Capítulo 13. La ratonera

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El edificio abría sus puertas a sus nuevos inquilinos mientras Octavio y Marsha pausaban la marcha; no sabían qué les deparaba aquel extraño lugar. 

–Siento escalofríos. ¿No te ocurre?

Marsha giró la cabeza con el semblante dubitativo. Era la primera vez que no esbozaba su tétrica sonrisa.

–Un poco. 

–¿Los monstruos sienten escalofríos?

–Los monstruos también podemos sentir, disfrutar y sufrir.

Octavio calló. Marsha volvió la mirada al frente; no podía dejar de mirar a aquellos roedores entrar en aquella extraña casa.

–Deberíamos seguir –propuso el joven.

–Qué extraño que propongas algo, querido amigo.

–Deja las ironías para luego, mi aterrador amigo.

****

Continuaron el camino siguiendo a los pequeños acompañantes y atravesaron una enorme verja que se encontraba abierta. Ambos se fijaron en que tenía pequeños detalles algo macabros, como relieves de vísceras, cabezas cortadas y alguna que otra criatura de extraña procedencia. 

Tras cruzarla se encontraron con la siguiente puerta, la que tenía la función de entrada principal, que, además, ya se encontraba abierta, pues centenares de ratones habían accedido al interior previamente. Octavio y Marsha pusieron el pie dentro y pudieron sentir un aroma corrosivo y pétreo. 

Nuestro protagonista no pudo evitar mostrar una mueca de desagrado por el olor tan intenso que había en el interior. Contrarrestando aquel misterioso y maloliente ambiente, la estancia era una auténtica obra de arte. Todas las paredes se encontraban decoradas pomposamente por decenas de pinturas de estilo rococó, en las que predominaban los colores pasteles. Entre los cuadros, se dibujaban tapices verticales con hermosas flores tejidas, y en el suelo se extendían enormes alfombras de terciopelo, de color púrpura y rosa. Los muebles se encontraban cordialmente colocados, y sobre ellos había diferentes figuras de porcelana que representaban a bailarinas, pastoras y artistas. 

Conforme avanzaban, la música de Mahler dejaba de sonar, dejando así un silencioso ambiente, orquestado únicamente por las pisadas de los ratones que recorrían aquella fría estancia. De repente todos pararon frente a una majestuosa estatua de narcisos gigantes que había plantada delante de una escalera que se abría en dos ramas, a ambos lados, dispuestas así para subir a la primera planta. 

–¿Qué pasa ahora? –preguntó Octavio.

Marsha ignoró la pregunta, estaba demasiado concentrado en la escena.

Un sonido mecánico inundó el lugar. Acto seguido, el narciso gigante de piedra comenzó a extender sus pedúnculos a izquierda y a derecha, de manera armoniosa, como si se tratase de un pase de baile de ballet ensayado. De lo que parecía ser el centro de la estatua, se empezaba a dejar al descubierto una puerta que salía del suelo, subiendo hasta tener una altura considerable.

–No quiero volver a atravesar ninguna puerta –suspiró Octavio.

–Parece divertido, mi querido amigo.

–¿Dónde ves lo divertido?

–En todo.

–Ya veo... –murmuró.

Los pequeños roedores entraban por la puerta recién aparecida como un acto rutinario; de hecho, todo el camino lo habían realizado como si lo hicieran cada día, así que, quizás, irían a trabajar, o eso pensó Octavio cuando los veía atravesarla de dos en dos. 

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⏰ Última actualización: Dec 01, 2023 ⏰

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