--CAPITULO 29--

99 9 1
                                    


Adriano

Siento mi corazón acelerarse en sobremanera. El aliento deja mi boca y siento los latidos en mi garganta.

—¿Qué has dicho? — pregunto incrédulo.

La línea se queda en silencio unos minutos que me parecen eternos. La escucho carraspear por lo que se que no ha terminado la llamada.

—Zaila, habla—ordeno.

—Alessandro está muerto—responde cortantemente.

—No digas estupideces—digo molesto.

—Tengo su cabeza a mis pies— se escucha un fuerte suspiro, se toma un momento y vuelve a hablar—: ¿Crees que estoy diciendo estupideces?

Me contesta con un tono jodidamente frío que me hace inquietar.

—Zaila, tranquilízate.

—Estoy tranquila. Solo ven—ordena y cuelga.

Estoy desconcertado, no puedo pensar con claridad. Quisiera saber que pasó en esos minutos en los que la línea se quedó en silencio, ese cambio en su voz, estaba lleno de angustia y al minuto siguiente era careciente de emociones. Estoy lleno de inquietud y no puedo dejar de pensar, sin avisar salgo del lugar y subo a mi auto arrancando con rapidez. Parece que hoy las cosas no me van demasiado bien, hay un accidente de tráfico que me impide el paso, así que tengo que regresar y tomar el camino más largo a casa.

Tardo unos eternos minutos para llegar a mi casa, está rodeada de mi guardias que al verme llegar bajan la cabeza en señal de respeto. Bajo de mi carro mientras dos de los hombres que custodian la puerta abren las rejas.

A pesar de los guardias en el jardín todo luce extrañamente tranquilo.

Pareciera que nada ha sucedido. Pero a pesar de eso se puede respirar un ambiente tenso.

—Señor tenemos—habla uno de ellos.

—Después.

Camino con pasos decididos hacia el interior de nuestra casa. Veo a tres de mis hombres salir del despacho y al verme se dirigen a la salida. Adentro mis pasos al lugar de donde han salido y puedo ver a mi mujer sentada con la espalda recta y el mentón en alto detrás del escritorio, junto a ella, de pie está Quevedo. Al percatarse de mi presencia su mirada se encuentra con la mía.

No me gusta lo que veo, lo he de admitir.

—¿Qué carajos está pasando?—pregunto.

—Están aquí para investigar el coche que dejó la caja con la cabeza—responde Zaila.

Veo a Quevedo, quien no ha dicho ni una palabra. No necesito decir una palabra porque actúa por sí solo alejándose de mi mujer.

Hombre inteligente.

Zaila ve a Quevedo alejarse y luego su fría mirada se centra en mi, alza sus cejas pero no me dice nada, en cambio se pone de pie y me muestra una grabación.

El video muestra cómo un coche pasa a toda velocidad mientras tira la caja al piso y esta rueda a unos cuantos metros de la reja.

—Como puedes ver, el auto tiene los vidrios polarizados, no se ve el conductor—hace una pausa mientras se inclina levemente sobre el escritorio en una pose segura y continua—: Pero cometieron un error demasiado notorio para alguien tan observadora como yo.

Retrocede el video y lo pausa en el momento justo en el que un hombre cuyo rostro no es reconocible gracias al pasamontañas que lleva tira la caja por la ventana trasera del automóvil . La veo hacer zoom al video y se ve un poco del interior del auto.

RAMÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora