Las notificaciones de su móvil fue lo que lo despertó a la seis y veinte de la tarde. Lo cogió con desgana y miró por encima los mensajes que le habían llegado durante el tiempo que le había durado la siesta. Había un par del grupo del trabajo, otro de su amiga Candela pidiéndole consejo sobre el tío que le gustaba, y otro de su hermano casi obligándole para verse el sábado, o sea, el día siguiente, para hablar sobre un tema que lleva rondando a su familia desde hacía poco tiempo: la herencia de su padre.
Como os expliqué al principio, su padre los abandonó cuando eran unos críos; pues bien, hace tan solo un par de meses, su actual esposa les telefoneó una aburrida tarde para hablarles sobre el fallecimiento de su padre. A pesar de no haber cruzado palabra en los últimos diecisiete años, se encontraron con que su padre había dispuesto su herencia a repartir entre ellos y su otra familia. Tal vez se trataba de un mísero monedero vacío o de un yate atracado en el puerto, pero su hermano menor quería reunirse con él para debatir qué hacer con la lectura del testamento que se celebraría en dos semanas.
–¡Qué peñazo! –exclamó mientras se dirigía a la cocina– ¡Vaya! ¿Qué haces aquí?
–No sé... porque es mi casa también, quizás –ironizó Azucena, quien se encontraba sentada a la mesa merendándose una napolitana de chocolate.
–Estoy sobadísimo.
–¿Has dormido mucho?
–No tanto, pero estoy cansado.
–Pues esta noche te toca currar.
–Sí, de hecho tengo que prepararme en breves.
–Quizás vaya esta noche con las chicas.
–Avisadme y os invito a una copa.
–Ya lo tenía pensado –sonrió–. Por cierto, ¿le enviaste el dinero a la casera?
–¡Hostias! Ahora se lo envío.
Conforme lo decía, abrió la aplicación de su banco y envió un Bizum con el dinero correspondiente a su casera.
–Lo que no entiendo es por qué no me lo dice a mí directamente.
–Lo hace, Octavio, pero nunca le respondes.
–También es verdad.
–¿Sabes algo de Javier?
–He mirado el móvil y no he recibido nada de él.
–Pues háblale tú, huevos.
–Debería hacerlo, la verdad, así que antes de entrar le enviaré un audio y le pediré disculpas. Creo que he sido un poco capullo con él.
–Un capullo de los gordos.
****
Eran las 22:45 de la noche cuando Octavio entró por la puerta trasera del Mattachine club. El famoso local en el que trabajaba nuestro protagonista se ubicaba en la Alameda de Hércules, un parque urbano que era el lugar de encuentro para el colectivo lgtbiq+ y para todos aquellos que se hacían llamar "alternativos", convirtiéndose así en una especie de refugio en la ciudad. El local estaba, concretamente, a escasos cinco minutos de distancia de donde él vivía, por lo que ir no le suponía ningún tipo de problema ni de cansancio.
Entró acompañado de una bolsa de tela de una dimensión particular, en la que tenía el traje de Drag Ona para las actuaciones que se marcaría a partir de las 00:30, momento en que Mattachine Club comenzaba con sus espectáculos nocturnos. Dicho esto, tendría aproximadamente hora y media para prepararse y hacer de su alter ego.
–¡Perraaaaaa!
Ese fue el primer saludo que escuchó nada más entrar por la puerta. Felisa Latisa, una de sus compañeras, fue la primera en saludarlo.
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Glam Travesti
Science FictionOctavio es un treintañero que, según él, tiene una vida de mierda. Por las mañanas trabaja limpiando oficinas en su ciudad natal, Sevilla, y por las noches se traviste bajo el nombre de Drag Ona, actuando en el afamado local de ambiente "Mattachine...