No La Toques

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Se que suena como una cursilada, y que yo mismo me pegaría un tiro por decirlo, pero me siento en una nube. Parece que todo ha quedado atrás en una sola noche. Ya no hay problemas, tan solo la brisa veraniega y aquel olor a ella que aún está por toda la habitación.

He de admitir que, además del placentero sentimiento, hay un poco de algo que pensé que ya no sería capaz de sentir. Miedo. Incertidumbre. La incertidumbre de no saber cuál será el siguiente paso, porque nunca se sabe con Alexa.

De nuevo recuerdo, mientras me abotono la camisa, las sabias palabras de mi madre que parecen haberse grabado a fuego en mi memoria. El amor que describía ella, el que sentía por un hombre tan despreciable como mi padre, me daba la sensación de que me haría débil, como a ella le ocurrió.

Sin embargo, me siento más fuerte que nunca, mi energía parece renovada y mis ganas de seguir adelante. De comerme el mundo. O tal vez es que hacía que no tenía dos días de descanso desde que cogí las riendas de la empresa.

Cuando ya estoy vestido salgo de la habitación hacia mi despacho. Por desgracia debo retomar mis actividades. Aún no sale de mi cabeza la forma tan rastrera en la que me han traicionado.

- Baja tus mugrientos pies de mi mesa.- Gruño cuando abro la puerta y me topo con la escena.

Mauro se levanta de un salto de mi silla con una sonrisa y no tarda en acercarse hasta mí y darme un pequeño abrazo.

- ¡Vecchio! ¿Como te encuentras?

- Perfectamente.- Es todo lo que digo.- Ponme al día.

Aún me tiran un poco los puntos, y no debería moverme demasiado. Pero después de la noche que pasé con Alexa no puedo hacerme el enfermo. Solo recordarla me hace ponerme duro.

La sonrisa se borra de su cara volviendo a esa expresión seria de hombre de negocios que siempre tiene cuando trabaja. La barba, un poco más corta de lo normal, lo hace ver unos años más viejo de lo que realmente es. Más serio.

- Efectivamente, como sospechábamos, ninguna de las dos bandas detono aquella guerra.- Sus palabras hacen que me hierva la sangre pues, prácticamente, ha sido un intento de asesinato entonces.- He conseguido hablar con el comprador de las armas, que por supuesto ya no quiere volver a comprarnos. Solo ha dicho. "Eso es lo que me pasa por negociar con el diablo."

No puedo evitar que se me escape una sonrisa socarrona de lado, algo altiva. Siempre me ha gustado generar ese temor que tanto poder me otorga. Esa que todos, menos ella, me tienen.

- ¿Tenemos alguna pista?

Mauro revuelve entre los papeles desordenados de la mesa buscando algún informe. Ser ordenado nunca ha sido su fuerte, aunque siempre consigue encontrar las cosas entre toda la mierda.

- Todavía nada. Sin cámaras de vigilancia es casi imposible ver quien disparó primero.- La noticia me hace fruncir el ceño enfadado.- Sin embargo, he intentado interrogar a todos los hombres que fueron. Parece que Greg Brand, herido en el hombro, pudo ver algo.

- Bien. Hay que indagar en eso. No dejes que se te escape.

- Está en la enfermería.- Mi mejor amigo pone una expresión que conozco muy bien.- A lo mejor podemos decirle a tu empleada que vaya a atenderlo. Contigo parece haber hecho un buen trabajo.

- No. Alexa, no.

Comprendo que he respondido demasiado rápido, delatándome a mí mismo, cuando Mauro suelta una ligera carcajada. Pongo los ojos en blanco al sentirme como un niño regañado por su madre. Puedo hacer lo que me dé la gana sin dar explicaciones a nadie. Y menos sobre mi vida amorosa.

- Está bien. No hace falta que la mees encima.

A pesar de que se siga carcajeando, yo no me río. De repente me han dado unas ganas tremendas de volver a verla.

Tenía razón, como me temía, y una noche no será suficiente. No con ella. No después de haberme sentido dentro de aquel templo, debajo de aquella Diosa. No después de todo lo que le he confesado.

- Debo marcharme. Llámame cuando hables con Greg.

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Los pasillos me parecen demasiado largos cuando salgo en dirección a la segunda planta donde sé que Alexa estará trabajando. Yo mismo le propuse que no se presentara hoy, pero es terca y cabezota y no quería meterse en problemas con las demás chicas.

- ¡Suéltame!

El grito me pone los pelos de punta al instante, obligándome a parar en seco temiéndome reconocer aquel tono de voz.

- Cállate.- El susurro es tan grabe y bajo que casi no puedo reconocer lo que dice, aunque no suena amable.- Tal vez si me abres las piernas podría negociar el que salgas de aquí antes.

Mis pasos son más rápidos. De repente me invade ese extraño poder que me hace parecer calmado, pero arder de verdadera ira por dentro. Solo me hacen falta una docena de zancadas para enfrentarme a una situación que jamás querría haber visto.

- Por favor...

Su voz suena rota y ardo. Por primera vez la desesperación de alguien parece mi propio dolor. Pero, ¿cómo no serlo cuando la veo ahí?, tratando de deshacerse del agarre y con los ojos cerrados. Con aquel pelo de leona que tanto me gusta siendo agarrado por otro hombre.

No cualquier hombre. George presiona sus labios contra los de ella, contra los míos. Aunque en seguida ella se aparta y trata de escupirle en el rostro con asco.

Quiero matarlo. Quiero asesinarlo y torturarlo de las formas más crueles cuando le veo tan cerca de mi mujer. Sin embargo, aunque con lava en las venas, decido hacerme notar con un ligero carraspeo.

Veo los ojos de George chocar con los míos, siento su alma salir de su cuerpo corriendo al reconocerme. Como el cobarde que es, adquiere un calor pálido.

Alexa ni siquiera me reconoce al principio. Parece ser capaz de volver a respirar a pesar de que sigue asustada y le tiemblan las manos. Cuento cada uno de sus sollozos para cobrármelos más tarde con esta basura.

Es mi mano derecha del que estoy hablando, pero ahora mismo no es más que un idiota que se ha metido con quien no debería.

- Jefe...

Sin embargo, lo corto de golpe, asqueado por su voz y la idea de lo que le haya dicho a mi Donna. Tan solo me acerco un poco más a ella, protegiéndola tras mi espalda. Mis dedos queman por tocarla, mis brazos por consolarla, pero no me queda nada más que hacer que vengarla.

- Acompáñame, George.

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El ruido de sus huesos al ser golpeados es tan morbosamente satisfactorio para mí que no puedo evitar sonreír. Su pómulo esta desgarrado, su ojo morado, y hace tiempo que ha caído al suelo sin fuerzas, pero ninguna herida me parece suficiente para remendar lo que ha osado intentar.

- Solo alguien tan rastrero y asqueroso sería capaz de intentar forzar a una mujer. Vuelve a tocar a Alexa de esa forma y encontrarán tu cuerpo a pedazos en las cunetas de toda la ciudad.- Mi voz suena demasiado lúgubre pero no digo nada más que verdades.- ¿Lo has entendido?

La sala está oscura, solo se escucha su respiración entrecortada y mis propios latidos. Le escucho toser, tal vez la herida de su labio le haya hecho tragar algo de sangre.

- Que te haya salvado no significa que no sea igual de puta e interesada que cualquier otra.- De nuevo vuelvo a sentir el asco subir por mi garganta.- ¿Que importa una mujer más?

Mi única respuesta es otro puñetazo que esta vez le roba el aliento. Sin pensarlo demasiado presiono su garganta subiendo su cuerpo hasta mi altura, de la misma forma que él se atrevió a hacer con ella.

Pienso en apretar un poco más, tan solo lo suficiente como para que pueda arrepentirse en el infierno, pero me detengo justo a tiempo.

- Me importa a mí. Tócala de nuevo, y arrancaré uno a uno tus dedos. Vuelve a besarla y usaré un mechero para quemarte hasta las cejas. Acércate a ella, y seré tu peor pesadilla.

Parece haber entendido la amenaza.

Tu DeudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora