Capítulo 5: La audiencia

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Todavía le temblaban las manos y eso que habían pasado varias horas desde que se diera la vuelta en el lecho y sintiera que no estaba solo en él.

El rostro de Derius había estado a escasos centímetros del suyo, tan cerca que, sin necesidad de luz, había sido capaz de discernir sus rasgos y facciones. Durante muchos minutos, a cada cual más agónico, se había quedado lo más quieto posible hasta que no pudo soportarlo y se levantó.

Se dirigió hacia la puerta y la entreabrió. Por la rendija entraba luz, así que ya hacía horas que había amanecido. Es más, por la intensidad de la luz, Virlik tenía la ligera idea de que era casi mediodía. Por la Madre, la Luz y la Vida. No había dormido tanto en su vida, o al menos desde que tenía recuerdo.

Un ligero frufrú lo hizo voltearse y vio al falso rey incorporarse en la cama y desperezarse como un gato, estirando los brazos hacia arriba y arqueando la espalda. La luz que se filtraba por la puerta, ahora casi totalmente abierta, iluminó su figura. Era fascinante el modo en que la luz parecía siempre buscarlo y bañar su cuerpo con sus rayos. El camisón blanco, que era más transparente de lo que habría imaginado, delineó su espalda arqueada. A Virlik le costó tragar saliva cuando su cuello cayó majestuosamente hacia un lado, deslizándose suavemente los finos mechones de su cabello blanco con el movimiento de la cabeza, brillando en las zonas donde la luz parecía besarlos. La piel desnuda de su cuello expuesto tampoco ayudó a que apartara la vista, a que su corazón se calmara. A que todo él comenzara a arder.

Era precioso.

Hermoso.

¿Cómo alguien así era una máquina perfecta de matar?

— Me vas a desgastar si me sigues mirando así.

Cohibido por sus palabras sardónicas, acompañadas, como no, con una sonrisa a juego con su tono de voz, Virlik apartó la vista.

— No os oí entrar — dijo, sin saber muy bien qué más podría decir.

— Esa era la idea — contestó mientras sus esbeltas, pero definidas piernas, se movían y se deslizaban por la cama hasta colocar los pies desnudos sobre la alfombra. — ¿Qué pasa? ¿Crees que te he devorado? — Una carcajada musical llenó la estancia mientras se levantaba –. No temas, capitán, ya te dije que nunca hago estas cosas en camas ajenas. — Caminó hacia Virlik y le colocó el índice bajo la barbilla para alzarle la cabeza —. También prefiero que me devoren.

Virlik dio un salto hacia atrás con la cara más caliente que un metal al rojo y Derius se partió de la risa.

— Ve a asearte, anda — le dijo sin borrar la sonrisa —. Hoy vamos a tener un día duro.

Y tenía razón.

Después de un incómodo y frugal desayuno en silencio, Derius y él habían salido de los aposentos reales, él con su armadura ligera de capitán propia para el interior del palacio y Derius con unas vestimentas propias de un rey, aunque para nada tan opulentas como las típicas que portaba su predecesor. Había que decir que, para los pocos días que estaba allí, Derius había borrado casi todo rastro de Xetril VI y de sus dos hijos, los cuales, por lo que Virlik sabía, estaban vivos en alguna parte, escondidos y esperando su momento para atacar. Si es que Derius no los mataba antes.

No sabía quién estaría detrás del estilismo de Derius, pero se le daba de maravilla sacar a relucir su majestuosidad sin necesidad de aparatosos ropajes y carísimas piezas de orfebrería o joyas cosidas en ellas. A pesar de su casaca dorada a juego con los pantalones y un cinturón de brillantes tachuelas de plata, poco más portaba encima salvo un anillo que era, sin duda, el sello real del Rey Supremo y una fina tiara de oro blanco que, a pesar de sus motivos arbóreos, era una clarísima corona que se confundía con los mechones plateados de su fino cabello.

Un trono de sangre y espinos. Bilogía de la Obscuridad Vol. 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora