Capítulo 12
Castillo de Swan...
-Tu comportamiento es vergonzoso. -Sue habló despacio, dejando que Isabella asimilara cada una de sus palabras antes de que la siguiente atravesara sus labios-. Es evidente que no te preocupas por nadie más que por ti. -Cogió una carta del secreter y se golpeó la palma con ella mientras un brillo de triunfo destellaba en sus ojos-. Mi esposo no regresó para el día de cobro.
Isabella se mantuvo inmóvil con la mirada fija en Sue, negándose a bajar la vista. No volvería a mostrarle respeto ciego a aquella mujer nunca más.
-He hecho bien teniendo la cautela de casar a tu hermana con un hombre que la mantendrá bajo control. -Sue frunció el ceño al ver que Isabella no inclinaba la cabeza ante ella-. El simple hecho de que escribieras esta carta prueba que tú y tus hermanos habéis heredado la falta de respeto que vuestra madre me mostró al darle a mi esposo hijos varones.
Isabella sonrió levemente y aquel gesto enfureció a la señora de Swan, haciendo que su rostro enrojeciera.
-Mi hermana está en Escocia.
-¿Qué? -Los labios de Sue se retorcieron en una horrible mueca-. Ordené que regresara.
-Si sólo me preocupara por mí misma, yo seguiría en Volterra, lejos de tu alcance.
-No te permito que me hables así, jovencita, yo soy tu señora.
Isabella no cedió.
-No, ya no. No lo eres. Me mandaste lejos y me entregaste a otro noble. Mi lealtad pertenece ahora al conde de Masen.
Un destello de miedo sobrevoló el rostro de Sue. Pareció asombrada por aquella emoción y sus labios se movieron durante unos breves instantes sin emitir ningún sonido.
-Me obedecerás, bastarda -dijo finalmente convirtiendo sus manos en puños.
-¿O qué? -Isabella no estaba tan segura como su voz transmitía, pero no callaría más ante tanta injusticia. Su obediencia a Sue no había sido recompensada con equidad como predicaba la Iglesia. El hecho de cumplir con sus obligaciones no significaba nada si la mujer a la que ofrecía su lealtad no recordaba su deber para con sus propios sirvientes. Ésa era la lección que había aprendido de Edward. Él era un líder porque lo consideraba un deber, no sólo un privilegio heredado de su padre. Y luchaba cada día por ocupar dignamente el lugar que le había correspondido en la vida.
-Haré que echen a tu madre.
-El invierno ya pasó -replicó la joven sin titubear.
Sue soltó un grito ahogado ante la audacia que mostraba la que había sido su doncella.
-Aun así -siguió Isabella-, quizá sería mejor que lo hicieras. Cuando ella llegue hasta el siguiente condado, se acabará toda esta farsa. No creo que mi padre se sienta feliz cuando sepa lo que has hecho.
Sue extendió hacia ella un dedo amenazante.
-Harás lo que se te diga, bastarda.
Isabella no contestó, limitándose a apoyar una mano sobre su vientre. Sue lo miró con avidez, como una persona totalmente carente de voluntad e incapaz de detener su propio comportamiento destructivo.
-Llevo en mi seno al hijo de mi señor, el conde de Masen. Si eres justa, disolverás el matrimonio de Alice y enviarás a mis hermanos a la corte con nuestro padre, donde, si Dios quiere, mejorarán su suerte. -Un nudo intentó formarse en su garganta e Isabella lo hizo desaparecer. Realmente deseaba lo mejor para su bebé y sacrificarse por él era la mayor prueba de amor que podía ofrecerle-. No tendrás a mi hijo a cambio de nada. Mis hermanos ignoran lo que has hecho, así que puedes enviarlos a la corte hoy mismo.

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La Impostora
RomanceEdward Cullen es conde, pero sólo de nombre. Para asegurar el futuro de su clan necesita una esposa inglesa. Jessica Stanley, hija del conde de Swan, será perfecta. No la ha visto en su vida, pero, ¿qué importancia tiene? Al final calentará su cama...