Capítulo 7

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—No quiero que te vayas... —la pelinegra estaba tan abrazada a ella que juraba que podía sentir sus latidos.

—Solo serán unos 4 días, ya sabes. Luego de nuestra tradición de la danza solemos quedarnos un rato compartiendo entre nosotros. Pero no es mucho, de verdad, estaré de vuelta. Siempre volveré a ti, Leah.

—Y si no vuelve, no te preocupes, yo te la traigo a rastras —interrumpió una voz melódica. Sobre uno de los árboles, Leah pudo ver la figura de dos personas. Uno enorme y musculoso que estaba sin camisa, y uno más delgado y de apariencia andrógina de cabello verde.

La quileute pudo ver la sonrisa que tiraba lentamente de los labios de su chica, parecía genuinamente feliz de aquella interrupción.

—Titus, Urum, es realmente bueno verlos por aquí. Ya los extrañaba. Parece que vas a conocer a unos cuantos servanilums si siguen viniendo así, Leah —bromeó—. ¿Ya conocen a mi vitaemoru? Su nombre es Leah, Leah, el grandote es Urum, el servanilum oso, y el peliverde, ya has escuchado hablar de él, Titus.

La de piel cobriza no pudo evitar sentirse nerviosa.

—¿Es una de mis cambiantes? Que pequeño es el mundo —la misma voz melódica y tranquila habló, Leah entonces supuso que Titus era quien había interrumpido
Con una ligereza que no creyó posible, el gran hombre oso cayó sobre la tierra frente a ellas, su cabello largo se movió al compás del viento

—¿Eres algo así como nuestra cuñada entonces? Que placer conocerte —habló con voz profunda, casi en un gruñido, su mano se apoyó en la cabeza de la castaña.

—Espero que no te moleste que vengamos por ella. Solo queríamos pasar un rato juntos y hablar de trivialidades —habló ahora Titus.

La pelinegra estaba en un conflicto, ¿debía tratarlo con sumo respeto?

—No tienes que tratarlo diferente —aviso la castaña como si leyera su mente. La miró sorprendida a lo que solo recibió un guiño.

—No me molestaría si lo haces, alábame. Me encantan los cumplidos, me los merezco.

Urum pareció disgustado y le dio un zape.

—Olvidé mencionar que Titus tiene la humildad de un Rey.

—No me molesta. Yo, sé que tienes que ir, está bien. Estaré aquí esperando por ti —la ojiverde se acercó y plantó un beso en la mejilla de la quileute, quién quedó sorprendida al no esperarse el beso. Satisfecha, Yyara se alejó.

—Eso espero. Prometo que tendremos mucho más tiempo a solas cuando regrese, ¿de acuerdo? —asintió en respuesta.
Antes de dar la vuelta, Leah sólo vio como las tres figuras se desvanecían en el viento dejando detras el eco de lo que aparentemente era una conversación en su idioma.

Sabía que Yyara podía llegar a tener estas reuniones con otros de los suyos algunas veces, lo entendía perfectamente y no le molestaba aquello, entendía perfectamente su libertad, pero eso no significaba que no se sintiera triste. Leah ya no sabía como era vivir sin la castaña.
Con la impronta siendo tan reciente se sentía sumante unida a la servanilum, pero ahora ella se iba y tenía que soportar la lejanía y seguir con su día a día.

Intentó verlo el lado positivo, tenía el día libre y solo para ella misma. Podía ir a hacer lo que quisiera, se decidió por eso.

Lo primero que hizo fue aprovechar para ir a hacer la compra, luego de tantas semanas ya no quedaba casi nada en su casa (desventajas de comer tanto). Empujando un carrito, fue echando las cosas que necesitaba y le gustaban más, esta vez prestando especial atención a las verduras y frutas, echando demasiadas para poder llevarlas a casa. A Yyara de seguro le gustarían.

Deidades del Bosque || Leah Clearwater Donde viven las historias. Descúbrelo ahora