Olvidar.

107 11 21
                                    

Era la quinta noche seguida que su esposa llegaba tarde. Se había vuelto una costumbre que luego de que él llegara del trabajo ella se vistiera de esa forma provocadora y sexy, se vestía delante de él, como si quisiera mostrarle lo bien formada que estaba o lo increíblemente caliente que lo podía poner, solo viéndola ponerse unas medias de seda.

Desde que había cancelado su encuentro con Andrea hace cinco días, no la había visto más, y es que no se le antojaba estar con otra que no fuera su esposa.

Cada vez que cerraba los ojos podía imaginarla desnuda, debajo de su cuerpo, jadeando por aire y rogándole que le diera más, más fuerte, más profundo, la imagen hacia que su entrepierna doliera, poniéndose tan dura como nunca antes. No podía sacársela de la cabeza.

Había procurado llegar temprano a la casa con alguna vaga excusa, pero siempre era lo mismo, ahora ella ni siquiera le prepara la cena, solo le repetía las mismas palabras antes de irse "pide algo para cenar", no tenía ni idea de cuántas veces le había dicho el mismo esas palabras a ella, pero se dio cuenta de que después de tres veces comenzaban a sonar diferentes y se sentían diferentes.

Se quitó el saco y la corbata de camino a la alcoba, pensaba invitarla a cenar y que así pudieran pasar tiempo juntos. Todas las palabras que iba a decirle murieron en su boca.

Ella estaba de espaldas a él, ya estaba completamente arreglada pero eso no le evito la erección que se formaba en sus pantalones cuando la veía vestirse delante de él, al contrario. Ella estaba increíblemente caliente con esa ropa, no pudo evitar que sus ojos la recorrieran completa. Desde los pies hasta las rodillas envueltas en unas botas de cuero blanco con tacón aguja, hasta las hermosas piernas solo medio cubiertas por una diminuta falda blanca, hasta la espalda totalmente descubierta por esa seductora blusa rosa y terminando en su pelo totalmente liso y libre bailando aquí y halla entre sus pechos.

Ella giro dejándole ver que el escote de su espalda no era el único, había un espacio en blanco que dejaba ver la piel de Ava entre sus pechos y además, por lo que pudo ver, no llevaba sostén. Estaba hablándole, tal vez le decía la misma excusa de cada noche, que pidiera comida y no la esperara temprano

Frustrado e irritado porque su mujer había salido de nuevo y él se había quedado como pelele, mirándola sin decir nada, tomó su teléfono celular y marcó a Andrea. Si su esposa podía salir y llegar a la hora que le diera la gana, él también podía.





Una hora después tocaba la puerta del apartamento de su castaña colega. Nunca había ido allá, ya que le parecía demasiado íntimo y lo que compartía con ella era solo sexo, nada importante y sin compromisos. Pero ella lo invitó a cenar y no pudo negarse. Andrea abría la puerta con un conjunto de chaqueta y falda formales rojo, era profesional pero de alguna forma se encargaba de mostrarse sexy y cautivadora.

—Pasa, la comida estará lista dentro de poco. —Juan Pablo dio un paso dentro del departamento y en cuanto fijó su atención en el vestíbulo, supo que era un error haber ido. Había fotos familiares y de Andrea por toda la pared, llegaron a la sala y lo recibió un ambiente cálido y acogedor. Eso no era lo que quería, el no buscaba eso en Andrea, quería pasión y sexo, de modo que apenas se dio la vuelta y la vio tan cerca, la tomó en sus brazos y la besó.

El beso era brusco y demandante, pero ella jamás se le resistió, por el contrario, le devolvió todo lo que él le daba.

La empujó al sofá y se acostó apoyando todo su cuerpo sobre ella. Andrea no perdía el tiempo y comenzó a deslizarle el saco beige -que se había colocado a cambio del de traje- de los brazos. Cuando el saco terminó en el piso, Juan Pablo la hizo sentarse, para quitarle el de ella, que cayó con la blusa y el sujetador al piso, se detuvo un instante a admirarla y toda la excitación que recorría su cuerpo murió inmediatamente. Sus pechos eran grandes y generosos, había pasado horas, jugando divertido con ellos, lamiendo y chupando, hasta que ella le rogaba por más placer, pero ahora que los veía, le parecían simples, solo un par de pechos, en una mujer cualquiera, que no era su esposa.

Y cuando la imagen de Ava pasó por su mente se dio cuenta de que ya no quería estar con Andrea, que ya no le interesaba.

—¿Te pasa algo malo, Isa? —él levanto su cabeza y la vio a los ojos, eran verde esmeralda preciosos, no los marrones que observó por los últimos ocho años. La extraña punzada que sintió en el pecho, lo hizo saltar del sofá.

—No, lo siento. Me olvidé que tenía que hacer algo. Tengo que irme... —mientras recogía su saco del suelo se dio cuenta de que todo lo que había dicho, había sonado a excusa y mentira barata, pero la verdad, no quería estar más allí.

Salió por la puerta dejando a la castaña en toples mirándolo desconcertada, seguro que pensaba que se había vuelto loco, lo que era probable, ya que había dejado a una mujer hermosa, medio desnuda y totalmente dispuesta, sola.

Comenzó a conducir sin rumbo.

La extraña forma, en que su cuerpo se había apagado con Ava y el hecho de que su esposa, no estuviera en casa, lo llevaron a un bar a las afueras de la cuidad. El no bebía y ciertamente no le gustaba, pero muchas veces escuchó a sus compañeros de trabajo decir que ayudaba a olvidar las penas y en ese momento, lo que más quería, era olvidar, porque no entendía nada, y el sentimiento no era nada agradable.

Infiel || Juan Pablo IsazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora