1. Prioridades

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Era una mañana fría y húmeda, mucho más de lo habitual, como si el frío se esforzara por colarse en cualquier rendija de la casa. Me levanté de la cama, dirigí mis pasos hacia la cocina y prepare una taza de café que lleno todo el hogar con su aroma.

Eran las seis en punto. Aunque prepararme para salir me suele llevar alrededor de una hora, hoy sentía una urgencia inexplicable. En tan solo veinte minutos, estaba listo. Me puse el abrigo, tomé mi mochila y salí apresurado.

Normalmente el trayecto me toma treinta minutos, esto incluye caminar hasta la parada de autobús cruzando un pequeño puente sobre uno de los arroyos de la ciudad.

Fue allí donde la vi: una chica tendida en el suelo cubierta por una ligera capa de nieve en su espalda. Me apresuré hacia ella, sin signos de heridas evidentes, pero algo claramente no estaba bien. Llame a una ambulancia y mientras esperaba intente proporcionarle calor con mi abrigo.

Al cabo de un tiempo, la ambulancia llegó y la atendieron en el lugar. Los paramédicos la subieron al vehículo y pedí acompañarla, a lo cual accedieron, así que subí junto con ella.

En el trayecto al hospital, la chica empezó a murmurar algo que no lograba entender, pero mi atención se desvió cuando sonó mi celular. Era mi jefe.

Al ver su nombre en la pantalla de mi celular, apagué el teléfono y lo guardé en el bolsillo, ignorando la sensación de nudo en mi estómago. Miré a la chica y su respiración tranquila me reafirmó que había tomado la decisión correcta.

Una vez llegados al hospital, los paramédicos se apresuraron en bajar a la chica y ponerla en observación. De igual forma bajé de la ambulancia y me dirigí a la recepción para saber si podría seguir acompañando a la chica.

La señorita de turno fue muy amable con migo y me dejó pasar sin haberme hecho demasiadas preguntas. Me dirigí a la habitación donde habían hospitalizado a la chica y me senté a su lado en un banco bastante incómodo. Pasaron las horas y ella aún no despertaba.

Sabía que me había metido en problemas por no haberle contestado la llamada a mi jefe, pero sentía que mi prioridad en ese momento era aquella chica.

El reloj avanzaba cuando de pronto, la chica se levantó de repente, giro hacia sus lados y al mirarme de reojo, volteo a verme con una mezcla de fatiga y una expresión de duda.

Pero en cuanto abrió por completo sus ojos… sus ojos eran más que hermosos y, Sin darme cuenta, la chica se abalanzó sobre mí y me besó. Me quedé sin saber qué hacer ante la situación,  parecía que el tiempo se hubiera detenido por completo.

Sentía cómo mi corazón se aceleraba y amenazaba con salirse de mi pecho. Cerré los ojos esperando despertar del sueño, tratando de engañarme a mi mismo, pero todo esto era real y en verdad estaba pasando.

Los tonos naranjas del atardecer se reflejaban en cada esquina de la habitación haciendo el momento aun mas surreal. De repente, la chica se apartó de mí, tan rápido como se había acercado.

—¡Lo siento mucho. No sé lo que me pasó! — exclamó la chica mientras se cubría con las sabanas por la vergüenza.

En un intento de mantener la calma, dirigí mi mirada hacia la ventana, tratando de evitar un contacto visual con la chica

—N-no pasa nada — le aseguré, y un incómodo silencio llenó la habitación. —Estás desorientada, creo que… —

Al instante me puse de pie y me dirigí lentamente hacia la puerta.

—Mejor, te dejo descansar — dije estando a punto de salir del lugar.

—¡Espera! Quisiera… quisiera saber tu nombre — dijo la chica.

Con la mano en la manija de la puerta —Nate — le respondí.

—Nate, ¿qué haces aquí? Lo siento pero, ¿debería conocerte? —

—Supongo que no — admití con una sonrisa temerosa. —Iba camino al trabajo cuando te vi en el suelo, cubierta de nieve. Llamé a emergencias y decidí acompañarte hasta aquí. Sé que suena extraño, pero sentí que debía hacerlo —

—Gracias — respondió la chica con una dulce sonrisa y una mirada perdida hacia el suelo. —Por cierto, me llamo Cheryl… —

El día se había terminado en un instante, el cielo comenzaba a oscurecer y las destellantes luces del hospital me segaban una vez fuera.

De camino a mi hogar, no dejaba de recordar aquella escena con la chica.

(“Ahora que me detengo a pensar… esa chica si que era linda. Cheryl, creo que así se llamaba, ¿Por qué me besó? ¿Porqué me habría de besar? La verdad es que no soy un tipo tan atractivo”).

—Ahh, este día fue demasiado para mí — fue lo que dije en el momento.

Sin darme cuenta me encontraba frente a la puerta de mi casa. Saqué las llaves y entré agotado, anhelando descansar. Subí a mi habitación y me dejé caer en la cama, entregándome al sueño sin resolver el misterio de aquel beso.

[Al Día Siguiente…]

—¡¿Qué diablos pasa contigo?! ¡Ayer te llamé seis veces, pero no contestaste. Ese fue uno de los días más ajetreados que hemos tenido y decidiste faltar. Espero que tengas una buena razón, Nate… — reprendió mi jefe.

—Lo siento, estuve ocupado — contesté.

—Haciendo qué — preguntó molesto.

—Pues… cosas — respondí vagamente tratando de evitar a mi jefe.

—Sabes qué, déjalo así. Esta será la única vez que voy a dejar pasar algo como esto, ¿Entendido? Además, descontaré ése día de tu sueldo —

—Sí, sí. Lo que diga, jefe — contesté resignado.

—¡Ponte a trabajar de una vez! — me ordenó, señalando la urgencia de volver a la rutina laboral.

Así que sin más complicaciones me puse a trabajar de inmediato, mi puesto en este trabajo dependía de ello, cuando al instante escuché a mi lado.

—“Nate” — la voz venía desde abajo así que agaché la mirada.

Era Evy, mi compañera de trabajo. Siempre me pregunté el porqué una chica como ella decidiera trabajar en un lugar como éste, con esta peste y humedad. Y aunque la paga es más que aceptable Alguien como ella no tendría porqué trabajar aquí. Pero la vida no tiene consideraciones. O tal vez le guste esto, y eso no tiene nada de malo…

—Dime Evy — respondí.

—¿Qué fue eso tan importante como para que hayas faltado? Hasta ayer nunca lo habías hecho —, indagó mi compañera.

—Encontré a una chica inconsciente de camino aquí. Se que solo tenía que llamar a emergencias y dejarla, pero, quería hacer más que eso, así que la acompañé hasta el hospital y me quedé hasta que despertara —, le expliqué.

—Ya veo… Nate, deberías contárselo al jefe. Tal vez lo comprenda —, exclamó Evelyn.

—Evy, eres la nueva aquí, esta claro que no lo conoces tan bien como yo. No hay manera de hacerlo entrar en razón.

Además, desde el inició Héctor y yo no nos llevamos bien. Si no me ha despedido hasta ahora es porque hago bien mi trabajo y no puede quejarse. Bueno, creo que ahora le acabo de dar una excusa para que lo considere —

—Nate, lo comprendo, pero tal vez… olvídalo, no importa — respondió Evy.

—¡Oye, no me dejes con la duda! — le reclamé a Evy.

Sinceramente esta vida no era para mi, la sal del mar se sentía pesada en el aire y en ocasiones las olas eran tan fuertes que al romper era tanta la distancia que alcanzaban que lograban empaparme por completo, sin olvidar el olor a pescado todo el día.

—¡Nate, tengo que hablar con tigo! — escuché a lo lejos.

—¡Voy en un segundo jefe! — contesté.

Después de una charla, Héctor me dejó libre, así que volví a mis labores.

Evy intrigada —¿Y qué te dijo, es sobre tu falta? — preguntó.

—No te alteres, Evy, No es nada. Seguiré trabajando aquí por más tiempo, así que no te preocupes — le respondí.

Luego de un breve silencio Evy habló.

— Oye, Nate, cuando salgamos de aquí, ¿Qué te parece ir por un café? — preguntó.

—¡Claro! Me vendría bien uno… — dije contento al saber que la hora de salida era dentro de poco.

Cuando termino el turno, Evy y yo nos dirigimos a la salida justo para abandonar la instalación. No antes que Evy se despidiera de todos, ¡y me refiero a todos!

—¡Hasta mañana, Héctor! — grito Evelyn al por fin salir del lugar.

—¡Adiós, Evelyn! Y… hasta luego, Nate — añadió Héctor.

Extrañado por la acción de Héctor —¡Ah, sí! Hasta luego — contesté.

—¿Oye viste eso? — le dije

—¿Qué?—

—¿No te pareció extraño? —

—¿A qué te refieres?—, preguntó Evy.

—Héctor nunca se había despedido de mí, es, “raro”—

—Yo que voy a saber, Nate, tal vez él decidió dar el salto —, sugirió Evy con una pequeña sonrisa.

—¿Dar el salto? —, pregunté.

—No importa —, respondió Evy.

—Bueno… ¿A qué lugar te gustaría ir por el café?— pregunté.

—Mmm… ¡ya sé, sígueme! — exclamó Evy mientras me llevaba del brazo.

—¡Espera, no tan rápido! — mencioné, tratando de mantener su ritmo…

Pasamos por varias tiendas, algunos restaurantes y establecimientos de todo tipo, cuando me detuve a ver en la ventana de una boutique, la ropa que bestia uno de los maniquíes, eso me hizo acordarme de Cheryl y, después de caminar algunas cuadras mas, Evy se detuvo.

—¡Es aquí! — dijo Evy.

—¡Oh, ya veo! Se ve agradable — expresé mientras recuperaba el aire.

—¡Verdad que sí! Me gusta mucho venir aquí, todos son muy amables — dijo Evelyn con una sonrisa en el rostro.

Yo sin saber como decírselo, quería encontrar la forma de comentarle a Evy de mis ansias por ir al hospital, y acordarme de aquella chica solo hacia que frustración aumentara. En un momento…

—Evy… — la llamé.

—¿Sí? —

—Tengo que ir al hospital, necesito ir — le comenté apenado.

—Es por la chica, ¿no es así?— dijo Evy con una sonrisa, tratando de ocultar una notable tristeza en su rostro.

—Sí — respondí.

Al ver su reacción, noté que intentaba mostrar una expresión más positiva.

—Bueno, será para otra ocasión, Nate… ¡Ve! — me dijo mientras intentaba sostener su sonrisa.

—Perdóname Evy, y gracias por comprender, te prometo que vendremos aquí luego — mencioné dándole ánimo.

Rápidamente tomé un taxi, y, en el camino hacia el hospital, no podía contener la emoción que sentía al ver a Cheryl de nuevo. No podía ocultar la sonrisa en mi rostro, pero aun seguía preguntándome el por qué me había besado de forma tan repentina.

Al llegar al hospital, pagué al taxista y bajé lo más rápido posible. Me acerqué a recepción y pregunté por ella. Por suerte, era la misma señorita de la vez anterior.

—Me acuerdo de ti — dijo la señorita de recepción. —Eres el chico que llegó con la paciente en la ambulancia ayer, ¿verdad?—

—Así es señorita. Vine a visitar a Cheryl — respondí.

—Lo siento, cariño, pero tu amiga fue dada de alta — contestó la señorita.

—¿Cómo dice? — exclamé.

—Que ya no se encuentra aquí, se acaba de ir hace unos momentos. La escuché mencionando sobre ir a un cibercafé y… ¡Oye, no corras! —

Por Azares Del Destino Trajiste Color A Mi VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora