Capítulo 7

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El reflejo de Tatiana apareció en el espejo del baño del piso inferior, iluminado por albas luces que permitían vislumbrar cada uno de los pequeños detalles de su rostro, dispuesto a ser modificado estéticamente con el objetivo de salir a celebrar que era sábado en Miranda del Valle. No había empleado demasiado tiempo en quitarle la etiqueta al top morado que se había comprado el día anterior, aunque sí le había costado más introducir sus piernas en el pantalón de licra debido a su estrechez. Finalmente, apuntilló su atuendo festivo con unas sandalias de plataforma negras, sujetas con una tira transparente a lo ancho. 

Berta hacía lo propio en el piso superior. Sacó de su maleta el mono blanco con corsé y se introdujo en él antes de ajustárselo con un cinturón de hebilla dorada que hacía todavía más fulgurante su figura. Los tacones de aguja de Louis Vuitton temporada primavera-verano de su última y más exclusiva colección incrementaban el coste de su outfit hasta los tres mil quinientos euros. Todavía le faltaba el bolso.

El maquillaje de Tatiana fue sencillo: simplemente se oscureció el contorno de los ojos aplicando un ligero y sutil eyeliner y un toque de pintalabios morado mate con imposibilidad de ser suprimido por accidente durante la noche. Lo único que le quedaba era prepararse el pelo, que todavía estaba húmedo tras haber salido de la ducha, pero para el que no poseía grandes pretensiones más que dejarlo ondulado igual que un día cualquiera. Sin embargo, deseaba no terminar tan rápido de prepararse, puesto que la espera hasta que Berta concluía se le hacía eterna. Por suerte, podía amenizar ese inconveniente lapso mediante la escucha de canciones que la fueran poniendo a tono.

La complejidad del acicalamiento de Berta era todo un sistema semiótico en sí mismo. Cada uno de los pequeños elementos tenia significado per se, pero no dejaba de contribuir al todo que resultaba en el goce estético de la expresión de su propia vanidad. Al aura nocturna de Tatiana se le volvía a complementar el brillo absoluto de una Berta que buscaba realzar su pureza, su divinidad y su inaccesibilidad. Se había alisado el pelo, en el que poco a poco dejaban de distinguirse las mechas californianas; no por causa de disolución del color de las puntas, sino por el aclaramiento provocado por el astro rey.

Cuando concluyó su preparación, descendió con elegancia al piso inferior donde Tatiana aguardaba su llegada escuchando La gozadera. Al verla tan reluciente, exclamó:

—Tía, ¿a dónde vas así? ¡Que estamos en Miranda del Valle, no en Ibiza!

—Pues normalita, ¿no? Lo primero que he cogido.

—¡Pero si llevas el mismísimo Banco de España encima!

—¿Pero a que voy divina?

—Eso siempre, Berta, los vas a tener a todos loquitos detrás de ti.

—Puf, espero que no, qué pereza. ¡Solo quiero bailar y pasármelo bien!

—¡Ea! ¡Así se habla! ¿Nos vamos?

—¡Venga! ¡Rápido, que es gerundio!

—Berta, rápido no es gerundio.

—¡Da igual, me has entendido!

Justo en aquel momento, en el móvil de Tatiana, sonaba Yo lo que quiero es irme de fiesta, pero fue interrumpida cuando salieron por la puerta del Palacio en dirección a la Discoteca Sonic. No tenía pérdida: el establecimiento se encontraba en el mismo inmueble que el Covirán en el que habían comprado sus alimentos el primer día. Llamaba la atención, sin lugar a dudas, la exagerada iluminación del cartel en el que, con una tipografía chillona y luces led, rezaba "Disco Sonic", acompañado por un dibujo de un simpático erizo azul que recordaba al famoso personaje de videojuegos de idéntico nombre. En la entrada se encontraba un ser humano corpulento y cuya cara se les hizo conocida: el socorrista Imanol. Nada más ver a las chicas le resultó imposible centrar la vista en su trabajo, que era evitar que nadie entrara sin pagar. A su alrededor, chicos y chicas que apenas alcanzaban la mayoría de edad charlaban entre ellos y fumaban mientras hacían tiempo para entrar al antro.

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