Prólogo

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22 de Mayo, 2023

Caminaba por las calles de Madrid después de haber salido de mi despacho, era psicóloga.
Mi cabeza no paraba de pensar en mi última paciente, la cual me había hecho la noche después de haberme contado la ruptura de su familia y el trauma que le generó.

Giré las llaves cuando llegué a la puerta de mi piso acogedor, solté mis carpetas sobre la mesa de la entrada y miré mi cara reflejada en el espejo encima del mueble.

En principio iba a dormir en casa de Clara, una amiga que tenía un piso a una calle al lado del despacho. Pero preferí ir a casa ya que Leo, mi pareja, me estaba esperando allí. Aunque ambos viviéramos juntos, la mayoría de tiempo la pasaba en el trabajo y pasábamos muy poco tiempo juntos.

Me quité los zapatos planos y me puse de puntillas para evitar hacer ruido. Cuando me aproximé hasta el final del pasillo sonreí levemente, suponía que Leo, mi pareja actual, estaba dormido. Giré el pomo de la puerta con sutileza y al levantar la mirada con mi mejor sonrisa, encontré a mi pareja bajo los edredones de color blanco.
La luz no estaba encendida y cuando quise darme cuenta, apreté el interruptor, ya que la única luz que daba era la de la luna que entraba por la enorme ventana. Al ver un cabello rubio mi sonrisa se borró de inmediato y mi cara se quedó pálida por completo.
Cuando quise darme cuenta, dos cabezas salieron de las sábanas y salí de la habitación abriendo la puerta de afuera de la casa.

—Mar, déjame explicártelo.. —Salió caminando detrás de mí mientras se iba poniendo los pantalones.
—Lárgate. —Conteste sin más, apoyando mi mano en la pared, clavando mi mirada en el suelo evitando hacer contacto visual.
—Margarita.. —Intentó que le mirara llamándome por mi nombre entero el cual odiaba, por lo tanto, simplemente señalé la puerta.

Dio un alargado suspiro antes de salir y después de él fue la chica rubia avergonzada, con sus mofletes rojos. Ella se paró en medio de la puerta y se giró a mirarme. Rápidamente moví la puerta indicándole que saliera para así poder cerrarla.
Cuando lo hice seguí en estado de shock, me pasé una mano por la cara. No estaba llorando, en absoluto, estaba neutra, sin palabras, nada podía salir de mi boca.

Tragué saliva mientras me aproximaba a mi dormitorio para retirar las sábanas y abrir la ventana. Cuando lo hice, comenzó a entrar un ligero viento en la habitación el cual hizo que me relajara bastante. Metí el juego de sábanas y el edredón dentro de la lavadora y puse otro mientras intentaba aguardar la calma.

Al terminar me recogí el pelo en una trenza y me metí en el baño para desmaquillarme la cara y ponerme el pijama.
Cuando terminé de prepararme la piel para tenerla menos tensa, abrí el armario y me llevé las manos a la cintura. Me senté en el suelo de madera y comencé a sacar toda la ropa de Leo para después meterla en bolsas o cajas pequeñas.

Veinte minutos más tarde terminé, cerré las cajas con un poco de cinta adhesiva y las puse en la entrada de la casa para evitar el descontrol y tener todo más organizado después de lo ocurrido.

Cogí la carpeta que anteriormente había dejado en la mesa de la entrada y la dejé sobre la isla de la cocina. Saqué una ensalada preparada de la nevera y un tenedor del cajón. No había soltado una palabra desde lo sucedido hace aproximadamente una hora.

Abrí la carpeta y comencé a escribir sobre los papeles para intentar cuadrar las sesiones con mis clientes. Encendí mi teléfono del trabajo y comencé a enviarle las fechas que tenía libre y los precios a los contactos de mis clientes.
Al darme cuenta que aún me quedaba demasiado, me llevé las manos a la cabeza y estallé de los nervios.

Las lágrimas rodaban por mis mejillas y las secaba con rapidez con ayuda de la palma de mi mano evitando que cayera sobre los papeles y los estropeara.

Opuestos || Misho AmoliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora