CAPÍTULO DIEZ

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La guerra no tardó en comenzar.

En el momento en el que el ejército de Robert sedió el palacio de Winchester en mi nombre, supe que ya nunca habría marcha atrás.

No había nada que pudiese cambiar el hecho de que no estábamos levantando en contra del régimen de mi hermano, y eso solo podía tener dos consecuencias; o ser colgados por traición o terminar reinando.

Perdimos aquella batalla, cuando el ejército de Jack inesperadamente luchó de vuelta y dejó sin cobertura a las tropas de Robert. Y fue por eso, porque perdimos por su culpa, que mi futuro esposo no tardó ni un solo día en hacer llamar al hombre que le estaba provocando todas sus pesadillas en aquella guerra.

Cuando tuve a Jack Mason delante de mí después de la conversación que habíamos tenido en la catedral mientras me enseñaba todas y cada una de las esculturas que él había creado con sus propias manos, sentí como si le hubiese de algún modo traicionado. Sus ojos no se separaban de los míos, como si estuvieran reclamándome que había estado con él y se había de alguna forma abierto ante mí, pero yo no había sido capaz de decirle ni siquiera que estaba planeando acabar con el reinado que le daba trabajo y esperanzas.

Cuando le devolví la mirada, posando mis ojos en sus preciosas pupilas, fue cuando no aguantó más y miró hacia otro lado.

Jamás me había sentido tan despreciada. Tan insignificante. Y eran sentimientos que estaba acostumbrada a vivir, pero nunca tan intensos.

—Jack Mason —pronunció mi futuro esposo, dejando ver en su tono de voz cierto tono de incertidumbre ante lo que tenía delante de él—. No sabéis lo feliz que estoy de que hayáis aceptado la oferta de venir a nuestro castillo para así negociar.

Le seguí mirando.

No podía despegar mis ojos de él, porque no aguantaba el latente pensamiento de que le había traicionado. De que él confiaba en mí y yo le había golpeado como si no fuese más que un animal salvaje.

—Todo sea por el bien de Inglaterra, señor —murmuró con cierta desconfianza, dejándome oír una vez más ese acento envuelto en esa voz rasposa que tanto me gustaba escuchar.

Robert expulsó una pequeña risa justamente a mi lado, que nunca hubiese percibido de no haber sido sonora. Porque mis ojos seguían plantados en él. En sus rizos, en su armadura, en su espada firmemente colocada en su costado; y no pude evitar pensar que ese no era el Jack en el que yo no podía parar de pensar.

El Jack Mason que apenas me dejaba dormir era aquel que iba con unas ropas descuidadas y estaba completamente lleno de polvo blanco por culpa de sus esculturas. Era aquel que tenía un cincel, no una espada. Y cuya armadura no eran más que sus preciosas esculturas que le salvaban la vida día a día al parecer.

—He de admitir que no esperaba vuestra victoria —comenzó a decir Robert con una voz despreocupada. Y no entendí nada, porque yo estaba más nerviosa de lo que podía siquiera admitir o mostrar y él sonaba como si cada día su vida fuese de ese modo. Como si la guerra fuese su vida cotidiana—. Pero está bien. Las derrotas son necesarias en la guerra, te hacen más fuerte.

Jack sonrió, dándole la razón y miró hacia el suelo; como si por primera vez en su vida no supiese qué demonios era lo que debía decir.

Yo tragué saliva cuando, casi por instinto, levantó la cabeza y sus ojos me miraron directamente a mí.

La imagen debía ser desoladora, porque la expresión de mi rostro no hacía otra cosa a parte de disculparse por hacerle estar en una situación tan terrible.

—Solo un demente y disculpadme por la palabra, señor, sediaría un castillo sabiendo que todo el ejército está dentro —respondió, como si estuviese dándole consejo a mi prometido.

Robert asintió con la cabeza, al tiempo que Jack le dedicaba toda su atención con una expresión que indicaba que lo único que quería hacer era marcharse de una vez y volver a su preciada iglesia.

—Os propongo algo, Jack —murmuró Robert, cosa que hizo que el maestro de obras le mirase con cierta curiosidad y atención—. A mí me hace falta un jefe de ejército y a vos un título. Es obvio que podemos sernos de gran utilidad el uno y el otro.

Jack sonrió con suficiencia, como si no necesitase absolutamente nada de lo que podíamos ofrecerle. Como si no fuésemos más que dos necios intentando darle algo que ya tenía desde hace mucho. Y lo peor es que lo tenía, desde hace mucho tiempo lo tenía.

—Ese título ya se me ha concedido, Robert —respondió Jack, y juro que pude ver como me miraba de forma sutil desde el pasillo, mientras que yo estaba enfocada en mirar al suelo que nos sostenía para así no morir en el intento de olvidarme de él y todo lo que representaba.

Mi futuro esposo asintió con la cabeza mientras se echaba a reír, casi burlándose de lo que Jack acababa de decir como si no tuviese validez alguna para él. Porque lo cierto era que no la tenía. Mi hermano podía decir cada cosa que le apeteciese pero al final del día hasta que no se le envistiera como caballero y luego como dirigente Jack no tendría nada.

—Él puede decir cualquier cosa, pero al final del día, mírate —comencé a decir, asombrada de haber sido siquiera valiente de empezar a rebatirle algo—. Carl puede que os haya prometido un título, Jack, pero le conozco. Pasarán años hasta que finalmente te lo de. Terminará la guerra y entonces el mundo se habrá olvidado de ti, y de todo lo que hiciste. Y para Carl no serás más que un simple recuerdo. Y créeme, no te deberá nada.

Jack me miró de verdad por primera vez en lo que estábamos ahí.

Me pareció casi surrealista todo lo que estábamos viviendo porque, hacía solo unos días él me había confesado con sutilezas que estaba dispuesto a luchar por mí. Que yo no era duquesa, sino reina. Y ahora tenía que estar yo suplicándole que dejase todo por mí y que confiase en mi palabra.

Viéndolo de ese modo tan frío y desesperanzado yo no tenía razón, pero así era como estaba dispuesta a vivir.

—Esto lo cambia todo, Alteza —respondió—. Hasta ahora todo lo que he escuchado ha sido en voz de vuestro futuro esposo. Si voy a luchar por alguien es por vos. Para que seáis reina, nadie más.

Abrí los ojos de par en par, porque nadie nunca me había hablado con tanto respeto jamás. Nadie nunca había querido luchar por mi causa, por mi propuesta. Estaba tan emocionada que tenía ganas de bajar de mi falso trono para así abrazarle. Por todo, realmente, porque sonaba todo tan íntimo y decidido que me hacía pensar que no solo le importaba su título y su boda; sino también mi victoria.

Le sonreí en modo de respuesta y asentí con la cabeza.

—¿Es eso lo que queréis? ¿Ser reina?

Yo casi me quedé sin palabras.

—Sí, es lo que deseo.

Él me sonrió y se arrodilló justamente delante de mí.

—Entonces lucharé por vos.

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⏰ Última actualización: Dec 18, 2023 ⏰

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