Parte 3

59 5 0
                                    

Capítulo 3

La maldad

Isabella se quedó mirando a Sue y supo a ciencia cierta que lo que brillaba en sus ojos era pura maldad. Nunca hubiera podido imaginar que alguien fuera capaz de albergar en su interior nada parecido. Una sola mirada hacia Jessica le bastó para saber que valoraba sus comodidades por encima de las vidas de los sirvientes que se las proporcionaban. Tampoco había el menor rastro de compasión en su rostro; sólo un leve miedo a que su hermanastra no se doblegara al capricho de su madre. Ocupar su lugar en el lecho nupcial... Isabella se estremeció, incapaz de asimilar semejante idea. Aceptar algo así la convertía casi en una prostituta. Una mujer rebajada a dejar que usaran su cuerpo a cambio de lo que necesitaba. Pero realmente no tenía elección. El amor a su familia estaba por encima de sí misma, así que alzó la mano hacia el botón del corpiño y lo abrió.

-Bien. Me alegra que te comportes de un modo razonable. - Sue parecía complacida-. Ayúdala, Jessica. Tenemos que acabar con esto antes de que alguna de las doncellas sospeche algo.

El corpiño de Isabella cayó al suelo y Jessica se encargó del lazo que cerraba la cinturilla de la falda. La prenda se arremolinó alrededor de sus tobillos dejándola tan sólo con la camisola y el corsé. Isabella sintió cómo los dedos de Jessica aflojaban los lazos de las pocas prendas que la cubrían y se las sacaba por la cabeza hasta que sus pechos quedaron libres. En cualquier otro momento, habría saboreado la libertad de no estar sometida al corsé, pero los ojos de Sue inspeccionaron su cuerpo con detenimiento y sus labios se curvaron en un gesto de desprecio.

-Con esos pechos tan grandes no tendrás problemas en concebir enseguida -gruño la condesa-. Tomé una sabia decisión cuando me encargué de que se te mantuviera bajo vigilancia. Si no lo hubiera hecho, ahora tendrías tantos bastardos como tu madre.

-No soy promiscua.

Sue la fulminó con la mirada. -Pero tiendes a olvidar con facilidad tu posición social. Isabella se sentó en un pequeño taburete para descalzarse. Ocultó su ira al centrarse en mirar los lazos de las botas, consciente de que si seguía diciendo lo que pensaba, su familia sufriría la ira de Sue. Sin embargo, ansiaba pronunciar cada palabra que había estado reprimiendo desde siempre. Aquella mujer era maquiavélica, capaz de cualquier cosa con tal de ver cumplidos sus deseos.

—Date prisa. —Jessica se arrodilló y empezó a tirar de la otra bota—. No tenemos mucho tiempo. —Sus ojos resplandecieron de alegría cuando logró descalzarla y bajarle la gruesa media de un tirón.

De pronto Isabella sintió vergüenza, porque nunca había estado desnuda delante de nadie. Jessica se puso en pie y se dirigió a su espalda para deshacerle la trenza. A pesar de que no había hecho aquello nunca, se le daba mejor de lo que Isabella habría supuesto.

Luego su hermanastra cogió un cepillo y empezó a desenredarle el pelo. Parecía que Jessica había aprendido algo en la corte mientras servía a la reina.

—Levántate. Quiero verte.

Isabella obedeció, cubriéndose con las manos lo máximo posible.

—Deja de encogerte —le ordenó la condesa chasqueando los dedos. Furiosa, la joven dejó caer las manos a los costados. Sue recorrió su cuerpo con la mirada mientras apretaba los labios en una dura línea.

—Métete en la tina. Ese escocés esperará que su esposa sea bañada antes de su llegada.

El agua todavía estaba caliente, e Isabella se sintió todavía más furiosa por el hecho de sumergirse en ella y no ser capaz de disfrutar el momento. Siempre tenía que bañarse con la camisola puesta porque la tina que usaban los sirvientes de Swan no se encontraba en una estancia privada. Además, todos necesitaban ayuda para lavarse el pelo si no querían correr el riesgo de manchar el suelo cuando iban a buscar un cubo de agua para enjuagarse.

La ImpostoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora