Capítulo 9
Volterra...
La primavera llegó con todo su esplendor. El invierno perdió su control sobre la tierra dando paso a la estación de siembra y las gentes de Volterra se vieron, de repente, muy ocupadas. Todas las manos disponibles se dedicaron a ayudar. Sólo Jane trabajaba en la estancia dedicada al hilado ahora que el tiempo era bueno.
Los días se convirtieron en semanas sin que el conde regresara.
Isabella pasaba parte de su tiempo cardando junto a Jane, agradecida de escapar del resto de los habitantes de la fortaleza.
Kachiri todavía estaba en Perth cuidando a su hija e Isabella la echaba muchísimo de menos.
Sé sincera... echas de menos a Edward.
Estaba segura de que la lujuria se había apoderado de ella. Sus sueños estaban llenos de ardientes recuerdos de las noches que había compartido con Edward . Veía su rostro, oía su voz e incluso, a veces, sentía sus manos sobre su cuerpo. Pero su sueño se hacía añicos al incorporarse en la cama anhelando que la tomaran sólo para descubrir que estaba sola.
Sin duda, eso tenía que ser pecaminoso.
Las sombras se alargaron indicándole que había pasado otro día sin que él regresara.
Isabella tomó una profunda inspiración para calmar sus nervios. Había llegado a odiar la noche. Comer en el salón se había convertido en algo tan incómodo que lo evitaba, conformándose con lo que podía encontrar cuando la mayoría de los hombres habían acabado sus comidas. Las doncellas le lanzaban miradas aún más hirientes desde que nadie controlaba su comportamiento. Como su señora, ella debería tomar el mando.
Sin embargo, le faltaba el coraje para imponer su voluntad porque era consciente de que sólo era una impostora. Quizá incluso percibían su culpabilidad. Los nobles eran colocados por encima de los demás por designio divino y había un gran desacuerdo sobre cuál era el lugar de los bastardos de sangre azul en la jerarquía social.
¿Estaba ella por debajo del más humilde de los mendigos o por encima de las doncellas que le dedicaban aquellas gélidas miradas?
No lo sabía, así que no hacía nada por imponer su autoridad en Volterra. Algunos días se escabullía para trabajar en la estancia de hilar y otros los dedicaba a arreglar las ropas que había traído de Inglaterra, ya que habían sido devueltas a su alcoba sin ninguna modificación.
El silencio que siempre parecía acompañarla encajaba a la perfección con su estado de ánimo.
Al hallarse tan sola, su mente volvía una y otra vez a Edward.
Decirse a sí misma que debía alejar aquellos pensamientos no conseguía evitar que su rostro se le apareciera mientras cosía. Al principio encontró la soledad opresiva, pero después de dos semanas se convirtió en algo cómodo. Pasaba largas horas reflexionando sobre su familia. Alice cumpliría quince años ese verano, por lo que sería lo bastante mayor para ese horrible matrimonio con el que Sue la había amenazado. Isabella se estremeció, y las náuseas hicieron que se le revolviera el estómago. Alice era como un rayo de sol estival.
Pensar en que podría sufrir un destino tan terrible hacía que le entraran ganas de vomitar.
Hacía tiempo que el fuego se había extinguido en la chimenea, pero nadie aparecería para avivarlo. Isabella se puso la capa para mantenerse caliente. Nunca había disfrutado de un fuego para ella sola en Swan y, como estaba destinada a regresar allí, no debería acostumbrarse a las comodidades que tendría que dejar atrás.
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La Impostora
RomanceEdward Cullen es conde, pero sólo de nombre. Para asegurar el futuro de su clan necesita una esposa inglesa. Jessica Stanley, hija del conde de Swan, será perfecta. No la ha visto en su vida, pero, ¿qué importancia tiene? Al final calentará su cama...