del traje abierta y el pantalón desabrochado, irradiaba una elegancia deshecha que hacía que el deseo de Clarke se volviera aún más ardiente.

Las manos de Clarke se deslizaron bajo la camisa de Lexa, sintiendo el calor y la suavidad de su piel.

—Te necesito, Lexa — suspiró Clarke con su respiración entrecortada por la intensidad de su necesidad —Ahora mismo.

Lexa respondió elevando sus caderas en un gesto que enviaba un claro mensaje a Clarke y esta llevo la mano de la abogada entre sus piernas.

—Clarke, me vuelves loca — gruñó Lexa —  No puedo pensar, no puedo... solo quiero sentirte.

Clarke se permitió por un momento sentir que aquella necesidad iba más allá de la razón. Se encontraba explorando la piel de Lexa con una mezcla de urgencia y reverencia, cada caricia dibujando líneas de fuego sobre su cuerpo. Sus labios se encontraban y se separaban en un ritmo frenético, interrumpido solo por sus respiraciones entrecortadas y palabras susurradas en el calor del momento. La rubia maniobró entre la ropa interior de Lexa y jadeó contra sus labios al notar la excitación de la castaña. Lexa le devolvió la jugada e introdujo un dedo dentro de la fiscal y esta se quedó prendada de la expresión de la joven, apretando fuertemente las mandíbulas ante la excitación del momento. Los dedos de Clarke se aventuraron más allá, moviéndose en el interior de la abogada, provocando reacciones que eran el mejor sonido del mundo para sus oídos: los suspiros y los jadeos de Lexa. Cada roce era como un rayo que atravesaba el corazón de Clarke, que le hacía pensar que moriría ante aquella intensidad de emociones. En ese instante, Clarke bajó su mirada para encontrarse con los ojos verdes de Lexa y vio reflejada la misma tormenta de emociones que sentía en su interior.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora