Su libertad, Mi condena

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No. Enamorarme de mi mejor amigo, definitivamente, no fue una buena idea.

Lo sé en cuanto me topo de nuevo con aquella mirada de ojos verdes, casi negros, que me escrutan fríamente, de arriba abajo, sin prisa. Mandando un escalofrío de advertencia por todo mi cuerpo. Creando un silencio prolongado después de mi declaración, que parece hacer que mis palabras reboten como eco en mi cabeza.

Lo sé en cuanto esos cinco cañones de pistola me apuntan sin miramientos aún, recordándome el peligro que corro. A la vez que trato de defender el cuerpo de Eric tras el mío, a pesar de que es inútil que lo proteja ante todas esas armas de fuego. Metidos en este agujero de ratas del que no podría salir con vida ni por un milagro.

- ¿Qué has dicho? - La voz potente rompe el silencio. Ronca y peligrosa.

Suena como una burla hacia mí, como si no me creyese capaz de hacerlo. O tal vez solo trata de darme una oportunidad de cambiar de opinión. De fingir no haberlo oído y huir ahora que puedo.

- He dicho que yo saldaré su deuda. - Digo segura guiada por el fuerte impulso que aprieta mi corazón. - Yo tomaré su lugar y pagaré lo que le debe.

Podría adivinar algún signo de sorpresa en su impasible rostro de rasgos marcados y aparentemente perfectos, si no fuese una maldita máscara de frialdad. Cuando se incorpora un poco en su elegante sillón tras la mesa, acomodándose. Como si se tratase de una cotidiana reunión de trabajo y no de algo que cambiará mi vida para siempre.

- ¿Qué podría ganar yo con una mujer como tú? - Suelta despectivamente recorriendo de nuevo con su mirada mi cuerpo.

- ¿Qué podrías ganar con un drogadicto? - Respondo de igual manera haciendo que una sonrisa sádica adorne su rostro. 

Una que me envía de nuevo esos escalofríos por todo mi cuerpo. Una perfecta, mostrando sus blancos dientes por primera vez.

Eric tarta de quejarse, de decirme que no lo haga, que vuelva a casa. Pero sus quejas son apenas un fino hilo de voz. Inentendible por los efectos de lo que haya consumido esta vez, y por los golpes en su rostro y su estómago que evitan que pueda incorporarse del suelo.

Cierro los ojos con fuerza. Como tratando de ignorar lo que está pasando. Sin querer enfrentar la realidad de lo que estoy haciendo. Por él. Por mi mejor amigo.

Pero no puedo mantenerlos cerrados por siempre. No puedo fingir que no está pasando como cuando era pequeña y me escondía en el armario.

- Bienvenida a la Mafia, cariño. - Ríe sin gracia el hombre de pelo oscuro y mirada peligrosa haciéndome temblar.

Sus compañeros solo acompañan su gesto y me siento como un maldito ciervo en una cacería, en el momento exacto en el que sabe que será la cena de esa noche. Que está condenado. Porque así me siento yo. Condenada.

Aunque he sido yo misma la que me he condenado... A la mismísima Mafia. A aquel hombre de pelo negro y gesto serio.

Si. Mi peor error. Enamorarme de mi mejor amigo.

******************************

- Este será tu uniforme.

La mujer de pelo canoso habla con prisa, sin prestarme mucha atención en realidad. Llevándome de un lado a otro sin saber que estoy aterrorizada, o sin importarle.

Hace pocos minutos que vendí mi alma al mismísimo diablo, estoy segura. Y siento que aún no he salido de esa sala, que puedo escuchar el tono burlesco del peli negro y los gritos de Eric mientras lo sacaban de la sala.

Sus: "No, ¡Alex!", sus: "Te sacaré de aquí, ¿¡Me oyes!?", sus promesas. "Te lo juro, Alexa. ¡Volveré por ti!". 

En realidad, es lo único que me mantiene en pie, que me ha ayudado a no derrumbarme. Tonto, lo se. Sobre todo cuando, en los últimos dos años, ninguna de las promesas que han abandonado sus labios se han cumplido.

¿Pero que más puedo hacer? Condenada en un agujero de delincuentes en el que parece que podría pasar una larga temporada.

- Aquí están todos los productos que necesitas para la limpieza.- Continua diciendo la vieja sin girarse siquiera a mirarme.- Tu horario comienza a las siete de la mañana y tendrás una única comida al final del día. ¿Alguna duda?

Por fin gira y me mira con esos pequeños y opacos ojos de mosca. Sin embargo no me da tiempo a abrir la boca para responder antes de que lo haga ella.

- Bien.- Dictamina apenas dos segundos después.- Ahora el jefe querrá hablar contigo de las condiciones de tu estadía. Ya sabes donde está el despacho.

Y luego nada. Un eterno pasillo silencioso y los pasos ligeros de la señora perdiéndose a mis espaldas. Por fin, me tomo unos segundos para asumir lo que está sucediendo. Sujetando entre mis dedos aquel colgante de estrella. Frío y ajeno al calor de mi pecho. A mi angustia.

- Puedes hacerlo, Alexa.- Me susurro atrapando el dije en mi puño una última vez antes de andar hacia aquella puerta.

¿Por que no corro? Con todas mis fuerzas hacia el final de aquel frío corredor y sin mirar atrás. No. No si quiero salir algún día con vida. Esta claro. No hay salida en este bunker de mafiosos. 

Victima de mis propias circunstancias, es momento de afrontarlo. De asumir lo antes posible el tiempo que voy a estar aquí, lo que va a ser de mí.

El pasillo es frío, algo oscuro. Es una gran mansión, un enorme edificio a las afueras de la ciudad, pero no tiene la calidez de un hogar si no un aspecto más frío, más... suyo. 

Cuando llego al final sus ojos aparecen en mi mente incluso antes que enfrentarlo. El hombre me espera al otro lado de esta puerta, y tiemblo solo de pensarlo. Suspiro justo antes de llamar con tres golpes secos. 

- Adelante.

Un último escalofrío y empujo la puerta.

La sala esta igual, tal vez un poco más oscura debido a que es bien entrada la noche. Pero por lo menos ya no hay tantos hombres armados a mi alrededor. Solo una angustiosa distancia hasta aquel hombre de ojos verdes que parece en la misma posición que cuando decidió darle un vuelco a mi vida.

Trato de no mirarle directamente, algo intimidada, y centro mi mirada en cualquier lugar menos en él y en su pose de Dios.

El silencio parece matarme. Consciente de los latidos erráticos de mi corazón. Y, aunque antes tenía miedo de lo que tuviese que decir, ahora solo rezo por que hable y termine con esta trotura. Con la forma en la que todo mi cuerpo reacciona.

- Tres mil dolares. Más intereses, claro. A cinco la hora durante ocho horas diarias de jornada...- Su voz suena extraña cuando habla, profunda, casi haciendome sobresaltar. - Trabajarás para mi tres meses.

- ¡Tres meses!

Me arrepiento de levantar la voz en cuanto veo su ceño fruncido desconforme con mis modales. Olvido que ahora es mi jefe también. Pero no puedo evitarlo. No cuando se lo que significan tantos meses.

Seguramente perder mi trabajo. Perder la renta de la casa, mi apartamento. Tres meses que Eric estará sin mi... y yo sin él.

- A menos de que quieras hacer algún trabajo extra, cariño.

Su gesto impasible cambia radicalmente para levantar una ceja de forma coqueta. Sin embargo, y aunque es posible uno de los hombres más atractivos que he conocido, la insinuación me da asco.

No soy ninguna prostituta a la que pueda pagar. ¡Soy médico por el amor de Dios! Pero la realidad es que un hombre te lo puede arrebatar todo si se le antoja. Y la impotencia me enerva.

- Prefiero quedarme aquí toda la vida.- Suelto con rabia.

- George se encargará de tu supervisión. Trata de no darnos ningún problema y volveras a ver a tu noviecito.- Ignora mi comentario como si no le importase y revisa algún papel sobre su mesa sin mucho interés.-Comienzas mañana a las siete en punto.

No digo nada. Ni siquiera lo niego por que no tiene caso. Tan solo me doy media vuelta y camino hacia la salida.

Pero, justo cuando tomo el pomo de la puerta, la voz tras de mi me paraliza. Formulando la misma pregunta que me hago a mi misma desde hace dos años.

- ¿Merece la pena? ¿Dar tu vida por salvar la de un hombre perdido?

No contesto. Tan solo abro la puerta y me alejo hacia la pequeña habitación que me ha sido asignada. Sin que la pregunta abandone mi mente... Buscando una respuesta.

Tu DeudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora