Rojo, blanco y sangre azul

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Henry George Edward James Fox-Mountchristen-Windsor.
Alexander Gabriel Claremont-Díaz.

"Así es como se siente ahora en este lugar, sin saber por qué: desvelado en mitad de la noche en un entorno desconocido, obligado por el deber de hacer que funcione".

"-¿Alguna vez te has preguntado -dice despacio- cómo sería ir por el mundo siendo una persona anónima?" -Henry.

"-Las decisiones que toman otras personas no cambian la persona que eres tú.
-Pues a mí sí me lo parece -replica Alex-. Yo quería creer en que algunas personas son buenas y se dedican a este trabajo porque quieren hacer el bien. Que hacen lo correcto durante la mayor parte del tiempo, y la mayoría de las cosas las hacen por las razones correctas. Yo quería ser la clase de persona que cree en eso".

Cartas que escribió Alexander Hamilton a John Laurens:
«La verdad es que soy un hombre sincero e infortunado que habla de sus sentimientos a todo el mundo y con énfasis. Te digo esto porque tú ya lo sabes y no me acusarás de ser vanidoso. Odio el Congreso, odio el ejército, odio el mundo, me odio a mí mismo. Es todo una masa de necios y villanos; quizá podría exceptuarte a ti...».

"Reflexionar sobre la historia hace que me pregunte cómo encajaré yo en ella en el futuro. Y también tú. Me gustaría que la gente aún escribiera así.
Así que la historia, ¿eh? Seguro que tú y yo haríamos historia". -Alex.

"¿Tengo que decirte que cuando estamos separados vuelvo a sentir tu cuerpo en sueños? ¿Que cuando estoy dormido te veo a ti, la curva de tu cintura, la peca que tienes en la cadera, y que cuando me despierto al día siguiente tengo la sensación de haber estado contigo, que aún siento la caricia de tu mano en mi nuca, reciente y no imaginada? ¿Que siento tu piel en contacto con la mía, y siento todo el cuerpo dolorido? ¿Que durante unos instantes puedo contener la respiración y estar de nuevo contigo, en un sueño, en un millar de habitaciones, o en ningún lugar?" -Henry.

De Hamilton para Eliza:
«Tú acaparas mis pensamientos tan enteramente que no puedo pensar en nada más; no solo tienes mi mente ocupada todo el día, además te inmiscuyes en ella cuando estoy dormido. Me encuentro contigo en cada uno de mis sueños, y cuando despierto no puedo volver a cerrar los ojos, porque rememoro tu dulzura una y otra vez».

De Allen Ginsberg para Peter Orlovsky, 1958:
«Aunque anhelo el contacto real de la luz del sol entre nosotros, te añoro como se añora el hogar. Brilla otra vez, amor, y piensa en mí».

"De modo que el príncipe se puso esa armadura y durante muchos años creyó que era lo adecuado para él". -Henry.

De Henry James para Hendrick C. Andersen, 1899:
«Que los espléndidos Estados Unidos de América no sean, entre tanto, agresivos contigo. Siento en ti una gran confianza, querido muchacho, la cual es para mí una alegría exhibir. Mis esperanzas, mis deseos y mis simpatías, de corazón y muy firmemente, están contigo. De modo que levanta el ánimo y cuéntame cómo evoluciona tu (inevitablemente, imagino, más o menos extraña) historia en América. Te deseo, en cualquier caso, que tutta quella gente sea amable contigo».

"¿Y si hubiera hecho precisamente lo que juró que jamás haría, lo que más odia, y se hubiera enamorado de un príncipe porque era una fantasía?"

Hamilton para Laurens, que dice:
«No deberías haberte aprovechado de mi sensibilidad para colarte en mis afectos sin mi consentimiento».

"Querida Tisbe:
Ojalá no existiera un muro.
Con cariño, Píramo".

De Vita Sackville-West a Virginia Woolf, 1927:
«Una cosa tengo clara como el agua: te extraño incluso más de lo que creí posible; y eso que estaba preparada para extrañarte mucho».

De Radclyffe Hall a Evguenia Souline, 1934:
«Querida, no sé si te das cuenta de lo mucho que cuento con que vengas a Inglaterra y de lo mucho que ello significa para mí: significa el mundo entero, y por supuesto mi cuerpo será todo, todo tuyo, como el tuyo será todo, todo mío, querida [...] Y nada importará salvo nosotras dos, dos personas que anhelan a su amor y que finalmente estarán juntas».

De Eleanor Roosevelt a Lorena Hickock, 1933:
«Te echo muchísimo de menos, querida. La hora más feliz del día es cuando te escribo. Donde tú estás el tiempo es más tormentoso, pero te extraño del mismo modo».

"Me hiciste feliz, experimenté una felicidad que jamás había imaginado que pudiera experimentar una persona tan sujeta y encerrada como yo, y te amé. Y luego, de manera inexplicable, tuviste la total audacia de amarme tú también". -Henry.

De Miguel Ángel a Tommaso Cavalieri, 1533:
«Sé muy bien que, en esta hora, podría olvidar tu nombre con la misma facilidad con que olvido el alimento que me sustenta; no, sería más fácil olvidar el alimento, que tan solo nutre miserablemente mi cuerpo, que tu nombre, que nutre tanto mi cuerpo como mi alma y que llena el uno y la otra con tal dulzura, que no siento la fatiga ni el miedo a la muerte en tanto el recuerdo te conserve dentro de mi mente. Piensa, si los ojos pudieran también disfrutar de la parte que les corresponde, en qué estado me encontraría yo».

"Mira: no logro decidir si tus correos hacen que te extrañe menos o que te extrañe más. Cuando leo las cosas que me escribes, hay veces que me siento como si fuera una curiosa piedra en medio de un precioso océano de aguas transparentes. Tu amor es mucho más grande que tú mismo, más grande que todo. Me cuesta creer que haya tenido la suerte de presenciarlo siquiera, de ser el que ha conseguido tenerlo, y es tanto que deja de parecer una suerte y empieza a parecer el destino". -Alex.

De Richard Wagner a Eliza Wille, en referencia a Luis II, 1864:
«Es cierto que tengo a mi joven rey, que me adora de verdad. No puedes formarte una idea de cómo son nuestras relaciones. Recuerdo uno de los sueños de mi juventud. En cierta ocasión soñé que Shakespeare aún vivía, que yo lo veía y hablaba con él; jamás olvidaré la impresión que me causó ese sueño. Después me habría gustado ver a Beethoven, aunque ya había muerto. Algo parecido debe de suceder conmigo en la mente de este hombre tan adorable. Afirma que apenas puede creer que realmente me posea. Nadie puede leer sin asombro y sin fascinación las cartas que me escribe».

De Jean Cocteau a Jean Marais, 1939:
«Gracias desde el fondo de mi corazón por haberme salvado. Estaba ahogándome y tú te lanzaste al agua sin dudar, sin mirar atrás».

"-Faltan cinco minutos para que comience el resto de nuestra vida". -Henry.

"Ambos tienen que buscar la manera de hacer esto en la realidad, de amarse el uno al otro a la vista de todos. Él está seguro de que sabrán encontrar la manera".

-Casey McQuiston.

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