La mejor abogada de San Francisco.

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Al cruzar el umbral de la puerta, el mundo alrededor de Lexa se esfumó. Clarke, envuelta en la luz del ocaso que filtraba las persianas, se convirtió en la única existencia que importaba mientras sujetaba la puerta. Dejando caer todo protocolo y cualquier cortesía, Lexa cerró la distancia entre ambas con un paso apresurado. Sus labios encontraron a Clarke en un beso desesperado, como si quisiera devorar cada pensamiento, cada secreto, cada deseo que la rubia pudiera haber tenido en su vida. Clarke respondió al beso con la misma pasión, sus manos viajando por el cabello oscuro de Lexa, atrayéndola más hacia ella. Clarke se separó con una risa, sus ojos brillando de picardía.

–Tranquila, fiera – susurró con una sonrisa divertida — Yo también te he echado de menos, preciosa.

Lexa exhaló, aún atrapada en el vértigo del momento.

–Clarke...–comenzó, pero las palabras se le escaparon como si nunca hubieran existido y tuvo que volver a besarla. Todo se sentía como un huracán, cada sensación más intensa que la anterior.

Lexa avanzó hacia Clarke con una urgencia palpable, cada centímetro entre ellas sintiéndose como un abismo. Con mano firme y decidida, guió a Clarke hacia atrás, impulsándola suavemente hasta que su espalda encontró el robusto escritorio. La rubia no se resistió y Lexa la subió a él. Con cada beso, Lexa sentía que traspasaba más allá de la piel de Clarke, como si intentara llegar a su alma. Era un anhelo tan profundo y avasallador que incluso el aire en la habitación parecía cargarse de la pasión entre ellas. Sus manos encontraron el inicio de la blusa de Clarke, desabrochándola con cuidado, pero con rapidez, revelando la piel pálida iluminada por el ocaso.

Empujándola con suavidad, Lexa tumbó a Clarke sobre el escritorio, rodeada de expedientes y papeles ahora olvidados. Los rayos del sol, quebrándose entre las persianas, bañaban a Clarke en una luminosidad dorada. Despeinada, con la blusa totalmente abierta y ese toque de diversión en sus ojos, Clarke era, para Lexa, la visión más hermosa que jamás había visto. Sus ojos recorrían el rostro de Clarke como si trazara constelaciones, conectando lunares y pecas, buscando patrones en sus rasgos. "Esto no es real, algo tan perfecto no puede serlo", pensó Lexa, sintiendo el peso de Clarke debajo de sus manos, la forma en que sus cuerpos se entrelazaban. Podría haberse desatado un incendio, podría haber sonado la alarma del edificio, y Lexa no lo habría notado. El mundo era Clarke y ella, en un escritorio lleno de responsabilidades olvidadas.

— ¿Eso es... un informe sobre el caso Jameson? — preguntó Lexa, con un toque de diversión, señalando un expediente desplazado bajo el brazo de Clarke.

La fiscal sonrió, siguiendo la mirada de Lexa.

— Ahora mismo, no tiene ningún tipo de importancia —murmuró, inclinándose nuevamente hacia Lexa y agarrándola por el borde de su vestido.

Lexa se inclinó, el pulso acelerado, y Clarke respondió al avance, extendiéndose para encontrarla. Ambas se movían con la precisión y la gravedad de planetas en órbita, un magnetismo invisible pero inevitable entre ellas. Clarke, con una risa juguetona, capturó las muñecas de Lexa, tirando con un firmeza sorprendente. Lexa se tambaleó, sin caer realmente, pero la sensación la encendió. Una confusión que duró un instante, acompañada de la respiración agitada de ambas. El peso de las manos de Clarke sobre las muñecas de Lexa llevó a esta última a un estado casi etéreo. Clarke se movió con una determinación feroz contra su muslo y Lexa se dejó llevar sintiendo la humedad de la fiscal contra su muslo."No te vayas", pensó Lexa, sintiendo que cada segundo era precioso. Cada momento con Clarke valía más que un millón de instantes sin ella. Clarke era su religión favorita y ella su devota número uno. Porque la imagen de Clarke con aquellos tacones vertiginosos entreabriendo sus piernas ante ella no podía ser considerada otra cosa. "No te vayas". Decidida a comenzar su plan para que Clarke Griffin se quedara en su vida, la besó con determinación y bajó entre sus piernas, dispuesta a hacerle olvidar cualquier pensamiento que pudiera pasársele por la cabeza.

Quid pro quo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora