Parte 10

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Capítulo 10

-Milord desea que bajéis al patio interior para cabalgar con él -le comunicó una doncella antes de inclinar la cabeza y abandonar la estancia.

Isabella suspiró. El respeto no significaba nada cuando era forzado.

Lo sabía tan bien que el hecho de ver a las doncellas apresurándose para atenderla la ponía enferma. Las lágrimas le escocían en los ojos debido a la angustia, aunque sabía que llorar no le serviría de nada.

Quizá confesar...

Se sintió tentada. Pero tenía miedo de que Edward la apartara de él. En el fondo de su corazón lo sabía y le dolía. Él tenía derecho a hacerlo. No había ninguna duda de ello; sin embargo, deseaba retrasar aquel momento en el que dejaría de mirarla con tanta ternura.

Dejaría de tocarla tan íntimamente...

Isabella tuvo que parpadear rápidamente para hacer desaparecer las lágrimas antes de que las dos doncellas que la ayudaban a vestirse las descubrieran. No tenían mucho que hacer, pero le tocaban el pelo y la ropa, encontrando cosas que arreglar. Isabella no tuvo valor para reprenderlas.

Aun sintiendo la culpa con tanta intensidad, no pudo evitar desear reunirse con Edward .

La lujuria debía haber hecho mella en su alma, tal y como la Iglesia predicaba. Tras haber caído en la tentación, era incapaz de enmendar su comportamiento.

Una última vez y luego confesaría.

Pero, primero, haría el amor con él una vez más.

Una sonrisa iluminó sus labios cuando se dio la vuelta y bajó corriendo al patio. De repente, se sentía feliz. Rebosante de una alegría tan intensa que apenas podía respirar.

La razón era sencilla: Edward la aguardaba. El conde y señor de Volterra la había hecho llamar para que lo acompañara a cabalgar. La idea de que quizás él tuviera en mente hacerle el amor fuera del castillo la hizo avanzar más rápido. Aunque hubiera llegado hasta él por medio de un engaño, Edward la deseaba realmente. No se había limitado a consumar su matrimonio para luego reunirse con una amante, sino que disfrutaba de la compañía que ella le brindaba. Así que Isabella viviría el momento disfrutándolo al máximo.

Sería lo único que le quedaría una vez se supiera la amarga verdad.

Edward componía una visión magnífica.

Fuerte y perfecto.

Isabella detuvo sus pasos y sonrió al ver que él la esperaba impaciente. No se encontraba sobre su silla, sino junto a la yegua que la había llevado a Volterra.

-Creo que es hora de que te muestre parte de las tierras de los Cullen -dijo Edward tendiéndole la mano para ayudarla a montar personalmente.

La levantó como si fuera una niña, la colocó sobre la yegua y le tendió las riendas.

-Gracias, milord.

Al oír aquello, Edward frunció el ceño y arrugó la nariz.

-No puedo usar tu nombre delante de todo el mundo –se excusó Isabella.

El conde montó sobre su corcel y lanzó una mirada a todos los curiosos que los observaban. Había un matiz de profunda satisfacción masculina en sus ojos esmeralda -Hazlo -le ordenó mirándola con firmeza.

Isabella, de pronto, entendió lo que él pretendía y eso hizo que deseara llorar de nuevo.

Edward le estaba mostrando afecto públicamente, ocupándose del personal sin ordenarles que sintieran cariño por ella. Era un gesto tan inteligente y conmovedor que la joven tuvo que bajar la mirada para ocultar el brillo de lágrimas en sus ojos.

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