Perro Alto

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Siempre esperamos que la vida sea más fácil de lo que realmente es. ¿Por qué? ¿Por qué asumimos que se nos debe felicidad? ¿Por qué actuamos tan sorprendidos cuando las cosas van mal? ¿Es la sociedad en la que vivimos? ¿Será la publicidad engañosa que nos rodea en todo momento? ¿Es por las cosas que vemos o por los libros que leemos? ¿Por qué la tragedia es siempre tan impactante?

La vida es un slogan de desilusión y miseria. A veces somos agraciados con bolsas de alegría, un breve respiro de todas las dificultades. En estos momentos, sentimos que hemos descubierto cuál es realmente el propósito de nuestra existencia: amor, familia, cultura, viajes y belleza natural.

Pero todo es una mierda.

Esas horas fugaces de satisfacción no son más que un respiro rápido entre palizas. Es un rayo de esperanza que se atasca en nuestra mente como un parásito. Lo aguantamos, lo rogamos, lo gritamos. Durante tiempos de agonía mental insoportable, tener algo que esperar es peor que si no hubiera ninguna esperanza. La esperanza es una mentira. Es una enfermedad que engaña a nuestra mente haciéndonos creer que esta dolorosa realidad se va a evaporar como una bocanada de aire en un viento frío.

Y déjame asegurarte que la realidad es un cadáver brutal y ensangrentado.

Ahora, puede que estés leyendo esto y pensando: "Pues yo no soy así. Tengo una buena vida, una familia sana y tengo seguridad financiera".

Déjame decirte que espero que disfrutes de tu rápida bocanada de aire limpio porque hay una bomba cayendo sobre tu cabeza. Puede que aún no la veas, pero está descendiendo a una velocidad tremenda. Cuando menos te lo esperes, aterrizará y devastará toda tu existencia. Destruirá todo lo que amas y te dejará destrozado y llorando en la maldita cuneta.

¿Por qué te digo esto?

¿Por qué deberías escucharme?

Porque ya me ha caído la bomba encima a mí. Porque las consecuencias son insoportables y parece que no puedo encontrar una bocanada de aire limpio en este páramo tóxico de la vida. Me arde la garganta, me lloran los ojos y no puedo hablar por miedo a desgarrar mi garganta silenciada.

Mi mujer está muerta.

Murió hace un año y me dejó solo para criar a nuestra pequeña, Jill. Jill es todo lo que me queda. Ella es la máscara de gas a la que lucho por aferrarme. Ella son los gritos ahogados de desesperación que emito entre dientes ensangrentados.

Jill tiene cinco años ahora. Hicimos todo lo posible para recuperarnos del dolor por la muerte de mi mujer; una pérdida de una compañera, una eliminación de una madre. Me estremezco al pensar que mi hija tiene que enfrentarse a la espada sangrienta de la vida a una edad tan temprana. Necesita estar protegida de eso, necesita protección.

Y por un tiempo, pensé que estaba proporcionando eso.

Pero eso fue antes… eso fue antes de que comenzaran las pesadillas.

Eso fue antes de "Perro Alto".

Me froté el sueño de los ojos, rodando en la oscuridad para mirar el reloj. Tres de la mañana. Gemí y me aparté del calor de mis sábanas. Jill estaba llorando desde su habitación, gritando mi nombre. Ella debe haber tenido una pesadilla.

Aturdido, parpadeando adormilado, salí de mi habitación y bajé a la de ella. La casa estaba en silencio y mis pies se arrastraban sobre los fríos y duros suelos de madera. Jill nunca tiene pesadillas, pensé, bostezando. ¿Le dejé ver alguna peli de terror antes de acostarse?

Entré a su habitación, la cual estaba iluminada por una lucecita de noche con forma de bailarina rosa, y fui al lado de mi hija. Estaba acurrucada en una bola con las manos sobre la cara. Estaba sollozando y su almohada se sentía húmeda por las lágrimas.

Historias Para No Dormir 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora