Eric

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Su boca caliente, su agarre firme sobre mi cuello, su piel sobre la mía.

Me avergüenzo de no haberme apartado en cuanto sentí sus labios. Y me avergüenzo mucho más ahora de seguir pensando en él y en su beso caliente.

Por seguir pensando en sus dedos en mi cintura y en su sabor a miel.

Estaba tan enfadada con él que ni siquiera pensé que la noche pudiese acabar de esa forma. Tan solo me quedé ahí, viendo como se marchaba dando un portazo. Aún con la espalda pegada a aquella fría pared y con la respiración acelerada.

No se cuento tiempo tubo que pasar para que me recompusiese. Pero más del necesario.

"No puede ser." Me repito una y otra vez como tratando de autoconvencerme. Quiero que esto acabe. Quiero fingir que no he estado aquí. No que se me queden sus besos ardiendo aún en mi piel. No sentir que no me puedo despegar del verde de esos ojos. "Esto nunca podrá ser."

Lo tengo decidido. Está claro que fue un estúpido error. La adrenalina del momento.

Me merezco algo mejor que un hombre que se dedica al narcotrafico y que es capaz de tratarme de forma tan mezquina y besarme al segundo siguiente. Uno que juega conmigo como puro divertimento. Aspiro a más.

Recuerdo a Eric justo entonces. Como un fantasma que me atormenta porque, aunque no le deba nada, siento que le he fallado como crush. Aunque estas semanas me han hecho reflexionar sobre qué, tal vez, el tampoco sea el hombre perfecto que me merezco. ¿Acaso existen en algún otro lugar que en nuestra imaginación y novelas?

Barro entretenida el suelo sumergida en estos pensamientos. No he pegado ojo en toda la noche, temiendo soñar con él, así que a penas me concentro en lo que hago.

- Pssss.

Al principio lo ignoro pero de nuevo se escucha ese chasquido, como una llamada.

- Pssss.

- ¿Patrick?

Mi sorpresa cuando tras una de las puertas veo la sonrisa de mi amigo que me llama con urgencia.

- Venga. Tenemos poco tiempo.

- ¿Tiempo para que? Estoy trabajando. Me regañará la amargada de la jefa si me ausento.

Sin embargo el castaño solo frunce el ceño y le resta importancia metiéndome aún más prisa por que lo deje todo y le siga a no se donde.

No se si es porque ya no tengo nada más que perder o porque algo en su mirada pecosa me dice que merecerá la pena el castigo si llegan a pillarme, pero, tras un prolongado suspiro de resignación, lo sigo dejando aquella vieja escoba atrás.

- ¿Y que es eso tan importante?

Mi amigo parece emocionado, con nuestras manos entrelazadas caminamos a paso rápido por los estrechos pasillos y escaleras. Lo que sea que quiere enseñarme parece ser un secreto, por la forma nerviosa en la que mira a cada lado antes de cada giro y nos esconde entre las sombras del atardecer. Esquivando las cámaras y a los pocos que aún merodean la mansión.

Pronto comenzará septiembre y con ello los tempranos anocheceres y las noches más frescas. Lo noto en cuanto me hace salir al patio trasero.

Sin quererlo me detengo unos segundo en cuanto mis zapatillas tocan la tierra y el césped algo humedos. Caigo en la cuenta de que es la primera vez que salgo al exterior en un mes. Creo que hasta el viento y el bochorno se sienten diferentes.

- ¡Venga! No te detengas. Debemos aprovechar el cambio de guardia. Ya debe estar esperándonos.

Con prisa tira de mi haciendo a mi torpe cuerpo tropezar hasta su lado de nuevo. Parecemos dos delincuentes escapando de un manicomio. Tal vez, a estas alturas, ya lo seamos.

Estoy a punto de preguntar a quien o a que se refiere cuando lo veo tras los muros del edificio, oculto.

Mi corazón parece frenar y mis sentimientos pretenden salir, no se si en forma de llanto, risa o hipo.

- ¡Alex!

Al principio no puedo reaccionar. Es como si estuviese en un sueño y me diese miedo saber que solo es eso, una ilusión. Pero luego sus brazos me envuelven, su calor me llega al igual que ese olor a desodorante que siempre le caracteriza. Es él.

- Eric.

Sus ojeras parecen querer igualar las mías. Sus ojos están cristalinos pero esta vez no parecen propios de los efectos de la droga y el alcohol, si no de las ganas de llorar retenidas.

Yo también las retengo. Como si una sola de mis lágrimas fuesen suficientes para desencadenar toda una tormenta de sentimientos que no quiero compartir ahora mismo.

Patrick tiene razón, tenemos poco tiempo y yo tengo muchas preguntas.

-¿Qué haces aquí? ¿Como has entrado? ¿Y de qué os conocéis vosotros dos?

Ambos me sonríen cómplices. Lo echaba de menos, una sonrisa sincera y despreocupada.

- Eric contactó conmigo, pues yo si salgo a dormir en casa de mi madre. Me contó de ti y de vuestra situación y me prometió un trabajo mejor pagado a cambio de que lo ayudase. - Se apresura el castaño a responder.

- ¡Éric !

Sin embargo no me deja reclamarle nada, haciendo un gesto para que baje la voz y tan solo escuche.

- Te prometí que te sacaría y lo haré. Tengo que perfeccionar el plan y necesitaré tiempo pero necesitaba saber como estabas.

- Estoy bien.- La respuesta me sale automática, inconscientemente dirigiendo mis manos a los moratones de mis brazos.

Supongo que mi gesto llama la atención de mis dos amigos que cambian sus caras a unas lúgubres enseguida al verlas.

- ¿Quién te ha hecho esto?

- ¡Alexa! No me dijiste nada. - Me reprocha Patrick enfadado.

- Ha sido ese idiota de Narco que se cree la gran cosa. Lo mataré.

- ¡Éric!- Con horror trato de tranquilizar a mi mejor amigo que aprieta los puños y se mueve el pelo nervioso a punto de perder los estribos.

Nunca lo había visto tan violento. Y la sola idea de que se enfrente a Nicola me da escalofríos. Porque se que solo puede acabar de una forma. En su muerte.

- Volverás conmigo a casa.- Murmura al fin volviendo en si. Sus ojos castaños chocan con los míos. - Empezaremos de nuevo juntos. Como te prometí.

Y lo dice con tanta intensidad y sinceridad que mi piel se eriza y mi corazón late frenético de nuevo. Sin embargo un nudo se instala en mi estómago. Recordatorio contante de lo que ocurrió ayer.

Aquel beso me hace sentir como si lo estuviese traicionando al no contarselo. A pesar de que jamás debería haber pasado y de que no lo deseaba. Ahora no puedo borrarlo como si nunca hubiese pasado.

Así lo miro a los ojos. Culpable.

Su pelo rubio, un poco más largo de lo normal, siguen siendo aquellos rayos de sol que siempre tanto me han gustado. Es él. El chico por el que me moría en el instituto. Al que no podía olvidar en la universidad. Es él el que me apoyó en mis peores momentos y por el que me he vendido a la mafia.

Entonces. Por qué, tras el abrazo de despedida y la corta huida con Patrick de regreso, no siento aquella ansiedad de la distancia que me obliga a llevarlo en mi mente hasta que volvamos a vernos.

Tu DeudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora