Capitulo 23.

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—Y.. —cuando Elena escribió el ultimo número de aquella operación resuelta, alcé mis brazos con una sonrisa victoriosa— ¡Hemos terminado!

La media mañana del sábado se basó en eso. Elena tenía varias tareas pendientes de matemáticas y lo cierto era, que esa asignatura no se le daba muy bien.

Le preparé un sándwich de pavo y queso y lo enrollé en una servilleta para luego meterlo en su mochila junto con una botella de agua.
Elena tenía unas clases de baile cada sábado antes de ir a comer. Había empezado el mes pasado y estaba preparándose para una actuación.

Salí al balcón al notar como la luz del sol que estaba entrando por el balcón había desaparecido. Fruncí el ceño al ver como comenzaba a chispear un poco y comenzaba a meterse viento.
Suspiré y cerré la puerta de cristal empujándola por el mango.
Me metí en la habitación para ponerme ropa larga al igual que Elena, que había entrado en el baño.
Cuando me cambie fui directa al zapatero y saqué unas botas color rojizo que conjuntaban con mi suéter rojo de cuello alto y mis pantalones algo sueltos vaqueros de color negro.
Me miré en el espejo de la entrada colocándome un poco el pelo ondulado, pues había desecho la trenza que llevaba.

Elena salió con el peine en la mano y la malla para recoger el moño de su pelo. Me senté en el sofá y ella entré mis piernas, permitiéndome una mejor altura para tener más comodidad.

—Ahora ponte unos pantalones, si no el tutú se te estropea. —Le recordé al verla solo con la malla negra y las medias rositas.
Asintió rápido mientras se ponía los zapatos blancos y cuando terminé le di un golpecito en el hombro.

Elena volvió a perderse por el pasillo mientras yo la esperaba con la puerta abierta y revisando mi móvil, respondiendo algunos correos.

—¡Lista! —Salió del piso con una sonrisa.

Subimos en el coche lo más rápido para refugiarnos de la lluvia, después quité el freno y salí del aparcamiento.
La escuela de baile no estaba demasiado lejos y no podría quedarme allí porque había quedado para comer.

Me miré en el retrovisor una última vez y en cuanto me sentí preparada, me bajé del coche.
Me hice una trenza con rapidez en lo que caminaba hacia la entrada del pequeño restaurante de hamburguesas, el pelo en la cara me estaba molestando.
Me incliné un poco de puntillas intentando encontrar la cabeza de Guille, aunque en vez de eso encontré la del búlgaro.
Supuse que después de entrenar habría ido a comer con Nil o algo por el estilo, pero me di cuenta de que no por cómo iba vestido, y por la chica que estaba sentada en frente de él. Laia.
Bajé un poco la mirada encontrando su mano encima de la del búlgaro, que tenía la mirada nerviosa centrada en ella.
Me pasé un mechón suelto por detrás de la oreja y tragué saliva acercándome al camarero, el cual me guió hasta la mesa donde estaban mis hermanos.

—¡Marga! —Clara me llamó, fruncí el ceño.
—Más apodos no, gracias.. —Alcé un poco las cejas intentando apartar la mirada de la mesa del fondo que aún no se había dado cuenta de mi presencia.
Guille se giró intentando buscar donde estaba apuntando mi pupila.
Al ver al búlgaro hizo una mueca indignado, le di un manotazo en el hombro.

—Seguro que son amigos, ella estaba ayer en la cena. —Me intenté auto convencer mientras me cruzaba de brazos sobre la mesa.

Cuando el camarero llegó y dejó las bebidas sobre la mesa, volvimos a hablar.
Miré una y otra vez a la mesa, insegura. Y no entendía porqué no confiaba en él.

—Mar, ¿estás escuchándome? —Clara chasqueó sus dedos delante de mí y pestañeé un par de veces— Luego te pierdes y no sabes dónde estás.
—Perdón. —Relamí mis labios y fruncí el ceño integrándome en el tema de nuevo.

Opuestos || Misho AmoliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora