Bebé

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Su cabeza latía con fuerza en la parte posterior. Trato de moverse, pero siempre que lo intentaba, la oscuridad volvía a absorberla. Tenía la extraña urgencia de despertar pero no podía, lucho contra la oscuridad, pero al final se rindió. La capa oscura era demasiado pesada y ella estaba muy cansada.




Debía haberle ocurrido algo. Ella siempre llegaba antes de las tres de la mañana y eran las tres y media y no llegaba. Debía de haberle ocurrido algo. Tal vez se había decidido a abandonarlo. Tal vez su amante por fin la había convencido de que lo dejara. No sabía que era más horrible, sí que ella lo dejara o que algo.




Oía voces, muchas voces alrededor. Trato de mover la cabeza hacia dónde provenía el ruido pero no podía. Su cuerpo no le respondía. Intento con los dedos. Fue inútil. Su cuerpo no atendía a su cerebro. Se preguntó qué era lo que le había pasado para estar así. Más voces, más ruido, parecía que era una discusión. Trato de prestar atención a las palabras pero la oscuridad llego a reclamarla y no tuvo la fuerza para detenerla.




El teléfono sonaba fuera de línea. Ni siquiera le daba señal. Estaba seriamente preocupado. Si ella hubiese decidido abandonarlo, seguramente volvería en algún momento por su ropa. Definitivamente, ella vendría a darle la cara. Tomo el teléfono y marco a todos los números de sus amigos, vecinos y familiares. Alguien tendría que saber de ella.




Los brazos y las piernas le hormigueaban. Trato de mover un pie y lo logro. Quiso abrir los ojos, pero la cabeza le dolía y pensarlo hacia que doliese más. No sabía de dónde provenía el dolor de cabeza, pero era mortal. Se fijó en su alrededor y noto que estaba muy silencioso. Intento mover su cuerpo pero había algo que le impedía mover los brazos y las piernas a voluntad. Algo se movió a su lado.

—¿Ava? —trató de reconocer la voz, pero el dolor de cabeza no la dejaba pensar. Espero para recuperar un poco de energía y abrir los ojos.

—Creo que te golpee muy fuerte. ¿Puedes oírme? —movió la cabeza. La voz le era familiar. No estaba segura. El lugar quedó en silencio y trató de abrir de nuevo los ojos pero la luz era demasiado y los tuvo que cerrar. ¿Por qué dolía tanto y que le había pasado?




Nadie. Nadie la había visto. Solo le queda un número al que llamar pero estaba seguro de que apenas ella se diera cuenta de que era él, cortaría la llamada. Nunca entendió porque Miranda parecía odiarlo tanto como lo hacía. Decidió que no iba a llamar. Iba a ir directamente a su casa. Buscó por todas partes entre las cosas de su esposa para ver si tenía la dirección anotada. No la encontró. Miró el teléfono con recelo. Ella lo odiaba, pero era la mejor amiga de Ava, si alguien sabia de lo que ella planeaba hacer era ella. Respiro profundamente. Uno, dos tres pitos.

—Hola Miranda. Soy Juan Pablo...





—Ah... Sí, claro... No, pues la verdad, es que no lo sé... Si... No, no tengo idea... Ajá... Si, bueno... Por supuesto, hasta luego. —voces, de nuevo. Ruido. No entendía de dónde provenía tanto ruido. Trató de respirar profundamente y cuando creyó ser capaz de hacerlo, abrió los ojos. La luz la cegó por un momento y cerró los ojos de nuevo. Apretó los ojos con fuerza y volvió a abrirlos. Tuvo que parpadear varias veces, hasta que por fin se acostumbró, las cosas se hicieron menos borrosas. Movió la cabeza un poco, para tratar de ver en donde se encontraba. Pero el movimiento le produjo dolor en la parte posterior y siseo. Un ruido hizo que abriera bien los ojos y girara la cabeza.

—Oh, así que por fin despertaste... —había algo además del alivio en su voz. Parpadeó de nuevo, su mente estaba enrollada y toda confusa. Quiso preguntar dónde estaba, cuando se dio cuenta de la razón de porque no podía mover sus extremidades. Estaba esposada a una cama. Abrió los ojos y de su garganta escapo un grito ahogado.

—Shh... tranquila. Todo está bien. —una mano, delicada y femenina, le acarició la cabeza. Se alejó de ella bruscamente y eso hizo que el dolor explotara dentro de su cráneo.

—¿Por qué...? —su voz sonó ronca, como si llevase años sin usarla. Carraspeó un poco y trago saliva, tratando de aliviar la sequedad de su garganta. —¿Qué...? —la mano le acarició los labios y la hizo callar.

—Voy a ir por algo para que comas y tomes. Has estado inconsciente por más de 12 horas. En serio me asustaste. —había una puerta lateral y ella desapareció por allí.

Ava miró a su alrededor, todavía le dolía la cabeza, pero las palabras de que estuvo inconsciente por más de doce horas, la alarmó. Recordó a Juan Pablo, los planes que había hecho para contarle lo del bebe. ¡Él bebé! Sus ojos se llenaron de lágrimas y le rezó a Dios para que su bebé estuviese bien. Para que todo estuviese bien.




Se estaba volviendo loco. Hacía casi 24 horas que no veía, ni sabía nada de su esposa. Miranda no le había contestado el teléfono. Estuvo toda la tarde llamándola y nada. No había señales de ella. Llegó al dormitorio y miro la cama. 

Pensó en Ava y las lágrimas que estuvo todo el día tratando de contener se desbordaron de sus ojos. La extrañaba y tenía una opresión en el pecho, que lo asfixiaba. Se acercó a la cama y acarició la almohada de su esposa, todavía olía a ella. La abrazó contra su pecho y respiró profundo. Ella tenía que estar en algún lugar. No pudo solo desparecer sin más. Estaba seguro de que algo malo le debió de haber pasado.

Juan miró a su alrededor y se dio cuenta de que había algo que aún no había hecho. Ir a donde su esposa iba todas las noches. No estaba seguro de a donde era eso, pero quedándose sentado, no lo iba a averiguar. Lamentándose y llorando, no iba a encontrar a su esposa. Se secó las lágrimas de sus mejillas y caminó fuera de la habitación. Iba a encontrar a su esposa, y regresaría a casa con ella...

Infiel || Juan Pablo IsazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora