13. Seúl

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El viento chocaba contra los grandes ventanales, helado; la nieve estaba en el punto más alto del año. Faltaba poco para Navidad y las calles de Seúl lo dejaban en claro. Decenas de personas entraban y salían de las tiendas y supermercados en busca del mejor regalo para sus seres queridos.

Hacía años que Minho no celebraba Navidad. No solo porque no fuera una festividad que en Corea no era del todo común sino hasta recientes años, gracias al capitalismo y la globalización, sino porque realmente nunca había tenido un lugar o personas con quien compartir ese momento.

Se ajustó la bufanda y exhaló. Imaginó la nube de vapor que habría escapado de su boca y desaparecido de a poco frente a sus ojos si hubiese estado fuera. El binie que protegía su cabeza del frío junto con la tela alrededor de su cuello, que le cubría también la mitad del rostro, hasta la nariz, dejaba solo una franja delgada de piel a la vista: sus ojos y pómulos. A pesar de que la cafetería era acogedora y cálida, no se había quitado ninguna de las dos prendas.

El americano que había pedido una hora atrás, ya frío, seguía sin tocar. Echó una mirada nuevamente a la puerta de cristal de la pequeña cafetería. Eran las dos veintiséis P.M. ¿Dónde estaba? Debería haber estado ahí desde hace dieciséis minutos.

Esa era su rutina de los martes, lo había descubierto Minho. En casa hasta la una P.M, después iba a dar un paseo al parque que terminaba con un latte mediano de esa cafetería. El resto del día podía ser distinto, pero el inicio siempre era el mismo.

Volvió a revisar la hora en su teléfono, solo dos minitos más se agregaron. Por millonésima vez en los últimos dos meses, se preguntó qué hacía ahí.

Era ridículo. Lo que estaba haciendo era ridículo.

Quizá ese día no iría. Quizá no había salido a dar su paseo matutino. Quizá había cambiado de cafetería. O quizá había salido del quintogécimo apartamento que había rentado en las últimas ocho semanas y al fin alguno de aquellos matones mafiosos que iban tras su padre lo había encontrado y ahora estaba atado de pies a cabeza en la parte trasera de una Van camino a Dios sabía dónde con un riesgo inminente de morir.

Minho casi se levanta de golpe con esa imagen mental presente cuando la campanilla que colgaba sobre la puerta de entrada sonó, anunciando la llegada de un nuevo comensal. Minho se detuvo en seco y se hundió en su asiento.

Una risa sonó, amortiguada por la distancia entre la entrada y el sitio en el que él se encontraba, pero la reconoció al instante. Era resonante y grave, pero de alguna forma, dulce y suave. Minho pestañeó tres veces y se percató de que la risa iba dirigida a una segunda persona que entró a la cafetería detrás del dueño de la sonrisa.

Un chico de unos veintantos años seguía a Jisung al mostrador. Era alto, de al menos uno ochenta y tres. El cabello marrón era lo suficientemente largo como para atarlo en una diminuta coleta si así lo hubiera querido. Sus movimientos eran ágiles y suaves.

¿Quién carajos era ese?

Jisung colocó una mano sobre el hombro del otro chico y soltó una risa. El acompañante inesperado ordenó por ambos a la barista frente a ellos.

-Dos americanos fríos, por favor.

El chico alto volvió a girarse hacia donde estaba Jisung y le sonrió amablemente. El otro respondió al gesto de la misma forma. Minho levantó una ceja.

Tres minutos después, la barista extendía ambas bebidas por encima de la barra. Cada uno de los clientes tomó su respectivo vaso.

¿En serio iba a tomar eso? Jisung odiaba el americano sin azúcar, y prefería el latte un millón de veces más.

Emperor's Road [Minsung]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora