Capítulo 4

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22 DE MARZO

BS.AS | ARG


Habían pasado varios días desde que Enzo Pérez y yo no hablábamos. La última vez que lo hicimos fue aquella noche, donde no pasó nada entre nosotros porque recibió una llamada con urgencia de su mujer, así que algo arrepentido me llevó hasta casa y se despidió, prometiendo llamarme uno de esos días. No le creí, claramente. En su cara reflejaba angustia y parecía sentirse culpable por lo que había hecho, aunque hayan sido un par de besos nada más.

Por el otro lado estaba Enzo Díaz, que no paraba de enviarme mensajes pidiendo que nos juntaramos a hablar. Me hice la que no quería hablarle por unos días, hasta que apareció en la puerta de mi casa, según él había conseguido la dirección gracias a mi hermano Tute, y le metió la excusa de que tenía que alcanzar algo. Supongo que Tute se lo creyó, es medio boludo para esas cosas.

Así que acá estábamos. Hace diez minutos que Enzo Díaz me estaba esperando, sentado en el coche y con el conjunto del CARP. Estaba segura de que había salido de entrenar.

—¿Qué querés nene? Sos re denso —le dije mirándolo a los ojos y asomándome por la ventanilla del auto que estaba baja.

Su mirada intensa se dirigió hasta mí y se rió negando con la cabeza.

—Dale subite, que tenemos que hablar —me reclama en tono autoritario.

Si iba a pensar que me iba a doblegar a lo que dijera, estaba muy equivocado.

—No —negué y le sonreí con soberbia—. No tengo ganas, ¿sabes?

Aquello pareció molestarle porque noté enseguida como apretó los puños contra el volante, frunciendo el ceño y sin entender por qué de repente le estaba poniendo límites.

Yo tampoco lo podía creer. Era tan difícil teniéndolo enfrente.

—¿Qué te haces la difícil? Dale, subí te dije —abrió la puerta del copiloto.

Pero solo para llevarle la contra, la cerré con ímpetu.

—Te dije que no y punto —levanté la voz sin querer—, estoy bastante cansada, no estoy para boludeces.

Y sin más, hice un gesto de despedida con la mano y me di la vuelta sin decir ni "mu".

Apenas hice unos pasos por el caminito de piedras que llegaba hasta la entrada de mi casa, cuando escuché el sonido de la puerta del auto cerrarse con suficiente fuerza, y a su vez, el ruido de las zapatillas resonando cada vez más fuerte detrás de mí.

—Vení para acá flaca —escuché la voz ronca y baja de Enzo e inmediatamente sentí su agarre afirmarse en mi brazo.

Me giró bruscamente en un santiamén, dejando mi pecho contra el suyo y nuestros rostros a una distancia casi inexistente.

Su respiración era pesada, y su mirada viajaba desde mis ojos hasta mis labios, los cuales aprovechaba para relamer.

—Sos re terca, deja de hacerte la difícil Julieta —suplica sin dejar de mirarme la boca y me sostiene con sus manos alrededor de mi muñeca.

—No me hago la difícil.

Miento.

—Mmh, qué rico perfume que tenes... —admite acercando su nariz hasta debajo de mi mandíbula.

Corta la distancia cuando comienza a rozar sus labios humedecidos contra la zona de mi cuello, y automáticamente siento mis piernas débiles y un tirón inexplicable en mi estómago.

DESEO | Enzo Díaz, Enzo PérezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora