CAPÍTULO 3

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Esta es la canción referenciada y recomendada para el capítulo:

Here Comes The Night - Tokio Hotel

Disfrutad de la Lectura y gracias por comentar.

- ¿Has llorado? - cuestiona su acompañante.

- ¿Por qué lo dices?

- Tu cara. - extiende la lengua y se pasa la yema del pulgar por la misma, antes de frotar esta sobre el maquillaje corrido de Bill, limpiándole-. Es como si hubieses estado llorando, nena.

El pelinegro negó con la cabeza. Era preferible darse a entender con el cuerpo, siempre que fuese posible, pues costaban discernirse sus voces entre el ruido.

- ¿Quieres salir a que te de el aire? - sugiere Marcus y Bill asiente.

Sin la música a todo volumen opacando su suave tono de voz, seguramente podría pedirle un par de pastillas, pensaba Bill. No parecía mala idea.

Ante la respuesta afirmativa y pese a encontrarse con su grupo de amigos, a Marcus poco le importó irse de allí sin avisar.

Él era un poco así; indomable. Demasiado libre.

De esos que dicen no usar el teléfono nunca.

Nunca.

A Bill le molestaba mucho que no le respondiera los mensajes durante el día, motivo por el que ponía en duda un futuro junto a él, más serio. Y es que sí, no tenía reparo en dejar a su cuadrilla para irse con él, romántico, pero tampoco lo tenía para dejar tirado a Bill e irse con alguien más.

Marcus abrió paso entre la multitud, por delante de Bill, cuya mano, bien sujeta, únicamente soltó una vez estuvieron fuera.

- Te quiero pedir algo.

- Mmm, esto suele ser al revés ¿qué pasa?

- Es solo... - Bill da un paso hacia él, casi pisándole las puntitas de los pies, y reposa las palmas ardientes sobre sus hombros. Ladea la cabeza y sus ojos se tornan brillantes, en son de súplica y manipulación-. Quiero un par de pastillas.

- Me encantaría consentir tu capricho, -le alza el rostro al apretarle con pulgar e índice por el mentón-. pero me he quedado sin, y cartones solo me quedan dos.

- Por favor.

- Nena, no puedo.

- Mm.

- No hagas eso, joder.

Bill miraba a los ojos aceituna de Marcus con una intensidad chantajista que casi parecía traspasar su cráneo y ver su mente desde dentro. Necesitaba diseccionar sus pensamientos para encontrar el punto débil con el que empujarle a ceder, porque solo podía pensar en complacer a su hermano, quien había vuelto a casa por fin. Si no conseguía algo con lo que colocarse, una culpa infinita se posaría sobre su cuerpo, como un manto oscuro que tiraría de él hacia abajo, incitándole a herirse. No entraba en sus planes defraudarle.

¿Y si Tom le veía ajeno a lo que solía ser? ¿se arrepentiría de haber vuelto? Cómo podía Bill demostrarle que sus palabras las seguía acatando como una voluntad casi divina, si no estaba en su mano conseguirle unas putas pastillas.

- Ven.

El pelinegro de mechas blancas tiró del brazo de su ligue, adentrándose junto a él en un callejón despejado de gente y luz. En aquella umbra densa, ningún foco apuntaba.

Bajó las manos con ímpetu y comenzó a luchar contra el cierre del pantalón ajeno, cuyo metal, por el ansioso movimiento, escapaba de sus uñas pintadas con un negro mate.

GEN MAO-ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora