Capítulo 1.

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Caminaba por las calles de Madrid nerviosa, mi respiración aumentaba cada vez más. Estaba dándome un ataque de ansiedad, en medio de todo el mundo.

Corría con el bolso en la mano hasta llegar a casa, no tenía el coche y tampoco quería coger el metro y sentirme aún más estresada.
Entré por un callejón pequeño y giré a la derecha para encontrar el portal de mi casa entre lágrimas.

Removí el interior del bolso tratando de buscar la llave pero fue en vano, hasta que decidí darme por vencida y sentarme en el pequeño escalón del portal poniendo las manos en mi cara.

Mientras estaba trabajando me había enterado que Leo llevaba más tiempo con aquella chica, antes de que me pidiera matrimonio.
La rubia que había encontrado bajo las sábanas me había mandado un mensaje por Instagram contándomelo todo. Cuando digo todo es todo.
En el mensaje me había puesto que se sentía avergonzada y que apenas tenía idea de que el imbecil de Leonardo tenía novia, mejor dicho, matrimonio.

Estuve sentada por varios minutos en el pequeño escalón fuera del portal, no encontraba las llaves y ahora no eran mi mayor preocupación.
Estaba abrazada a mis rodillas y mi cabeza apoyada en estas cuando la puerta del portal se abrió. Me levanté con rapidez y cogí mi bolso para entrar, aunque cuando levanté mi mirada del suelo me sentía avergonzada.

—¿Estás..bien? —Frunció el ceño.
No era capaz de mirar hacia arriba, sabía que mi piel estaba roja al igual que mis ojos.

Levanté mi barbilla aunque al encontrar aquellos ojos azules apreté mis labios antes de pulsar el botón del ascensor y asentir ante su pregunta con lentitud.

El vecino me miró de arriba a abajo inseguro, sabiendo que mi respuesta no era cierta. En cuanto las puertas del ascensor de abrieron, entré con rapidez y me pegué en la pared de esta.
El chico, del cual desconocía su nombre, dio un chasquido con su lengua y sin pensarlo dos veces entró en el ascensor poniéndose enfrente de mí.
Inconscientemente tragué saliva y pulse el número quince, pues ahí estaba el piso.

—¿Estás segura de que estás bien? —Volvió a preguntar intentando buscar mi mirada.
Rasqué mi nuca y asentí de nuevo, esta vez mirándole.
El contacto visual se mantuvo por un par de minutos más, y en cuanto las puertas del ascensor se abrieron, salí de este dirigiéndome a mi puerta, mientras que el vecino volvía a bajar.

Esta vez me digne de buscar la llave con más calma, al encontrarla, agarré el picaporte de la puerta y lo elevé hacia abajo para abrirla.
Al entrar me fui directa al baño para darme una ducha y estar más tranquila.

Cerré los ojos al notar el agua tibia caer por mis mejillas y humedecerlas en cuestión de segundos. Aproveché para lavarme el pelo y así relajarme un poco más.

Cuando salí, cogí mi teléfono que había dejado encima del lavamanos. Al fijarme en la hora mis cejas se alzaron, tocaba junta de vecinos en el garaje. Había tardado demasiado en la ducha y mi tiempo de almuerzo se había agotado.

Fui directa al armario y saqué un vestido largo de color crema con algo de escote y de manga corta. Atravesé mis brazos por las mangas y me puse unos calcetines.

Me acerqué a la zapatera y cogí mis converse blancas para después meterme en el baño y quitar la toalla que estaba enrollada en mi pelo, luego lo desenredé.

Cogí las llaves, el móvil  y con la misma salí de la casa y me metí en el ascensor para llegar al garaje.
Al llegar me acerqué a Lourdes, la presidenta de la comunidad. Me miró de arriba abajo a causa de mi tardanza y me senté en la única silla que quedaba vacía entre todos los vecinos, entre el chico del ascensor.
Le miré antes de sentarme y después de ello presté atención a la reunión.

—A los vecinos nuevos les recordamos que; cualquier tipo de ruido alto como música o cualquier otra cosa a partir de las doce de la noche está prohibido.

Me miré las uñas aburrida y crucé mis piernas al igual que mis brazos. Cuando quise darme cuenta alguien estaba susurrando algo en mi oído.

—Me llamo Mihail, aunque Misho es más simple. 
La piel se me puso de gallina, Misho se alejó de mi oreja con una sonrisa pícara.

Rodé los ojos ante su coqueteo y suspiré.
—Yo no me llamo Margarita, me llamo Mar. Margarita a partir de los setenta. —Alcé las cejas y estiré mis labios. Misho rió. Lourdes nos fulminó con la mirada.

Cuando la reunión terminó me levanté de la silla y la recogí para dejarla de nuevo en su sitio, pues eran sillas plegables que había que guardar en un armario, firmé en un papel mi asistencia y subí de nuevo a casa mediante el ascensor.

Al llegar me atreví a girar mi cadera y mirar a Misho antes de entrar en su casa, al notar que este se daba cuenta me giré hacia mi puerta con los cachetes colorados, desesperada por introducir la llave y entrar en casa.

Al conseguir entrar solté una ligera risita por lo bajo, aunque esta la borré de inmediato al notar lo que estaba haciendo.
No podía interesarme de alguien si apenas acababa de salir de una relación.

Me quité los zapatos y me quedé en calcetines. Entré en la cocina y me preparé un sándwich de jamón y queso. Después de eso, me senté en la isla y saqué el móvil para revisar mis mensajes, el cual sonó y en la pantalla de este se iluminaba el nombre de mi madre.

—¿Vas a seguir ignorando mis mensajes? —Elevó su voz en cuanto yo descolgué el teléfono.
—¿Qué pasa, mamá? —Le pregunté dándole un mordisco al sándwich.
—Tienes un billete a Barcelona para mañana al mediodía, creo que debemos hablar. —Alcé las cejas y me llevé una mano a la frente.— Llévate ropa como para un mes, te veo mañana.

Y después de eso, cortó.

Preparé la maleta y con la misma me metí en la cama cansada. Deseando que todo esto fuera una broma.

Opuestos || Misho AmoliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora