Capítulo 11: Chivo expiatorio

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Estaba agotado.

Exhausto.

Pero ya faltaba poco. Podía verlo y sentirlo.

Aunque luego vendría lo más duro y difícil, cada vez faltaba menos para conseguir lo que tanto ansiaba: cambiar el mundo. Transformar Nersem. Ser rey o el Rey Supremo era el precio que estaba más que dispuesto a pagar para conseguir su verdadero objetivo. No le importaba tener que entregarse por entero si, con ello, le hacía justicia a su madre y a todos sus antepasados. A muchos que todavía necesitaban que alguien los salvara.

Todo estaba saliendo según lo planeado. Sus hermanastros estaban fuera de combate, uno muerto y otro hecho prisionero, custodiado ahora en las mazmorras del Palacio Mayestático hasta que se dictaminara qué se haría con él. Lo mismo que con Kerhés.

Como lo más acuciante había sido ratificarlo como monarca, una vez la alta nobleza había claudicado y le había jurado vasallaje, Derius no había perdido el tiempo y, con la sangre de Karhés y del duque De'girla aún fresca, él mismo bañado en la del archiduque, se había sentado en el trono y todos los presentes lo habían reconocido como el soberano legítimo de Nersem.

Lo que pasó después estaba borroso en su recuerdo.

Mileak se había encargado de que varios de sus hombres custodiaran a Karhés hasta las mazmorras donde había acudido un médico que le había tratado la herida para evitarle la muerte por pérdida de sangre. Lo que habían hecho con el miembro inerte del archiduque no le concernía ni le importaba. En ese momento solo importaba hablar con Liragués.

El marqués había sido uno de sus primeros aliados. Se habían conocido cuando Derius había trabajado bajo sus órdenes unos años antes para acabar con un grupo de ladrones muy peligroso que se dedicaban a saquear y a matar en las tierras bajo la jurisdicción de Liragués.

En esos días, el nombre de Derius ya se había ganado cierto reconocimiento y fama. Siendo todavía muy joven, con apenas dieciocho años, Derius era un mercenario que destacaba por su habilidad y letalidad. Imponente pese a su juventud, su belleza asesina parecía un augurio de muerte y sangre para aliados y, sobre todo, para sus oponentes. Sin que nadie supiera de dónde había salido, salvo que se había enrolado a la milicia medio muerto de hambre, aprendía deprisa, como si todo él hubiera sido fabricado para matar. Para arrebatarle la Luz y la Vida a cualquiera que se cruzase en su camino.

El marqués quedó maravillado ante cómo aquel joven había sabido dar con el escondrijo de los ladrones y cómo no dejó que se escapase ninguno de ellos vivo. Aquella proeza no solamente alivió a Liragués y a las gentes que vivían allí, sino que despertó en el noble un gran sentimiento de gratitud. Hacía más de un año que aquella panda de malhechores y asesinos operaban con impunidad sin que nadie pudiera detenerlos ni encontrarlos y aquel joven, solo, había logrado rastrearlos - la Madre sabía cómo - y matar a casi la mitad de ellos solo, sin la ayuda de los demás compañeros del grupo que Liragués había contratado.

El hombre supo ver el potencial del joven. Si con dieciocho años tenía aquella destreza, ¿cómo sería cuando la madurez y la experiencia en el campo de batalla lo hubieran pulido por completo? Fue por ello que quiso concederle a Derius una recompensa y así congraciarse con él. En el futuro podría serle de utilidad. Sí. Cuando el marqués quisiera rebelarse contra el rey y la alta nobleza, le vendría bien contar con hombres como Derius. Pero el joven no quiso recompensa sino una promesa.

— Llegado el día, marqués, puede que os necesite. Cuando llegue ese día, me gustaría que me escucharais.

El hombre parpadeó, perplejo.

— ¿Solo deseas eso?

Derius asintió.

En ese momento, aunque extrañado, el marqués aceptó sin saber lo que realmente le estaba pidiendo aquel joven mercenario del que nadie sabía nada más allá de que, allá donde fuera, todos acababan muertos.

Un trono de sangre y espinos. Bilogía de la Obscuridad Vol. 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora