14. Reencuentro

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Minho sostenía una bolsa de hielos sobre su ceja ensangrentada, tal y como lo había dejado Jisung dos minutos atrás cuando se dirigió a buscar el botiquín de primeros auxilios que mantenía, prácticamente abandonado, debajo del pequeño lavabo del baño. Tomó asiento a un lado del mercenario en el lugar libre que quedaba en el sofá.

Abrió la pequeña caja y entrebuscó ahí hasta hallar una botellita de alcohol etílico, algodón y una gasa. Remojó el algodón con el líquido y exprimió un poco antes de sostenerlo con cuidado entre las puntas de sus dedos.

—Bien, déjame ver la herida —fueron las primeras palabras que soltó Jisung desde que Minho recuperó la consciencia, después de que el menor lo llevara a rastras a su apartamento tras lo ocurrido en el callejón.

Minho retiró la bolsa con hielos de su rostro y Jisung pudo ver con más detenimiento el estado del golpe. Un cardenal comenzaba a aparecer sobre el pómulo del mercenario; la ceja hinchada y sangrante iniciaba el estado de coagulación, pero con el alcohol seguramente volvería a brotar un poco más del líquido carmesí. Por suerte, el golpe no había alcanzado a interceptar con el ojo.

Acercó el algodón a la ceja de Minho y, con suaves toquesitos, comenzó a desinfectar la zona. Minho se sobresaltó con el dolor del primer tacto, pero se acostumbró rápidamente.

—¿Aquí vives ahora? —preguntó Minho con calma.

—¿Por qué preguntas como si no lo supieras? —cuestionó a su vez Jisung, intentando mantener toda su atención en la herida.

—¿Por qué lo sabría?

Jisung detuvo un momento sus movimientos y miró a Minho con poca paciencia en el semblante. Apretó un poco más fuerte de lo debido el algodón sobre la herida del mercenario, quien respingó ante el dolor.

—Bien, bien —admitió Minho—. Solo intentaba relajar el ambiente.

Esta vez, Jisung no reprimió el gesto de ojos en blanco que, sin ninguna vergüenza, dirigió a Minho.

—¿Cuánto tiempo llevabas siguiéndome? —cuestionó el menor.

—¿Importa?

Jisung tiró el algodón ensangrentado al cesto de basura y tomó otro para poner a toquecitos el anticéptico. Teniendo en cuenta que ya había colocado alcohol sobre la herida, era una medida preventiva que le daba paz mental más que otra cosa.

—¿Fue desde esta mañana? —insistió Jisung.

—Ajá —replicó Minho sin más.

—Deja de mentir.

—¡No miento! —soltó indignado el otro.

Jisung le dedicó una mirada fugaz con cara de pocos amigos. Tomó una bandita adhesiva y la colocó sobre la herida que ya había comenzado a cicatrizar.

—¡Por supuesto que sí! Estás haciendo eso con la nariz que haces cuando intentas ocultar algo —señaló Jisung.

—¿De qué carajos hablas?

—Ya sabes. Cuando haces algo como... —frunció ligeramente la nariz—. Y también aprietas los labios un poco, así.

Jusung hizo demostración de aquella mueca que, según él, era propia de Minho. Este último intentó ocultar una sonrisa con la mano y carraspeó.

—Solo me aseguro de que no hagas que te maten ni bien sales de este lugar —señaló el pequeño apartamento con un gesto de la mano—. O inclusive aquí mismo.

Jisung se cruzó de brazos. Había terminado la curación de Minho, por lo que se alejó de su lado para colocarse al otro extremo del sofá.

—¿Y por qué ahora tan de repente? Han pasado tres meses desde lo de Tokio. Bien podría haber estado muerto desde hace semanas.

Emperor's Road [Minsung]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora