Prólogo

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Reza una antigua leyenda que, en las noches sin luna, anidan los Obscuros. En las noches sin luna, la Oscuridad se hace reina y señora de la tierra y vaga por ella junto a sus hijos, los príncipes de las tinieblas, los herederos que reptan por la negrura infinita: los Obscuros.

No hay ningún niño del continente de Zyrelia que no sepa que, en las noches en las que la luna duerme y que su luz no ilumina el firmamento, no hay que salir de casa porque, en la negra noche, acechan los Obscuros deseosos de obtener un huésped en el que poder asentarse y alimentarse de la vida: de la luz del sol bajo la protección de la piel y la carne.

Aunque puede que no todos los niños de Zyrelia hayan crecido con las leyendas y los mitos de sus tierras. O es posible que sí y que, al ser conocedores de su veracidad, vayan en pos de los seres de esas mismas leyendas. Y no es que los busquen con fines científicos, en pos de demostrar la veracidad o la mentira en esos cuentos de viejas para, supuestamente, amedrentar a los chiquillos y asustarlos para que no hagan travesuras en las frías noches de invierno.

Si alguien busca a los Obscuros es por pura y simple desesperación.

El cielo estaba tan negro que ni la luz de las estrellas iluminaban el camino. Los frondosos árboles del bosque tampoco ayudaban demasiado a que las luces titilantes del firmamento alumbraran los alrededores y hacía tantas horas que vagaba por los senderos que se le estaba acabando el aceite del candil. Resopló por enésima vez y se secó el sudor. La humedad le estaba calando hasta los huesos, haciendo que su cuerpo no dejara de tiritar. Una columna de vaho salió de su boca cuando exhaló antes de arrebujarse más en su andrajosa capa y continuar su errática marcha.

Estaba agotado. ¿Cuántas horas llevaba caminando? El agua ya le escaseaba en la cantimplora y la poca comida que había llevado hacía tiempo que se había terminado. Sentía cómo el estómago le pedía comida y, si bien estaba acostumbrado a pasar hambre, eso no equivalía a que no fuera una molestia incómoda que se le sumaba al cansancio. Aunque era mejor sentir hambre y cansancio a la opresión del pecho que había estado a punto de matarlo antes de que se pusiera en marcha en aquella búsqueda desesperada.

Su pie tambaleante se topó con algo y se precipitó hacia adelante. El candil cayó de su mano, apagándose y derramándose el poco aceite que quedaba. La oscuridad se hizo total. Soltó una respiración junto a un grito ahogado. El pie izquierdo comenzó a aullarle, a dolerle a marchas forzadas, y si bien estaba acostumbrado al dolor físico, aquel no era el mejor momento para torcerse el tobillo — si es que solamente era una torcedura—.

— ¡Maldita sea! — rugió golpeando el suelo.

¿Cuánto faltaba? ¿Por qué no habían aparecido todavía? ¿Qué era lo que estaba haciendo mal? Estaba cumpliendo todas las condiciones que había leído en el libro. Se encontraba en uno de los bosques más recónditos en lo más hondo del reino de Nersem en una noche sin luna. ¿Por qué no había llegado todavía a la cueva donde residían los Obscuros? Al uso, ellos mismos también podrían haber salido a su encuentro para poder pactar con un humano y, así, alimentarse de él. ¿Por qué no estaban allí?

¿Acaso las leyendas serían eso, simples cuentos para asustar a los niños y que no salieran por las noches? No, no podía ser solo eso. No cuando en el libro se detallaba tan bien lo que era capaz de hacer alguien que pactaba con los Obscuros. Ese poder... Lo necesitaba. ¡Debía hacerse con él a toda costa!

Apretando los dientes y, con lágrimas brillando en sus ojos sin derramarse, se arrastró hasta el árbol más cercano y se puso en pie ignorando el dolor de su tobillo. Eso no era nada. No se podía comparar con el vacío de su pecho. ¡Ese mísero dolor no lo iba a detener!

Con la oscuridad como única guía, continuó caminando por el sendero lleno de maleza. Las zarzas se enganchaban en su ropa, pero la dificultad del camino no le importó, así como que a su ropa se le hicieran más jirones. Su respiración era agitada, irregular, y era el único sonido que le martilleaba en los oídos junto con el latir de su corazón, el cual cada vez era más fuerte.

Un trono de sangre y espinos. Bilogía de la Obscuridad Vol. 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora