CAPÍTULO CINCO

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La siguiente vez que me encontré de bruces con Jack Mason fue en mi propio palacio; en mi propia casa. Como yo bien le había comentado la tarde fría y casi sin vida en la que nos habíamos conocido, el nuevo rey no dudó ni un segundo en hacerle llamar para que así luchase para él en el caso de que cualquier conflicto se llevase a cabo.

Su expresión era desoladora, como si de alguna forma mi hermano le hubiese quitado la mejor parte de él. Y en cierto modo, lo había hecho. Porque los soldados apenas tenían tiempo de nada, se pasaban los días aprendiendo y practicando; como si la lucha fuese algo fácil de olvidar.

No le quedaría tiempo entonces para el arte, ni la fe. Ni para todas las cosas que de alguna forma había soñado y ahora parecía imposible que se cumpliesen.

-Gracias por acudir a mi llamada, buen hombre -comenzó a hablar Carl, y he de admitir que jamás le había escuchado ser tan amable con una persona de su clase social y con su escaso patrimonio.

Entonces Jack sonrió, acto que me llevó directamente al momento en el que yo simplemente rezaba a Santa María y él decidió hablar conmigo por primera vez.

-No, Majestad, os agradezco a vos por hacerme llamar -respondió con una voz firme. Sabía actuar decidido. O eso, o lo que me dijo en la catedral de Salisbury iluminados por la luz de media tarde había sido completamente mentira-. ¿Por qué tengo el honor de estar aquí en el palacio con vos?

A decir verdad, Jack era bastante educado cuando se trataba de mantener conversaciones con nosotros. Siempre utilizaba el tono correcto, y lo más importante, las palabras adecuadas.

Mi hermano puso su espalda recta en el respaldo del trono, mirándole fijamente y pensándose una y mil veces qué iba a decir a continuación.

Sonrió con suficiencia. Como si ya supiese que en cuestión de minutos le iba a tener comiendo de su mano. Como si supiese casi totalmente en su totalidad que Jack se moría por luchar en su bando.

Y me moría de ganas de gritarle que no era así. Que ese chico de cabello rizado y oscuro solo quería terminar la catedral que un día nuestros antepasados habían iniciado. Que él no quería nada que tuviese que ver con la guerra, o el poder.

-Mi hermano hablaba de ti a todas horas -comenzó a explicar, haciendo uso de su excelente narrativa y su capacidad de convencer a cualquiera que no lo conociese lo suficiente como para saber que no era más que alguien despiadado y ruin-. Después de cada batalla volvía al palacio diciendo que jamás había visto a un guerrero más despiadado, más apasionante.

Despiadado.

Si era totalmente honesta, no veía la forma en la que el joven que tenía delante de mí pudiese ser despiadado. A decir verdad, le veía como a una persona totalmente repleta de piedad. Aunque, según me habían enseñado toda mi vida, las apariencias engañan de formas en las que no podemos ni siquiera imaginar.

-Vuestro hermano...el rey, me tenía en alta estima.

Me gustaba que se hubiese corregido a él mismo para enfatizar que mi hermano había sido rey. Porque, para mí, ya nunca más tendríamos a una persona tan capacitada como él para acarrear un alto cargo como aquel.

Carl negó con la cabeza, aún con aquella expresión llena de cinismo y orgullo que no dejaba que absolutamente nadie le sobrepasase.

-Bobadas -murmuró, perdiendo poco a poco su careta y mostrando realmente su codicia y necesidad de que todos cayesen rendidos a sus pies-. He luchado codo a codo contigo y nunca he presenciado nada igual.

Jack miró hacia el suelo ante el inminente pensamiento de que su vida como aprendiz de maestro de obras acababa de terminar en el momento en el que había entrado por la puerta del palacio. Hizo una mueca de pura desolación y yo fruncí el ceño al darme cuenta de que probablemente nunca me enseñaría aquella estatua que me comentó.

CIMIENTOS; kit haringtonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora