De todas las cosas que cabría esperar de aquella conversación, la última que se le habría ocurrido a Juli era aquella.
—Estuve unos meses muy colada por ella. Entró en clase el primer día y nada más hacerlo pensé "joder, esta tía está como un tren". Imagínate: llega con esa clase que ella desprende, rubia, con un estilazo y un escotazo que nos quedamos todos patas arriba. Y cogió y se sentó a mi lado. "Hola, me llamo Berta, ¿y tú?" me dijo. "Yo no" le dije de lo nerviosa que me puse. "Yo me llamo Tatiana". "Encantada, Tatiana. Cuando queden cinco minutos seguramente te pida los apuntes que cojas, ¿me los pasarías, porfi?" y yo "sí, claro". Después, claro, me invitó a un café. Entonces llegó su novio a buscarla, se dieron dos besos, vi las pintas y las pulsera que llevaba y ahí ya pensé "no le voy a decir nada, porque me deja de hablar ya mismo". Y desarrollamos la relación de amistad sobre esta pequeña omisión de la verdad. Quedábamos para pasarnos apuntes y claro, yo hasta soñaba con ella. Hasta que me dije un día que hasta aquí hemos llegao. Me la fui quitando de la cabeza, en plan romántico, poco a poco, hasta que al final he conseguido verla solo como amiga. Una amiga que me ha ayudado mucho a hacer amigos, que me ha sacado de fiesta y que me hace querer superarme cada día.
—Joder, qué fuerte. Aunque claro, tiene sentido, ahora que lo pienso. ¿Y lo llevas bien?
—No te preocupes, eso está ya superado. Lo que me da rabia es que a veces siento que no soy suficiente, que menosprecia mis gustos, las cosas que me apetecen... Es como que ella siempre tiene que tener la razón y tiene que extender sus gustos sobre los míos.
—Mira, Tatiana, voy a serte sincero. Esto que me cuentas me parece bastante feo por su parte. No creo que te convenga una persona que le haga eso a tu vida.
—Ya, pero es que creo que soy una Tatiana mejor que antes de conocerla.
—Bueno... ahí ya tienes que poner en una balanza lo que te aporta y lo que te quita y luego ya determinas.
—Con tiempo eso... Dios, necesitaba soltar esto. No se lo había dicho a nadie nunca.
—Hostia, soy un privilegiao, ¡ja, ja!
—En serio, gracias, me siento mucho mejor después de hablar sobre esto. Además, me ha tranquilizado mucho tu presencia.
—No se dan las gracias, mujer, que mira a ver que me voy a poner colorao y to. Aunque no te haya quedao otro remedio, gracias por confiar en mí.
Tatiana le regaló una sonrisa más de agradecimiento, la primera desde que se produjo la discusión entre ella y Berta y le dijo a Juli:
—¿Me acompañas a donde Manolo para lo de las llaves? Así ya voy para casa y a descansar, que mañana toca fiestuqui. ¿Vas a ir a la Sonic?
—¡Ja, ja, ja! ¿Llevas na más dos días aquí y os vais a plantar en la Sonic? A mí ese sitio no me gusta na, no van más que muchachos chicos ya y además la música que ponen no me gusta.
—Vaya, bueno, pues otra vez será. ¿Me acompañas o no?
—Sí, sí, vamos pallá.
Juli y Tatiana caminaron durante tres minutos y cuarenta segundos hacia el Pub Ebrietas. En ese lapso, los breves momentos de silencio no se hicieron incómodos; al contrario, parecía que les rejuvenecía el alma. Sobre todo a Tatiana, que hacía escasos momentos estaba maltrecha. En algunos puntos de la geografía de Miranda del Valle, Juli le explicaba anécdotas que había vivido en aquellos lugares cuando era pequeño.
Cuando llegaron a la terraza del bar, allí se encontraban tanto los amigos de Juli como Manolo y el Muecas (entre muchas otras personas poco relevantes en este punto). Sergio y Monchi miraban de manera pícara a Juli, como pensando "ay, pájaro"; pero Juli, poco amigo de ese tipo de bromas, lo único que hizo fue sacarles el dedo corazón y dirigirse a Manolo en los siguientes términos:
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Aceros inoxidables
RomanceBerta y Tatiana son dos amigas de la facultad que deciden pasar un periodo estival de recreación en Miranda del Valle, un pequeño pueblo rural donde todas las habladurías y leyendas populares hablan de un personaje tradicional: el afilador.