Venganza.

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Era la última noche que lo esperaba despierta. Siempre decía lo mismo. Siempre decía que no lo iba a esperar más, que no iba a ignorar sus llegadas tarde, que le iba a reclamar, pero como siempre nunca cumplía. Era su marido y lo amaba. Escuchó el sonido del carro, la puerta del garaje al cerrarse y sus pasos en las escaleras. Cerró sus ojos y se hizo la dormida.

Juan Pablo entró en la habitación, miró la cama donde su esposa dormía y siguió al baño. Se acostó a su lado dándole la espalda y se durmió. Ella giró y miró a través de la oscuridad a su esposo dormido. Otra noche más que no la tocaba, hacía meses que no la tocaba, aunque, ¿por qué iba a tocarla si llegaba satisfecho de estar con su amante? Le dio la espalda y con lágrimas en los ojos se durmió.


Todas las mañanas eran lo mismo; se levantaba temprano, preparaba el desayuno para él, lo acompañaba a comer y luego él se iba sin ni siquiera un beso, un nos vemos en la noche era todo, no un gracias, ni un te amo, ninguna palabra cariñosa.

Estaba sentada en el sofá viendo por la ventana hacia el exterior, en la calle se veían niños corriendo y jugando, era verano y todos los niños estaban de vacaciones. Llevaba toda la mañana ahí, sentada, pensando que hacer para que su marido la mirara como antes, para que la tocara como antes, para que dejara a su amante y volviera con ella.

Pensó que tal vez unas vacaciones le harían bien, tal vez alejarse unos días renovaría el amor y la pasión. Luego llegó a la conclusión de que él no dejaría su trabajo así. Luego se le ocurrió comprar de esa ropa interior picante y hacerle un striptease, pero ella no era muy buena bailarina y tal vez lo arruinaba, estaba pensando en esperarlo desnuda en la cama cuando el teléfono sonó a su lado, asustándola. Esperanzada, creyendo que tal vez fuese su marido, contestó con entusiasmo al teléfono.

—­Hola .

—Ava, hola. —sus esperanzas murieron, al escuchar la voz de Miranda al otro lado de la línea. La sonrisa en su rostro murió.

—­Hola Mir, ¿cómo estás? —aunque quiso imprimirle alegría al tono, temió fracasar, no sentía nada de alegría en ese instante. —Perdona por no llamarte antes pero... —su disculpa murió con el habitual entusiasmo de su amiga.

—­No te preocupes. Oye, estaba pensando... ¿Qué tal si salimos por ahí a tomar algo esta tarde? Y no me digas que no, que tú marido puede llegar temprano porque hace meses que llega tarde. —hizo una mueca de dolor al escuchar las palabras de su amiga. Eran amigas desde la secundaria y Miranda siempre había sido tan directa con todo.

Estaba pensando inventarse que se sentía indispuesta cuando se le ocurrió que tal vez si Juan llegaba y no la veía podría preocuparse o siquiera interesarse un poco por ella. Aceptó encantada y quedaron de reunirse a las cinco en un café del centro.

Eran las cinco con seis, cuando Mir llegó. Disculpándose por su tardanza, Mir la hizo cambiarse a la ventana, porque allí, podrían ver a la gente pasar y criticarlos por su ropa, como hacían cuando eran adolescentes. Estaban riéndose de una señora con un pelo naranja y un conjunto tan naranja como su pelo cuando el rostro de Ava se congeló. Al otro lado de la acera caminaba su marido con una muchacha castaña de vestido rojo, iban riéndose y él, la llevaba por la cintura. Su estómago dio un brinco y creyó que se iba a desmayar.

—­Vamos a seguirlo. —la sugerencia de su amiga la tomó por sorpresa. Todavía estupefacta, Mir la tomó de la mano, dejó unos cuantos billetes en la mesa y se dispusieron a seguir a Juan Pablo. Iban unos metros atrás, viéndolos sonreírse y hablar muy cerca, cuando él se giró. Asustada, creyendo que él la había visto, Ava se disponía a dar media vuelta y correr, cuando su amiga, la tomó de la mano e hizo que girara chocando contra su rostro y besando sus labios.

En estado de shock y con los ojos muy abiertos, Ava se separó de ella y no dijo una palabra. Miranda se veía tan  tranquila y totalmente relajada. Dio un vistazo por encima de la cabeza de Ava y la tomó de la mano para que la siguiera.

—­Siento mucho lo del beso, así fue como ayudé a Sebastián, cuando seguíamos a uno de los criminales que el busca. No me di cuenta, ni siquiera pensé que era una chica solo lo hice. Discúlpame. —Ava miró a su amiga. Sebastián era investigador privado y Mir solía ayudarlo en sus casos, no le extrañaría que en una ocasión hubiese tenido que hacer eso para salvar el pellejo de su amigo. Además, Ava sabía que su amigo llevaba enamorado de Mir muchos años, no sería extraño que fuese una excusa de el para besarla. Negando con la cabeza y diciéndole que no tenía ninguna importancia, siguieron por donde Juan Pablo se había ido.

Girando en la esquina, ella se detuvo abrupta mente al ver el sitio a donde su marido había entrado con aquella mujer. Era un hotel. Literalmente arrastrándola, Miranda entró con Ava al hotel y ambas se congelaron al instante: él caminaba con la castaña, sonrientes y tomados de la mano, al ascensor. Las puertas se abrieron y ambos entraron. La última imagen que ella obtuvo de su marido, fue que este la apretaba contra su pecho y la besaba apasionadamente.

Conteniendo las lágrimas, salió del lugar corriendo. Ella sabía que él le era infiel. Pero una cosa era saberlo y otra muy distinta, verlo con sus propios ojos. Un par de cuadras más adelante Mir la alcanzó y la tomó en sus brazos. Consolándola la guió hacia un bar cercano. Llevaban más de media botella de vodka, ella no bebía pero sentía que no había otra forma de ahogar sus penas.

Su marido, el hombre al que amaba, le era infiel. En ese momento estaría en ese hotel revolcándose con la otra. Su pena era tan amarga que se toma un vaso de vodka entero. Le escoció la garganta pero eso era mejor que le dolor de su corazón rompiéndose y sollozando.

—­Debes vengarte. —la voz de su amiga sonaba extraña, pensó que quizá era por la cantidad de alcohol que habían consumido. Ninguna acostumbraba beber. —Debes vengarte, Ava. —le pareció absurda la sugerencia. ¿Cómo iba a vengarse, si a él, ella no le importaba? Tenía una amante. —Debes vengarte y yo sé lo que vamos a hacer. —la sonrisa en el rostro de Mir era espeluznante y la asustaba, pero ella estaba tan dolida que no le importó. Quería vengarse, verlo sufrir, como él la estaba haciendo sufrir a ella, que llorara y le doliera tanto o más de lo que le dolía a ella. Y lo haría, lo haría llorar, y sufrir, y retorcerse de dolor. 

Y ella lo disfrutaría.

Infiel || Juan Pablo IsazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora