Capítulo 9: Jaula de recuerdos

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Estar manchado de sangre no era nuevo para Derius. A lo largo de su vida había estado lleno de ella de distintas formas. Durante los primeros dieciséis años de su miserable existencia, la sangre que había teñido su piel ajada y quemada por el sol y el frío había sido la suya propia. Después ya no había sido solamente la suya, sino también la de sus contrincantes y enemigos. A veces la de sus amigos. Esta última, gracias a la Madre, la Luz y la Vida, eran las que podía contar con los dedos de las manos al ser las menos frecuentes.

Cuando conoció a Virlik también estaba cubierto de sangre al igual que en su reencuentro. Ahora, en aquella sala del trono, nuevamente profanada por el escarlata fluido vital, también lo estaba. Las únicas diferencias eran que, en su primer encuentro, la sangre era de Derius y había caído sin control de las innumerables heridas y laceraciones que tenía en su esquelético cuerpo de catorce años.

Como esclavo, Derius había estado acostumbrado a todo tipo de vejaciones desde que tenía uso de razón. También a los golpes y, por supuesto, a las palizas más brutales. Más de una vez se había ganado varios latigazos o golpes de fusta por cometer un error como, por ejemplo, tardar más de lo necesario en realizar una tarea, equivocarse en una nimiedad, romper algo sin querer...

Aquel día había sido el hambre lo que le había hecho cometer uno de los errores que más veces se había jurado y perjurado no volver a cometer cuando, a los seis años, lo habían dejado al borde de la muerte. Pero el hambre pudo más. El deseo de calmar el dolor de su estómago vacío venció a todos los razonamientos y a todas las alarmas que saltaron en su cerebro.

Solo quería un bocado. Algo para poder calmar ese dolor que persistía día sí y día también.

A pesar de que su madre le solía dar casi la mitad de su comida, el cuerpo en desarrollo de Derius necesitaba más y más alimento. Ya no eran suficientes las raciones de gachas de avena que les daban para comer por la mañana y la sopa aguada con verduras pasadas y carne o pescado entrando en estado de descomposición.

De niño había sido más fácil soportar el hambre, escuchar en el silencio de la noche el rugir de sus tripas y el de su madre o el de los otros esclavos con quien compartía el cuartucho donde dormían en una estera que rara vez podían cambiar. Ahora, en plena adolescencia, su estómago rugía y protestaba de la mañana a la noche por ello, cuando vio aquellos bollos humeantes rellenos de sabrosa carne en salsa, no solo se le hizo la boca agua ante el delicioso aroma, sino que su estómago pareció cobrar vida y dolerle y gruñirle más que nunca.

Ese día en concreto se celebraba un evento en nombre del príncipe Lysius y los hijos de los nobles habían acudido a palacio como invitados de honor para participar en una serie de juegos en el gigantesco jardín acompañado de un banquete más que digno para gentes tan distinguidas. Derius, junto a otros esclavos, no tenían derecho a acercarse lo más mínimo al lugar y enturbiar la diversión de los jóvenes con su indeseable presencia. Los esclavos no eran personas, no eran seres con derecho a existir sino que eran propiedades. Y no solo eso, también eran insignificantes, feos y malolientes. Vivían porque, aunque fueran parásitos sin derecho a la vida y a la libertad, debían servir a su reino, a su rey y a sus nobles.

Ocupándose de ayudar en la cocina para limpiar todo aquello que le ordenaran los cocineros de palacio, el chico estaba fregando las grandes ollas con las que se habían estado preparando cantidades ingentes de comida cuando llegaron varios camareros con bandejas llenas de alimentos sin tocar y soltado suspiros e improperios.

— La de horas que nos matamos a trabajar cocinando, yendo y viniendo de un lado para otro, para que luego ninguno de esos señoritingos pruebe bocado.

— Es lo de siempre — añadió una joven pinche de cocina que estaba terminando de espolvorear azúcar glasé en unos pastelillos rellenos de mermelada de grosellas —. Están hartos de comer exquisiteces día sí y día también para valorar todo lo que conlleva preparar sus estúpidos banquetes.

Un trono de sangre y espinos. Bilogía de la Obscuridad Vol. 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora