CAPÍTULO 10

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Esta es la canción
recomendada para el capítulo:

Motionless In White - Eternally Yours

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Quiero hacerte daño. —declara. Sus orbes oscurecen y un gesto de deseo inmoral tiñe, repentinamente, cada uno de sus rasgos. Durante algunos segundos, tan solo observa a Bill siendo privado de oxígeno, y lo disfruta. La sangre se detiene allí donde sus dedos dictaminan. Aprieta, con mayor saña, su cuello de porcelana. La imagen de su gemelo siendo asfixiado le excita de sobremanera, pero aquello que desata su trastorno es ver cómo sonríe, masoquista y con el rostro amoratado, en consecuencia. Sabe que podría matarle mientras su instinto primario busca aire con desesperación, como un pez fuera del agua, y tener esa opción entre sus manos, le tienta. Sabe que Bill moriría por él. Mira a sus ojos y, por primera vez en años, se reconoce en ellos. Ve el mal con el que fueron engendrados, el pecado del mundo. Como carne de su carne, sangre de su sangre, y un alma fraccionada en dos cuerpos, lo entiende por fin. Nadie más podría entregarse a su delirio como Bill, nadie más podría comprender la vorágine—. Quiero verte llorar, por mí.

Aflojó la mano y la sangre fluyó de nuevo. Tres minutos más de reloj y Bill no hubiese sobrevivido para contar cómo su hermano lo había matado por morbo. Abrió la boca, desesperado por llenar sus pulmones de nuevo oxígeno, y con la respiración en hipidos, agitado, fue capaz de enderezarse y responder.

— En ese caso tendrás que decirme lo más bonito que me han dicho nunca... —Toma una pausa, todavía recomponiéndose de la fatiga—. O romperme el corazón.

— No te rompería el corazón, —Ahí por donde las manos inquietas del mayor trepan, comienzan a aparecer los relieves de heridas, viejas y nuevas. El complejo delator de su gemelo en el abdomen, el castigo en sus costillas. Tom trata de encontrar más, disimulado. No ha reparado con detalle sus piernas, y regresa para rozar esta vez, con las yemas de los dedos, la cara interna de sus muslos. Bill se retuerce por el cosquilleo que aquella zona, tan sensible, le provoca, escuchando lo que su gemelo verbaliza como una condena para la eternidad. Se funde la electricidad erótica con el escozor de las lesiones tiernas que todavía supuran al mínimo contacto o presión—. pudiendo dejarte sin andar por tres días.

— ¿No que muy heterosexual? —gimotea el de mechas, participando con valentía en un juego que atiza las brasas de la discordia, como si aquella noche se hubiese propuesto conocer la cara macabra de la muerte. Acerca al rostro al de Tom, y este lo aparta. Nada de besos que declina. Sin embargo, le toca por todos lados, como si quisiera desgastar la textura de su piel con ansia. Para Bill es más que suficiente.

— A veces no digo la verdad. —responde Tom, áspero, observando a los ojos impropios con un gesto pérfido. Pareciera que todo lo que sucede entre ellos lo hubiese imaginado con anterioridad, como un plan que no da cabida al azar, ni al libre albedrío. Una estrategia en la que la voluntad de Bill no figura por ningún lado. Al menos, es la primera impresión, desde la perspectiva el victimario. El menor se siente predecible, escrito por otro.

— A mí no me mientas. —su tono se enfría de forma fugaz, al tiempo en que su índice golpetea el pecho de el de trenzas, vacilón—. Nunca. —sostiene la mirada por unos instantes, después sonríe con una dulzura sombría, y más habitual—. ¿Has estado con algún hombre?

— No, eso no era mentira. —Sus dedos repasan con ahínco las heridas de Bill en un vaivén que, intencionadamente, provoca a sus nudillos rozarle la entrepierna, cuando sube—. Y mi sexualidad tampoco, pero después de verte, uno se replantea cosas.

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