Existe un dolor en mí que está muerto, en breve diría que son recuerdos agridulces los que causan este mismo. Sin embargo, ya pasó suficiente tiempo y cuando realmente creí estar en mi mejor un momento, mi cicatriz más profunda comenzó a desangrar. Pero ¿Por qué?
En mí había una alegría inconmensurable en esos precisos instantes de adrenalina mientras entrenaba, cuando de pronto en ese mismo piso me acerco a una mujer para decirle que ya terminé de usar la máquina que ella estaba esperando. Entonces, tan pronto como comencé a pronunciar mis palabras, esa persona me miró fijamente a los ojos y sin querer me demostró que mi más profunda angustia aún marca un presente.
Su rostro lleno de lágrimas, los ojos rojizos de dolor como de tristeza, una sonrisa aparentada y una voz media temblorosa. Al darme cuenta de cada una de estas cosas me vi a mi mismo de cierta manera, me quedé muy sorprendido por lo sucedido y no pude hacer más que darle algo de ánimo a la desconocida. Y desde la poca felicidad que me estoy creando puedo decir que comprendo su dolor, ahora mismo me carcome sin piedad alguna y no es de extrañarse sobre la razón, ya que al ver esa mirada fue como mirarme al espejo. Solo que el espejo enseñaba los gestos más presentes en mí y en mi lugar yo tratando de escapar de ellos, en busca de una nueva y verdadera felicidad.
Esa persona fue muy amable conmigo a pesar del apenas nacer de su sufrimiento, solo espero que llegue a ponerse mejor en lo que a bienestar se refiere porque tratar de salvar a otros de su sufrimiento es como ir con ellos al pozo. Por lo mucho puedo mostrarles la verdad desde mi perspectiva y por lo poco puedo ser lo más empático posible para compartirme de su dolor, asimismo dar realmente un buen abrazo a pesar de que no me gusta que me toquen porque quizá a mi ese abrazo me hubiera venido muy bien.